Saturday, July 21, 2018



Primeros pasos

Jorge Etcheverry Arcaya
Si mamá, lo que usted diga mamá. Y el niño modelo se saca el vestón, saca un gancho del ropero y lo cuelga y cierra la puerta con cuidado para no hacer ruido. Se saca los zapatos, primero el izquierdo y después el derecho y los deja de manera que el talón quede perpendicular con la línea del borde de la cama. Se saca los pantalones y los sostiene de la parte inferior de las piernas para que ambas bastillas queden juntas, después los alisa con la otra mano a lo largo de la línea, hasta llegar al marrueco y la bolsa de las nalgas, donde la línea se pierde. Levanta con esfuerzo el colchón y pone los pantalones debajo, así se ahorra la planchada, ese truco se lo enseñó su abuelo que es un coronel de ejército jubilado que a veces pasa semanas enteras en la casa. Así duran más tiempo sin ponerse brillosos, “el casimir tiene una muy buena juventud y una vejez muy fea. Un poco como la gente. Llena de bolsas y de brillo”, dice el señor Abello, el sastre italiano que vive con la señora Alejandrina, tiene glaucoma y está perdiendo un ojo. Es inevitable, con el uso sostenido la ropa empieza a deteriorarse, al mismo paso que sus portadores. La caspa anida en los hombros y el cuello de los vestones, el brillo se asienta en los codos, los pantalones crían rodilleras. Los ternos se viran o se llevan al Zurcidor Japonés para que les dé otros pocos meses de vida, porque todavía no hay para otro terno nuevo, ni menos para que le manden a hacer uno a Monterrey, qué sastrería Monterrey, Bandera 663, donde se manda hacer la ropa el viejo, además de que uno se pone el terno puro para ir a misa o para salir nomás, el resto de la semana uno se pone un ambo. Porque ahora las cosas no andan muy bien. Es necesario ahorrar. Contra lo que se pudiera suponer, viéndonos cuando vamos a misa de once los domingos por la mañana, la situación de la familia no es muy boyante, sobre todo en estos tiempos de carestía y de inflación.

Y es entonces que hemos establecido un frente común hacia fuera, para salvar las apariencias. Nos reunimos en el living después de la comida, sin hablar, el papá fuma, se saca el vestón cuidadosamente y lo deja en la percha del paragüero. Cuando era más joven y él era niño, lo dejaba en el respaldo de la silla. Tenía ojos grandes y algunos rizos naturales, que realzaba con brillantina. En esos tiempos el uso de la brillantina estaba bastante extendido entre las clases medias, no era todavía una cosa ordinaria, también se usaba mucho la gomina Brancato. Ahora es más bien cosa de rotos, como dice la mamá. Aunque no parece que se trate de una pura diferencia de ingresos. Andan andrajosos, la piel curtida y áspera, se ríen, hablan en voz alta, le chiflan a las empleadas que pasan por la misma vereda donde ellos están trabajando en una construcción “mijiita riica, me la comería enterita, le dejaría los puros huesiiitos”. Las niñas se les encaran, les devuelven las pullas, los garabatos, se ríen. Las otras mujeres, niñas de colegio, señoras, señoritas que se ven muy bien y pasan muy seriecitas hacen como que no se dan por aludidas y pasan apuradas, con la vista baja. Si fuera por plata, es seguro que ellos a lo mejor hasta hacen más plata. Pero se trata de otra cosa, de respeto, de modales, del terno dominical, de la espalda angosta y el cuello largo, de esas manos largas y de su torpeza, del aire un poco tímido y como recatado con que se dirigen a misa sus hermanas que ya van para señoritas, la manera en que cuchichean entre ellas o con amigas parecidas a ellas, cómo miran apartando los visillos con el dedo a los cabros del barrio que les pasean la calle, ellos también muy seriecitos, como cabros del Instituto, del Saint George, como ellas dicen que son, entre risitas apagadas, y no como estos gañanes verduleros, trabajadores de la construcción, jardineros, gásfiters, carpinteros, de un cuantuai, que no tienen para qué andarse con esas consideraciones, que no tienen que hacer los esfuerzos que hacen ellos para mantener lo que la mamá y no tan sólo ella, las tías, la abuela que queda, las amigas respectivas llaman ‘las apariencias’; “hay que mantener las apariencias” dicen, aunque en una de éstas capaz que una de las hermanas se ponga a pololear escondida o no y salga con su domingo siete, realizando los temores tan intensos como inexpresados de quién sabe cuánta familia de clase media. De medio peluche como dicen las niñas y señoras de otro nivel un poquito más alto de la misma clase media, pero que creen que están muy por encima. Porque eso pasa hasta en las mejores familias.

El papá leía el diario, como puede verse en esa foto medio amarillenta del álbum, que se la tomaron desprevenido un domingo en la mañana, cuando aún tenían significado las fechas y comentarios sobre la familia, eran otros tiempos, aunque no muy lejanos, la gente antes se preocupaba y se registraba el crecimiento de los niños, los bautizos, las primeras comuniones, los aniversarios de matrimonio, las bodas de plata, qué, de oro, de los abuelos, el cambiarse de una casa de un piso en Ñuñoa a otra de dos pisos en Providencia, aunque sea pareada, qué me dicen, antes de la vuelta a Ñuñoa a los pocos años un poco con la cola entre las piernas. Cambiar a la niña chica del liceo número 7 al liceo número 11, que está un poco más arriba, pero con un ojo siempre puesto en La Maissonette, siempre progresando, echándole pa adelante, por que patrás no cunde, ayudar a construir la iglesia nueva del barrio, y luego cambiarnos a otro barrio a construir otra iglesia. Eso dice la mamá porque siempre que nos mudamos a algún otro barrio empiezan a construir una iglesia y ahí estamos nosotros dispuestos, en primera fila para contribuir. Y así se van las cosas los muebles en un camión de mudanzas verde, con letras amarillas, y nosotros en el auto de un tío o en un taxi, también a la casa nueva, a veces con un saco o una caja con un gato adentro que de todas maneras se las va a arreglar para arrancarse para volver a la otra casa, cómo se las arreglan para orientarse si van en la caja no pueden ni siquiera ver las calles, lo que es la naturaleza, pero ahora nos avivamos y le ponemos miel en las patas para que se las lama y se las lama y se vaya acostumbrando. Y cuando llegamos por fin y con la casa nueva medio arreglada nos ponemos a espiar por las ventanas todavía sin visillos a los otros cabros del barrio, que a su vez nos espían desde sus respectivas casas, desde la calle, hasta que ellos o nosotros, de a poco o de repente nos decidamos a romper el hielo sobre todo en las vacaciones de verano, esos largos meses sin hacer nada en que uno se muere de lata.

El papá se pasa la mano con aire de preocupación por la cabeza apenas calva, se tira hacia abajo el chaleco que se le arremanga sobre la barriga que empieza a nacer o palpa la cadena del reloj de bolsillo. Lanza una seca tos de fumador. En esa gravedad de las comidas sin empleada, en que la mamá con un pañuelo amarrándole los bigudíes que le comen la cabellera de diversos matices sirve los platos con mueca de sufrimiento, sin hablar casi, ajándose las manos que antes las tenía tan bien cuidadas, y entonces es que se ha decidido esta táctica de Frente Común Hacia La Calle, hacia los vecinos y la gente conocida. Seguramente el domingo harán una fiesta y este año el verano será más largo y a lo mejor las cosas se van a haber arreglado un poco y vamos a arrendar otra vez como antes una casa en la costa, en Viña, Algarrobo, en el Quisco, entre todos los tíos y a lo mejor hasta por un mes.

El joven se saca los calcetines y mete uno adentro del otro y los enrolla, a continuación los pone en el interior del zapato derecho. Abre la cama, cuidadosamente, y la línea de la sábana que da vuelta sobre la colcha y la frazada, que podemos suponer que está debajo, es de una perfecta simetría. Ya desnudo pero un poco encogido, no de frío pero de una vergüenza inconsciente, levanta la almohada, encontrando debajo el pijama doblado, los pantalones una pierna contra la otra y plegado, ocupando muy poco lugar, y la chaqueta, tal como cuando viene de la tintorería, el borde del cuello y las mangas visibles en el doblez, dispuestos de tal modo debajo de almohada que no ocupan lugar aparente. Estas disposiciones no han sido introducidas, como pudiera creerse, por la madre. Las mujeres, dentro de todo, son empíricas, o bien aplican una técnica instintiva en el manejo del hogar. El autor de estos manejos precisos ha sido el padre y es herencia de su servicio militar.

Los otros jóvenes del barrio crecen, algunos empiezan a andar de modo desafiante, lanzando miradas retadoras. Otros o los mismos usan pantalones sin raya, preferentemente de mezclilla y cotelé y llevan el pelo largo, algunos usan chaquetas de cuero negras y tienen motos o vespas, pasan rajados frente a las niñas de liceo que esperan locomoción en la esquina provocando como un aleteo de pájaros, una cascada de risas y grititos, siendo estos muchachos a medias censurados y a medias envidiados por nuestro joven en cuestión, que es todavía alumno del Instituto Nacional, lleva el pelo corto y corbata, es más bien delgado, debilucho y tímido, aunque bastante alto, no se atrevería a andar en moto, la única vez que su amigo Hugo le dio un paseo en el asiento de atrás de su moto casi se cayó del susto. Además de dónde va a sacar él plata para una moto, quién se le va a regalar, de dónde va a sacar plata para una chaqueta de cuero negra, cómo se va a ver él vestido con una chaqueta de cuero negra, como un espantapájaros de cuello largo.

Por ese entonces es cuando alguna gente dice que comienzan a tambalearse las instituciones de la República. Algunas amigas de su mamá dicen que el Instituto comienza a admitir toda clase de gente en sus aulas y que bajan los precios de las matrículas en la Universidad Católica. La misa se deja de decir en latín y se introduce el castellano vernáculo y florecen las poblaciones de la Corvi, Corporación Habitacional, en los contrafuertes mismos de la cordillera, llenando de un confuso sentimiento a las Familias De Clase Media, que han obtenido a veces casas pareadas luego de años de sacrificios, de privaciones, a veces en los mejores barrios o en barrios bastante aceptables, como Ñunoa o la Reina. Para que ahora de la noche a la mañana otros de más abajo se vengan a meter con casas que si bien se sabe que son pura madera prensada se ven nuevecitas, de los más mononas, fíjese, que se las dieron en bandeja, y no como nosotros que tuvimos que sacarnos la ñoña, eso más o menos dicen los sectores medios, verdadera columna vertebral y numérica del país, sin por eso aminorar el alivio y hasta casi felicidad de los jóvenes de otra generación empleados particulares y de banco y grandes casas comerciales, profesores primarios y secundarios, empleados de correos y de diversas reparticiones fiscales, ante la perspectiva de poder montar casa antes de lo previsto, con menos privaciones. Pero por otro lado a lo mejor algunas de las futuras esposas ya están temblando ante la posibilidad de tener que vivir en casa pareada, ya que parece que las mujeres se fijan más en esas cosas.

Pero nuestro joven pasa en calzoncillos al baño a lavarse los dientes, con ese cepillo con las iniciales de él mismo. Las hermanas ya se fueron al colegio, sino él no se habría atrevido a pasar así de su pieza al baño, aunque sean unos cuantos pasos. Parece no ver –y en realidad no ve – la placa de porcelana del padre, que se aprieta con voracidad contra el borde de un vaso de cristal, herencia conservadora de un tiempo sin plástico.

Los domingos iban todos a la iglesia que ya había dejado de ser un tormento de cuarentaicinco minutos, salpicado de latín y bañado en ensordecedora monotonía, un poco de olor a encierro, el murmullo de los feligreses, en que los pensamientos se arrastraban sobre su vientre pesado y se repetían hasta el final. Reciiiibe oDiooos el paaan que te ofreceeemos. Ahora sentía la novedad de su físico más que mediano pese a lo delgado, flacucho le decían sus hermanas y lo bien que le quedaban las chaquetas sport, en realidad dos, una para todos los días y otra para los domingos, que como tenía varios pantalones armaba varios ambos y dejaba el veintiúnico terno para ocasiones más especiales. Las niñas sentadas en las bancas de atrás se secreteaban o se reían bajito, en una de éstas a lo mejor hasta estaban hablando de él, la ocasional visión de trozos de pierna, incluso una vez jura de un par de calzones de las niñas al hincarse—nada escapa al Ooojo de Águila—y el roce a una cadera con el dorso de la mano al pasar bastante apurado parece entre la gente que se precipita a la salida. Los grupos que se juntaban a la salida de la misa, las hermanas que le presentaban al hermano (como su caso) a las niñas del barrio que él después no se atrevería a abordar en la calle si las veía, o a saludarlas en la micro cuando iba y veía del liceo, pero a veces las mejorcitas eran fruto de fantasías hiladas en las clases de biología, de química, de inglés, y otras bastante más audaces antes de dormirse o en la mañana temprano, antes de levantarse, con resultados tan concretos como reprochables, objeto de culpa, de elaboraciones, las máximas conocidas sobre el tema proyectando su sombra como una espada de Damocles no sólo sobre su vida moral, sino su integridad futura, “si quieres ser fuerte y sano, suelta lo que tienes en la mano”. Se examinaba de cuando en cuando el dorso de las manos para ver si le estaba saliendo vello. Había estado pensando en no ir más a misa, de no confesarse para no tener que contarle al cura o mentir, pero por otro lado existe la necesidad de ofrecer la menor dureza posible en la casa y la tía de que era tan regalón era tan piadosa ella, Hermana de María y estaban las invitaciones a la YMCA, que se llenaba de niñas, aunque tenía que soportar las conferencias muchas veces una lata y helarse en la iglesia grande de la calle Almirante Barroso, aguantando entonces otra misa por semana más encima y como si fuera poco, antes que empezara la confraternización. Cuando se pianta la bella polenta, la bella polenta se pianta cosí, se pianta cosí. Ah, ah, ah, bella polenta cosi, cataplúm, cataplúm, cataplúm, cantaba una pareja de animadores como el gordo y el flaco, y otra canción sobre alemanes que tocan instrumentos. Y todos los cabros las chiquillas se balanceaban al compás de lado a lado sentados en las bancas, y uno se echaba sin querer un poco encima de las chiquillas cuando se le habían sentado al lado, casi como parir la chancha, o como en el teatro o las micros “¿está ocupado?”, preguntaban antes de sentarse al lado y había que hacerse el leso, esperar que se ubicaran y seguir mirando por la ventana como si nada, y de a poquito empezar a mover el muslo hasta rozar el otro envuelto en faldas o pantalones, que ellas los están empezando a usar más y más ahora y también había otros animadores, que decían chistes, el papel confort Ideal modelo challa para los minuciosos, formato serpentina para los flacos y las cabras se reían. Para allá lo invitaban los cabros democristianos del liceo que le veían potencial, Campero, Garcés y a lo mejor hasta otros, se lo estaban trabajando, Palote, le decía el Barrera que era de la Juventud Socialista, la jotadecé te está corriendo mano.

Una vez un señor rubio medio pelado había dado una charla sobre las edades geológicas y antropológicas según la biblia y un muchacho muy bien articulado le había rebatido con argumentos científicos desde la audiencia, ya que el cristianismo no tenía porqué estar a contrapelo de la ciencia y los datos de la antropología física eran irrefutables. Él mismo que siendo más o menos popular era de pocos amigos y siempre leía mucho y que desde chico le habían gustado los dinosaurios nunca se habría atrevido, él sabía que de más habría podido perfectamente hablar también, levantar la mano y pedir la palabra, pero el bochorno, el miedo, aunque cuando chico parece que era harto patudo, tenían una casa con piscina cerca de la calle Hamburgo y cuando tenía como cinco años se ponía un sombrero de vaquero que le había regalado la tía y se ponía a imitar a cantantes frente a toda la familia y amigos que se congregaba los domingos de verano. Al menos eso le decían las tías. Pero ahora había otro adelante que hablaba acaso mejor que el primero, pero más morenito, no tan bien vestido, más pasado pa la punta eso sí, que se había ganado por un instante la atención de las cabritas que empezaban a susurrar cómo se llama, cómo se llama, tocándose con los codos, cómo se llama, Suazo, Suazo, ese nombre plebeyo pronunciado con una voz entre escandalizada y burlona por las bocas finitas de cabras seguramente del Barrio Alto y el cabro moreno de bluyines y cara de población se había sentado otra vez y al momento las niñas que estaban al lado le habían metido conversa y lo veía que hablaba abriendo una gran boca con hartos dientes como montados unos en otros, pero con ademanes desenvueltos.

Un aura de admiración y escándalo sobre todo femenino rodeaba al muchacho, envidiado secretamente por muchos, entre los que se contaba él, que comenzó a soñar con llamar la atención en intervenciones públicas para así hacerse notar y dar uso a su relativo atractivo personal, mediante el escándalo en esos medios y la admiración de las niñas que siempre andaban a la siga de los que se destacaban en algo, a él le podía ir mejor que al otro, por la pinta, verse rodeado de chiquillas, eso le permitiría cumplir quizás con esas cosas que se imaginaba siempre y que nunca iba a saber nadie y menos la mamá, el papá o el cura. Ni siquiera los amigos más íntimos. “El Palote es de esos huevones calladitos que se lo pasan todo el día pensando puras degeneraciones”, un amigo del colegio le dijo que había dicho otro amigo a sus espaldas. Había que cuidarse siempre de lo que andaba diciendo ese otro flaco, seguro que era pajero. Se te nota en la cara corazóon. Raúl le había dicho que el flaco le contó cómo se había culiado a la lavandera un día y que era como poner la penca entre dos bisteques calentitos. Esas y otras cosas parecidas lo asaltaban a cualquiera hora, en cualquier situación. Le costaba trabajo concentrarse. El padre lo había notado no sabía cómo, parece que el viejo le leía el pensamiento, y le había dicho una tarde que quería hablar con él de hombre a hombre después de comida, pero él no había soltado prenda, haciéndose el huevón, había dado el pretexto de que tenía que estudiar para la prueba de matemáticas al otro día y se había ido a encerrar a la pieza.

Porque no bastaba andar bien terneado y pasear la pinta, las cabras no iban a caer solas. No podía abordarlas en la calle como el Raúl que le decía espérame Palote y se acercaba a las cabras y al rato estaba hablando con las dos risitas que se morían. Se quedaba hablando afuera del liceo haciendo hora para encontrarse como por casualidad con una niña que conocía un poco y que estudiaba el liceo de niñas que quedaba cerca. Pero la saludaba “hola, como estái”— bien y tú—. Pero nada. La araña teje su tela le habían proclamado los silabarios en su infancia. Algunos otros cabros del colegio hablaban de sus idas a puta, de los manoseos de las cabras en el teatro, en el parque, en las micros, pero él mudo, otros había que inventaban, pero se les notaba por que les fallaban los detalles. Si se los apretaba un pocon que que fuera se empezaban a turbar, a confundir. Pero nadie lo hacía, para qué, había una especie de acuerdo mutuo y ya le iba a tocar a uno el turno de cahiporrearse. Todos tenían cosas que contar, esperaban su turno para darle a la sin hueso, haber visto por el ojo de la cerradura de esas chapas metálicas grandes antiguas a las primas empelotándose, que olían los calzones en su dormitorio de la casa de Viña donde los papás y los tíos arrendaban una casa por un mes para veranear, los adultos habían ido al Casino y ellas seguramente hacían eso para saber si se los podían poner al día siguiente. O los atraques con empleadas los sábados o domingos en el Cerro Navidad, el Cerro Santa Lucía, el mismo San Cristóbal, otra vez las corridas de mano en el Parque Japonés, el Parque Bustamante, el Parque Forestal, las intenciones firmes de ir a puta este sábado, el domingo que viene, ahora sí que sí, no se le iban a aconchar los meados, los inumerables cuarteos y elucubraciones, y por otro lado había varias niñas que le preguntaban por él al Raúl que era bastante entrador pero a las finales parece que no agarraba papa, simpático, sociable, pero llegaba a dolerle la cara de puro feo, el sapo cancionero del curso, tú te sabes feo, feo y contrahecho ¿Y quién es ese amigo tuyo, ese cabro alto, medio pintosito, medio pije que le dicen el Palote?, decía que le preguntaban unas cabras del liceo que estaba como a tres cuadras por la otra vereda. Pero él no preguntaba detalles, se hacía el leso, moría pollo, había unos que creían que se daba importancia, el Palote es creído, es cachetón, pero era casi de puro tímido, hasta que un día el Raúl le consiguió de veras una minita, medio federica de cara pero altita y con buen cuero, cabrita todavía pero que prometía futuro esplendor. No importa Palote, le ponís una cambucho en la cabeza y fueron los cuatro al rotativo y la cabra le agarró la mano y se la puso entre las piernas y estaba toda mojada. O eso es lo que le contó después a los otros cabros en el primer recreo del lunes. Después lo invitaba el Raúl cuando terminaban las clases como a eso de las cuatro pero a las pocas veces ya no iba, se iba todo en puro conversa y su agarradita huacha, las cabras risa que se morían pero ná ni ná y prefería pasearse solo a la hora de salida frente al Liceo 7 y algunas cabras ya lo conocían, había una medio rubia que le gustaba harto y a veces lo miraba de lejos. Al poco tiempo se había soltado, había agarrado confianza, conocía un montón de chiquillas aunque casi a todas de hola y chao y se iba con la Rosa con que la que andaban más o menos al cerro Santa Lucía o esperaban que fuera un poco más tarde y se iban al Parque Japonés, claro que mirando para todos lados por si había algún parejero. Llegaba a la casa y le decía a la mamá que había estado estudiando donde el Raúl y que no se molestara, que estaba comido y se dormía hasta el otro día como tronco. Y entonces había sido que el viejo se había dado cuenta de algo y le había dicho que iban a hablar de hombre a hombre. Quizás lo hallaría todavía más flaco.

Claro que luego que cuando pasaba el brillo uno quedaba como si nada, porque a las finales quedaba una como impresión de “y así que era esto, tan sencillo, eso era todo”, y se tenía que seguir con las mismas cosas, estudiar en la tarde y preparar las tareas, ir a clase y daban como ganas de destacarse, de ser importante en otras cosas, lo de las minas aparecía después del gusto como una cosa de encierro, de aire viciado, de confesionario y baño de campo y pese a los esfuerzos que hacía los otros cabros no lo notaban mucho, de todas maneras no le llevaban mucho el apunte, porque los que se notaban eran los otros, como el Barrera, que salía siempre presidente de curso y era el que más hablaba en el consejo. Se sacaba re malas notas pero se las arreglaba para pasar siempre raspando y los profesores le daban permiso para salir y los inspectores lo saludaban, le daban una palmadita en la espalda al pasar, lo pillaba fumando el inspector Fernández, el perro Fernández y no le decía nada, en una de ésas le guiñaba el ojo y él había visto eso más de una vez y lo veía que se juntaba con otros cabros en los recreos, y hablaban de política. Alguien decía que también se juntaban en las casas. Barrera le decía déjalos que hablen, Palote, que me pelen, que le den a la sin hueso todo lo que quieran, que los otros eran como pajaritos, Palote, no tienen conciencia, no se dan cuenta de nada y el Eugenio por otro lado que era más amigo le decía no te preocupís de huevadas, Palote, déja a esos huevones que se pajeen y le prestaba las revistas que le llegaban al papá de Estados Unidos, a color y con minas de película a chora pelada. El cura le había preguntado si se corría la paja, así, por lo derecho, si algún amigo, una hermana mayor, una prima mayor le hacía cosas, y de ahí no salía, mientras le brillaban un poco los ojillos a través del bastidor, y entonces no fue más a confesarse. El Raúl le contó que cuando vivía en Concepción el cura le agarraba el poto a todos los cabros chicos y que por eso nadie quería ser sacristán, a lo mejor uno que otro sí, Palote, que gustara la cosa y que el párroco de la otra iglesia vivía con una mujer gorda que decía que era una prima, pero que a él nunca le había interesado mucho la religión aunque como todo en el mundo tenían que ir a misa y se había lateado siempre y había dejado de ir cuando era bien chico todavía.

Y así se entraba en el último año del liceo como por un callejón más o menos estrecho, pero no mucho tampoco, flanqueado por casas obscuras, pero no tanto, con figuras misteriosas e incintantes tras de los visillos, pero no mucho, no hay que exagerar tampoco, pero el cielo claro de la tarde a veces tan límpido que casi lo obligaba a uno a mirar para arriba, a veces por otro lado plomo, una mierda, y claro que los que más atraían la atención los que más se notaban eran los cabros que leían los periódicos, los que discutían con los profesores, con el cura en la clase de religión, hablaban de política, se metían a las juventudes de los partidos mientras los otros del mónton botaban lápices y lapiceras para agacharse y mirarle los calzones a la profesora de matemáticas, una cabra joven que estaba haciendo la práctica, o hacían peos con la boca, y no es que uno no lo hiciera tampoco, no se trata de eso, pegarse su pajita por turno mirándole los calzones a la flaca de biología, que también está haciendo la práctica, pero es larguirucha y medio feorra, cuando los otros cabros le hacen corro adelante parados al frente del escritorio para taparlo a uno.

Pero las cosas no se terminaban ahí nomás, había otras cosas esperándolo a uno si uno quería, si es que a uno le importaba, aunque uno no sabía muy bien de qué se trataba, la sensación estaba como ahí adelante y fue el Raúl el que lo había medio convencido, mira Palote, ¿Porqué no te metís al Partido? y ahora había como un triángulo, la casa y el barrio, el colegio por otro lado y ahora lo estaban invitando a meterse al partido, no es que fuera a aceptar, pero en una de éstas, pero todo estaba junto, pues claro, porque ahora él estaba en todo, pero también como en pedazos separados, y eso le provocaba como un escalofrío cuando lo pensaba, pero no de nervios malos, de nervios buenos, como cuando uno le corría mano en un rotativo a una minita de liceo no muy fruncida que se dejara hacer o se fumaba un cigarrillo escondido.

¿Qué lo llevó a ingresar, mejor, a interesarse a medias en la así llamada ‘vida política’? ¿Era una cosa de ‘despertar de la conciencia’, como decía el Barrera? A lo mejor se había enamorado de alguna minita medio rubia que estudiaba en un liceo que quedaba cerca y que no le daba pelota, y necesitaría otra cosa en qué meterse, de qué preocuparse, o simplemente andaría medio aburrido, – No podemos dejar de considerar las determinaciones sociales antes señaladas – O simplemente se quería destacar, como los cabros del centro de alumnos, o los que manejaban la cosa en la FECH, había uno que el año pasado nomás había estado en este mismo liceo, y ya había aparecido en todos diarios, hasta había caído preso en una concentración. Uno se sentía atraído por la vida aventurera, esos cabros aparecían tupido y parejo en las noticias cuando había huelga, hasta los mismos cabros dirigentes del colegio, a ellos todo el mundo los conocía, los profesores los inspectores les conversaban, a él no le daban pelota. Él había leído mucho ya siendo muy cabro, bueno no tanto tampoco, además de que era medio reconcentrado. Era todavía la adolescencia y entonces veía, no podía menos de notar lo fuera de alcance que estaba la vida que llevaba un tipo que fuera realmente, lo que se llama ‘bien’ y ese ir y venir suyo básicamente entre la casa y el liceo, la mamá el viejo y las hermanas, sus escapadas ocasionales y a hurtadillas de la vida familiar que no cambiaban mucho las cosas. Los jóvenes hoy día tienen acceso a mucha información. No en vano esta es la era de las comunicaciones. Tomaban desayuno juntos, la mamá en bata y la cabeza cubierta de bigudíes, las hermanas ya metidas en los uniformes azules de liceo, el papá en mangas de camisa, recién afeitado, la cara lustrosa. Leía el diario, pero nunca lo comentaba. Como si lo colocara entre él y la familia. Trabajaba en el centro, en la Oficina Principal del Banco, sección Cuentas Corrientes. Era un viejo chico vestido de plomo, o iba para allá, como decían los locutores del noticiario de la mañana de la radio Agricultura, que entremedio de las noticias echaban chistes. A las once, antes de almuerzo, o después de almuerzo, o a la salida de la pega, se pasaba al Monterrey a tomarse su corto, siempre medio alegre. A veces pasaba al Haití a comentar con los turcos sobre carreras de caballos, política, vaivenes de las acciones, hablando con el viejo Lama sobre las especulaciones de los Yarur, de los Zaror, de los Abuhadba— él, que era un empleaducho, aunque bastante alto en el escalafón—. O de los detestables Neumann, Miller, Bertzeller o Fisher, según el turco, cuyos hijos llenaban las aulas del mismo liceo donde él estaba terminando de estudiar.

Pero su mente ávida de cabro nervioso trabajaba mientras inclinado se llevaba la taza de té con leche a los delgados labios, o comía parsimoniosamente tostadas con mantequilla. Entre los jirones oníricos y la continuación de los ensueños eróticos del despertar, que tenían como actoras principales y secundarias a las amigas de las hermanas, las amigas de la madre aún potables, las empleadas mejorcitas del vecindario, las niñas vistas en forma repetida en el recorrido del bus. Se esbozaban las noticias mundiales a esa primera hora del día llegadas en las alas inalámbricas de la radio a los hogares santiaguinos en que innumerables fulanos se aprestaban a dirigirse a sus oficinas, escuchando el noticiario medio en chunga de la mañana, los comentarios de Jorge Dam, o el programa auspiciado por galletas Mackay, más ricas no hay que escuchaba el viejo y el locutor que decían que era ciego decía su inimitable “queque con paaasaas”, lo mismo durante días y días. Lo individual de la limitada situación concreta es siempre molesta como única proyección vital para un joven pequeño burgués urbano que comienza a ser culto: ¿Cómo se puede soportar esta vida frente a la maraña de los acontecimientos que se desarrollan cada día, a nivel mundial, aquí en el país, en la ciudad, a una pocas cuadras a lo mejor, sin tomar parte en los mismos?. Pero de una manera así como vaga. El cabro proleta o de la clase media pabajito está demasiado ocupado con la subsistencia para plantearse estas interrogantes. A veces se ve metido en bollos por pura necesidad. Por otro lado, el cabro burgués de frentón ya tiene un lugar en el mundo, adquiere responsabilidades temprano. Para él el asunto es mantener la cosa andando. El cabro Betzeller también estaba en sexto humanidades ya ya lo tenía el viejo trabajando en la fábrica de plástico. Los turcos trabajan la cosa textil, los judíos el plástico, los dos cotizan en la bolsa. Los chilenos palogrueso se dedican a la inmobiliaria, la agricultura, o la especulación de acciones y valores, como los vascos se dedican a la curtiembre y los bachichas y los coños a las almacenes. El viejo Betzeller le daba al cabro un sueldo del que le descontaba los gastos educacionales y no le quedaba un peso. Decían otros.

Y claro algo había que hacer y lo entusiamaron en el Belarmido los cabros de las reuniones dominicales y los cabros del centro de Alunmos del Instituto y se metió en los trabajos de verano, como eran la Patria Joven, la esperanza del futuro y los había despedido Frei en la estación cuando se iban a construir casas y escuelas al campo, a trabajar codo a codo con los campesinos de la patria, y no había por qué ser del partido Palote, iban cabros de todos los colegios, y chiquillas, pero era la jotadecé la que mandaba en la FECH y ellos, los que organizaban tenían después la pega segura, Palote, métete, que me voy a latear solo, le había dicho el Raúl, que siempre le gustaba hacerlo todo en yunta, si no quieres no, no te voy a obligar, es cosa tuya, pero vamos al campo, está lleno de minas que van a llegar hasta de colegios particulares, cabritas ricas, universitarias, de Inglés y de Francés, pero hay que portarse bien en la cosa política, no pasarse pa la punta, no querían problemas, pero como estaba la cosa de la promoción popular (la promo) había que agitar un poco pero sin pasarse para la punta, que se notara, eso sí, y sobre todo tener a los cabros contentos y armar bulla en el campo con la guitarrita y la fogatita. Eso decían en las reuniones los caperuzos a los más de confianza.

“brilla el sol en nuestras juventudes las vacas no tienen que comer” les cantaban en burla los cabros de izquierda si se terciaba. Pero nunca faltaban los que se tomaban la cosa en serio, los mismos cabros que antes discutían en las reuniones de la Juventud Estudiantil Católica en el vetusto Instituto Belarmino en Almirante Barroso, un poco pasadito del centro, los domingos. Y algunos como que tendían a reconocerlo a él pero todavía como que se hacían los lesos, estaban muy ocupados, pero si te reconocían te saludaban de lejos, con una seña, o una palmadita en el hombro “cómo estái Palote” y había que conformarse con eso mientras tanto, y esos eran los que iban a tener problemas después, y se iban a meter más en la cosa cuando se les quitaran los reparos de que ellos eran cristianos y los otros son materialistas y ateos y hasta comunistas, que es lo que les habían dicho en la iglesia, en el colegio, mientras otros cabros, a lo mejor de la jota infiltrados en los trabajos, vaya uno a saber, déle a convencer a los demás de que Cristo fue el primer comunista y había echado a huscasos a los mercaderes del templo y no he venido a traer la paz sino la espada y antes pasa un camello por el ojo de una aguja que el rico al reino de los cielos. Lo que por lo demás aparece en la Biblia, textual, Palote, que la tienes que haber ojeado alguna vez, por lo menos el Nuevo Testamento, si es que eres de verdad católico, cristiano, aunque ni él ni ningún otro cabro la había leído, que uno había empezado a ir a misa por que la familia, sobre todo la tía, abuelita y la mamá, porque toda la gente va a misa, y había dejado de ir cuando había comenzado a manosear cabritas, aunque ya antes había pensado no ir más cuando había empezado a correse la paja.

Ese mes. Conversando re cansado en la noche en un pajar o un establo convertido en campamento mientras cantan los grillos te pican las pulgas hasta que te acostumbras y a la semana no te sacan ni roncha y la noche es un poquito fría porque son los últimos días de febrero y el frío comienza antes en el Sur, fumando con los otros cabros, tomando café y uno siente que está haciendo algo importante, y se siente como el trasmisor de algo que no se tiene mucho idea de qué lo que es, más bien la pura sensación y se siente como que tiene algo que está en consonancia con la noche y con los grillos y el calor del café y a veces su traguito en el cuerpo.

Para ver después por la calle en Santiago al tipo ése con que se habían hecho tan amigos en el Maule, levantando juntos chozas de roble sobre pilones de eucalipto, pegándose juntos unas cachas con unas cabritas del campo, sobre todo una bastante buenona que trabajaba de empleada en Santiago y estaba visitando a la familia, a lo mejor ésa era la que le había pegado los lamparones al otro. Para verlo que pasaba un día en una calle en el centro, paliducho, en pleno invierno, mucho después y saludarse y echar de menos un poco y languidecer conversando unas cuadras juntos mientras se cuentan sin ganas lo que están haciendo y hablar otra vez de política, de las minas, pero como disco rayado sin ganas ni de darse los teléfonos y direcciones y sin aparentar sorpresa ante el descubrimiento de que tienen amigos o conocidos comunes pensando para sus adentros nunca voy a llamar a este huevón qué lata, caminar rápido y con alivio cuando el otro ya se fue y olvidarse cambiando la imagen y el recuerdo mismo de lo que había pasado allá, achatándolo y borrándolo porque no valía la pena. O a lo mejor sí.

Mientras que a estas alturas las calles de Santiago se llenaban de huelguistas, secundarios, universitarios, obreros de Obras Públicas, empleados fiscales, particulares, de correos, de la salud, profesores (todavía no agrupados en una sola organización gremial, de Arica a Magallanes), microbuseros y obreros industriales, mientras las poblaciones comenzaban a agitarse, despertando por las migajas ofrecidas por la promoción popular y la operación sitio, llevando a cabo las primeras tomas, ya se había ensangrentando Puerto Mont y los campesinos cebados por la incipiente reforma agraria comenzaban las primeras tomas y llenaban de sangre Los Andes. Los paros de la CUT se había sucedido desde el de 1967 (a raíz de uno por año) que llenó de barricadas Santiago y provincias, para culminar en el del 69, que transformó sectores de la capital en campo de batalla, sobre todo la población Caro y la Universidad Técnica, claro que no hay que dejar de mencionar las barricadas en Macul, al frente del Piedragógico.

Y hubo algunos otros que ya habían pasado por los tribunales de Menor Cuantía de la historia luego de una manifestación estudiantil. El ratón Gonzáles, compañero del Instituto, como el Barrera, que había enserado pisos para poder echarle padelante en los estudios en ese plantel que contaba entre sus estudiantes a una buena proporción de jóvenes provenientes de la Clase Media Acomodada. O el Tonko, que parece que tenía ascendencia yugoeslava, que con unos primos se robó la leche Caritas de la población “porque nosotros somos pobres y esa leche es para los pobres”. Gonzáles trabajaba como ayudante de un pintor en la tarde y les hacía los dibujos a los cabros por diez pesos. El profe había llegado con su aliento a caña y había empezado a colocar siete corrido. No hace mucho había sabido que el ratón había conocido a una gente en unos pules y que estaba haciendo con alguien trabajo político en El Volcán. O parece que me equivoco y estamos hablando de Barrera. A estas alturas del partido los nombres se confunden y las caras se confunden todavía más.

Pero la vida sigue igual. La madre, apresurada, en bata, sin lavarse todavía y con los bigudíes puestos, se dejaba estar, dejaba aumentar su volumen, el perímetro de la cintura, se descuidaba de las acechanzas del fantasma del Mal del Tordo al pasar los cuarenta que aquejaba, parece, a las mujers de la familia, destino del que las hermanas rezaban por salvarse, mientras la madre calentaba el agua, tostaba el pan sin preocuparse ya más del doctor Lazaeta ni de las dietas vegetarianas, mientras la radio, que emitía por ejemplo las noticias del Correo de Minería, era el complemento del diario matutino tradicional del padre, podemos suponer El Mercurio o La Nación, mezclando ambos medios de comunicación su mensaje informativo con los sueños todavía a medio disolver, como una tableta antiácido, con los pensamientos y planes privados de los contertulios, en ese desayuno parco pero lleno de promesas, primera actividad del día, quizás la única ocasión en que come la familia reunida, como en la misa, en que se van a sentar uno al lado del otro, ocupan casi todo el asiento, las hermanas, después los padres y él a otro lado, porque la familia que reza unida permanece unida y en Santiago, a lo mejor en Chile todo el mundo toda la gente se separa, un sociólogo habla del país o la ciudad de los hombres isla, y así el desayuno viene y se va, entregando una especie de orden del día, sobre todo para el joven, que de a poco estaba llegando a una concepción de la Universidad a la que por tradición y doctrina tendría muy luego que ingresar, que era bastante distinta a la de sus progenitores.

No pasa nada señores. El cura enebra su rosario sacro de palabras y parábolas, él todavía se distrae con la mirada fija en las pantorrillas de las niñas que se arrodillan o se levantan o se sientan como unos trigales mecidos por el viento de la palabra del sacerdote, que ahora abre los brazos y le baña media cara un halo de luz sobre el que flotan motas de polvo súbitamente encendidas color oro. Se acuerda de cosas pasadas en las matinés, corridas de mano en que a veces las niñas mantienen firmemente las manos entre las piernas estableciendo una frontera infranqueable ante los ruegos susurrados, y no se crea que las más pituquitas, no, mientras se para o se oscurece la película, ya pus cojo, de atraques en el parque, de las cachas en los trabajos de verano y así se deja balancear por el ronroneo del sermón. Los trozos de mármol reconstituido del piso hábilmente ensamblados y cuya disparidad con los trozos de los lados no se advierte merced al empleo de una suerte de argamasa obscura y brillante, fingen enormes monstruos, catedrales subterráneas y piranésicas surcadas de figuras encapuchadas que portan antorchas.

Descreyendo, distrayéndose, parado atrás, con las manos cruzadas delante del sexo, de modo tal de adoptar un aire muy respetable, pese a su edad juvenil, haciendo que las bocamangas de la chaqueta azul, el blázer, aparenten mostrar casualmente los blancos puños de la camisa de lino y las colleras de oro con sus iniciales grabadas regalo de abuela. Mientras la letanía se interrumpe en el interior obscuro y recién inaugurado de su cabeza, aún blando, con la preocupación de observarlo todo pero a medias desde la altura no acostumbrada de un joven de unos diecinueve años que acaba de pegar un estirón tardío y que intenta rescatar el equilibrio perdido con el cuerpo casi infantil de no hace mucho y que se yergue desconociendo un poco ese nuevo esqueleto. Hay una leve deficiencia en la punta negra del zapato que denuncia su gris amenazante bajo la supuesta cobertura negra brindada por el betún nugget, un asomo de brillo y rodillera en la pierna del mismo lado del pantalón gris, el color más práctico, el más resistente a las manchas y el polvo, un pantalón de batalla que se usa y gasta incluso los domingos siguiendo el eclipse paulatino y nunca confesado de las entradas familiares, que sabe pero que no puede enrostrar directamente, ni menos entrar a plantear en forma interrogante aunque sensible y discreta en el seno de la familia. El traje de dos piezas ha adoptado un rango dominguero, humillando la autoconciencia naciente del joven, llenando con otro motivo de timidez su cabeza gacha, ocupando un lugar importante junto al acné, el crecimiento desgarbado y la pérdida definitiva de los últimos restos de la belleza infantil, sólo reconocida en su totalidad y plenitud en el momento de su pérdida, es decir, en el que nos encontramos. El cristal de un azul ultramar del color base de los vitrales surcados de pájaros realza y presta a la nave un resplandor ceremonioso, no cotidiano, y podemos suponer es ese mismo ceremonial es lo que presta alas al recogimiento supuestamente producido en la masa feligresa por la Palabra de Dios, pero nosotros sabemos que dicho factor, junto a las necesidades de la representación social ocupan el mayor espacio en dicho modo de comportarse, en sectores como los analizados que no tienen la posibilidad de acceder al respeto religioso en forma pura, sin la mediatización que supone la pompa que hace la iglesia, de esa sociabilidad que construye o refuerza con sus jerarquías, avances y exclusiones bajo la bóveda misma que encierra o protege estos cantos corales y oraciones.

Testigo forzado de las peleas domésticas y auditor obligado de los alegatos, convencionalmente extinguidos al mínimo de los susurros vehementes por respeto y vergüenza ajena,— la prohibición frente a los espectáculos y secretos sagrados—, que oye pero trata de no entender pero que comprende, provenientes del dormitorio matrimonial, separado del suyo y del de las hermanas por sendas paredes delgadas a lado y lado. Se supone que él no es consciente de la situación económica, pero en su mente semiadulta y ávida recién estrenada empiezan a brotar los planes y programas destinados a un rápido paliativo de esa situación que en efecto hiere su estabilidad en un momento en que necesita de una infraestructura de base para garantizar su funcionamiento como persona en esos momentos difíciles de fines de la adolescencia y entrada en eso que se llama la juventud. Y así se le va preparando para el futuro una mentalidad quizás no de Hombre de Negocios, pero sí de persona práctica dentro de lo posible en el medio en que desenvuelve, cuyas raíces sabemos se hunden en el marasmo siempre presente de las vivencias psicológicas y sociales anteriores como esa mansiones del Sur de Estados Unidos que aparecen en las películas, con columnas blancas hundidas en la greda o los pantanos, como Tara en Lo que el Viento se Llevó que hizo llorar a la abuela que a veces todavía lo lleva al cine como cuando era chico y a cuyo lado se sienta, autoconsciente y bochornoso en el intermedio sospechando o temiendo la presencia de compañeros de liceo, conocidos o sobretodo y lo que es peor, de niñas que a su vez comenten con otras niñas conocidas o fuente de interés que el Palote estaba con la abuelita en el teatro. Pero la famila es la famila y de vez en cuando hay que hacer sacrificios.

Pero las inquietudes respecto al futuro económico pueden no ser suficientes para evitar que quizás menosprecie aunque no descarte definitivamente la alternativa futura de ser empleado de banco, como su padre. Uno se mete al comienzo nada más que por un par de años mientras se prepara para volver a dar el bachillerato o la prueba de aptitud académica para mejorar el puntaje y después se queda en esa pega toda una vida melancólica. Aunque no podemos negar que un trabajo en el banco ofrece una seguridad, el escalafón y un módico incremento salarial a lo largo de los años, además de servicio médico y buena jubilación, balnearios para los empleados en todas las regiones del país, contando a las finales con la perseguidora si las cosas salen bien, o siguen igual y uno se aguanta los años. Una seguridad que en esta década de acelerada restricción del poder adquisitivo no basta para evitar el abismo cada vez mayor que se abre entre el poder comprador real de un empleado particular o fiscal aunque tenga una carrera prolongada y los precios cada vez más altos. Pero quizás esas ventajas casi garantizadas y ese nicho de estabilidad a futuro en estos tiempos inciertos cambien incluso sus planes largamente acariciados de reconocer cuartel en el creciente ejército de los profesionales liberales, en un comienzo la esperanza natural de los padres ante todo nacimiento de un hijo varón, y que éste casi invariablemente pasará a adoptar como suya con el correr de los años, lo que nos ofrece un ejemplo claro de introyección en la progenie de las normas, creencias y esperanzas sociales, sobre todo las provenientes de la familia, átomo y piedra miliar de las organizaciones sociales más abarcadoras.

El joven cuando era todavía un niño y estaba en los últimos años de la preparatoria era ocasionalmente interpelado por profesores, inspectores, el doctor y el dentista, el profesor particular de matemáticas, porque es un niño flacucho, palidito, decente, que cae simpático aunque sea un poco retraído porque esa misma fragilidad despierta un cierto interés protector. Es un niño educadito que siempre responde a los adultos de la familia, a los conocidos y amigos de los padres, cuando le preguntan ¿Y qué vas a ser cuando grande?. Se ruboriza un poco porque es tímido, porque ya cree que es grande, y contesta “Voy a ser abogado”.

Pero por otro lado y como está por salir del liceo, la verdad es que esa parte convencional y pública de sí mismo y de sus días, esa mitad de vida no clandestina en los adolescentes y jóvenes, no puede menos que advertir el rápido ascenso económico y porqué no decirlo social de los profesionales técnicos. El mito de las relativamente nuevas “carreras cortas”, ya se insinúa aunque con cautela en las conversaciones de la familia en torno a la mesa del desayuno, el almuerzo o la comida; aparece en las palabras del profesor jefe del curso, en las del orientador del liceo, pero es algo que todavía no se ve con mucho entusiamo en los medios de las así llamadas Clases Medias, sino más bien como una presión de la realidad que se acoge no sin molestia, algo con lo que se cumple sólo mencionándolo como un hecho que no se puede ignorar, incluso en el seno de las buenas familas como somos todos nosotros. En realidad y hablando en plata todos esos son destinos torcidos, que se queman como el pan en la puerta del horno, o salen medio a salto de mata, como por ejemplo entrar a la Escuela Militar, que no podemos negar tiene sus ventajas suplementarias como el brillo de los botones, la admiración de las niñas bien en la vida social y oficial y la fácil frecuentación de las empleadas en los parques y la Quinta Normal el sábado o domingo en la noche, que ante el interés de los jóvenes cadetes abandonan inmediatemente por ellos a esas huestes plebeyas y grises de pacos, conscriptos y estudiantes secundarios y universitarios. Lo mismo que estudiar en una escuela vocacional o técnica, con la imagen del atletico y bien parecido joven en mangas de camisa inclinado sobre algún mecanismo, que aparece en varios diarios y tabloides de la capital. Pero no. Ese futuro se asimila al que le ofrecen a las niñas de contraparte las revistas o periódicos, casi con la misma imagen pero en versión femenina, de las academias de taquigrafía al tacto en un mes y quince días, de corte y confección (Academias Elioré), aunque podemos afirmar que en el sentir de la gente y los estamentos afectados el proceso ha sido pese a todo bastante rápido: ya han entrado en la conciencia social de la Clase Media las carreras técnicas, carreras cortas, la imagen publicitada por las revistas en cuestión. En estas circunstancias, un joven como el nuestro — con abuelo coronel de ejército, delgado y más bien alto, llevado por la experiencia del deterioro económico y podemos presumir social, si siguen así las cosas—se plantea o acepta la posibilidad casi concreta de ser contador, o dedicarse a los negocios, sin para eso tener que dejar la universidad cuando entre a trabajar, se pueden ir sacando ramos, abundan en las bocas prestas a proporcionar ejemplos constructivos las historias de esos jóvenes que trabajan y estudian exitosamente, aunque él no conozca a ninguno. Pero ya al abrirse siquiera a esa posibilidad demuestra tener una mentalidad bastante despierta, bastante práctica si tenemos en cuenta sus más profundas aspiraciones y deseos y que pisa el umbral de sus diecinueve años.

Pero en la misma medida del paso del tiempo y en un proceso que parece ser inevitable, el mundo del muchacho y de la familia se distanciaban, y lo que de él quedaba en el hogar era a la postre una imagen suya que la madre sobre todo se había hecho, como un señuelo que fijara y distrajera la atención de la familia mientras él se adentraba más y más en los zarzales y andurriales de su propia vida. Como pasa por otra parte con todos los muchachos y muchachas que pasan por la adolescencia y la temprana juventud en el seno del hogar familiar. Continuó yendo a la iglesia los días domingos, saliendo todos los días a las siete de la mañana de la casa —cuando después entró a la Universidad decía que iba para allá —bastaba con eso y salir peinado y con la corbata puesta. El viejo se había cabreado de las tandas a correazos y los interrogatorios (de hombre a hombre) y más chico ahora— a medida que el joven crecía y echaba algo, no mucho, de espaldas— y más calvo, con bolsas en los ojos, prefería mantener un acuerdo tácito en la medida en que ningún intruso, torpe o desadvertido, fuera a romper estas apariencias de vida normal familiar. El territorio oficial que importaba mantener era el de la casa, los momentos de vida en común, que adoptaban una forma bastante rígida, a prueba de balas. Ya nadie hablaba del futuro brillante de los primos para sacarle roncha a él, por ejemplo de ése, claro, el mismo, ese más buenmocito, que ya era oficial de la Escuela Naval y del que hablaban embravecidas las hermanas menores, sin atacarlo a él en forma directa, pero hablando provocativamente, envalentonadas, sacándole pica a él que no iba a ninguna parte, porque eso sí que sabían las putillas, que entendían implícitamente que el orden no podía ser roto, y se aprovechaban, y él tenía que sumarse a esas adulaciones de sobremesa, siendo la verdad que cuando se lo encontraba por casualidad caminando por Providencia ni se saludaban y el otro pasaba con los ojos claros, grandes, vacuos, como de vaca, era un huevón de siete suelas, al que le daba todo lo mismo y con el cual no se podían conversar ni dos palabras.

Los muebles del living terminaron por ese entonces de envejecer hasta que la mamá los tapó con una cretona floreada, no muy charra, que las hermanas le ayudaron a formar en fundas en la máquina de coser que le habían comprado a la vecina y por acuerdo tácito ya nadie hablaba de comprarse un amoblado nuevo ni de volver a pintar la casa. Los trabajos de verano habían servido por lo menos para que los cabros salieran. El viejo, con la mala racha se estaba poniendo medio desencantado de los democristianos, tomaba un poco más que antes y más seguido y le había dicho conciliador que ya que el servicio militar se lo había sacado por el abuelo coronel retirado al menos le iba a servir para algo quq fuera a trabajar al campo otro verano para hacerse hombre, aunque él no era tonto no lo iban a a hacer leso y lo que pasaba en realidad era que los cabros se iban a pegar unos polvos al campo con las minitas, con la chiva de los trabajos de verano y a las hermanas seguro que también ya se las habían pasado por las armas, porque la juventud de ahora era puro sacar la vuelta y que les sacaran fotitos y recibir invitaciones de los dueños de fundo, y hueveo y dejar unas cuantas casuchas mal paradas que ahí quedaban porque quién les iba a terminar de poner el techo, hasta que llegaban unos huasos y le metían adentro unos chanchos o las usaban de gallineros o algún vago o afuerino las usaba de guáter o para pasar la noche.

Ahora es cierto que por otro lado con la mayoría del huevonaje que iba no se podía hablar nada de política, no les interesaba, iban puro a pasarlo bien, claro que había de todos los pelajes y algo se podía hacer, con los cabros más interesados, que en realidad iban a trabajar, y querían meterse con los campesinos y les tocaban guitarrita, se bailaba cueca y armaban sus pichangas y los campesinos les decían a todo que sí y después se reían de los futres, tan huevones, siempre como que les ofrecían cosas, les querían pedir que hicieran cosas, les trataban de explicar lo que ellos ya sabían de más, comprometerlos, qué se yo. Claro que a los cabros demos los administradores de los fundos les echaban los perros cuando los más interesados trataban de salir a reunir a los campesinos y darles charlas con el libro ése de Paulo Freire para entablar un diálogo de igual a igual, que ellos tienen tanto que enseñarnos a nosotros como nosotros a ellos, Palote, y a lo mejor más, pero los campesinos se notaban bastante cerrados claro, o se hacían medio los lesos, porque ellos son los que se se tienen que quedar ahí porque son de ahí y a dónde se van a ir y ellos van a ser los que van a sufrir las consecuencias después que los pijes, los futres, los hijitos de su papá se vayan a Santiago y buenas noches los pastores y si te he visto no me acuerdo y los cabros métale hablando de cambio y hasta de revolución y claro que los campechas tenían harta razón, y no son tontos fíjese, se dan harta cuenta, aunque no se van a meter a hablar con los cabros que más la revolvían s y trataban de meterse con ellos, si no con los otros, a esos más calladitos y que trabajaban déle que déle, porque así es la gente del campo, ellos observan no más, calladitos, y no te conversan así de buenas a primeras, Palote, sino que cuando uno está un poco cocido y medio aparte del resto, además de que saben con quién pueden hablar y con quién no, que no porque son del campo van a ser todos huevones, aunque lo parezcan.

Y claro, los cabros empeñosos y más comprometidos en la cosa de la FECH y de la secundaria se choreaban tratando de parar el hueveo y el guitarreo y las cachas en los campamentos y querían que saliera el trabajo y trataban de darle con la alfabetización y qué problemas hay en la comunidad, y nada, y con los viejos lo que sacaban era mutismo, y nada, y con las autoridades, mejor quedarse callados, subdelegados, gobernadores, en el fondo no quieren nada, no quieren ni oír hablar de imposiciones, escuelas rurales, sindicalización, salario mínimo, que los curas dicen en la misa en las paroquias, no todos claro está, no queremos comunistas que vengan a perturbar la inocencia y la bondad de nuestro pueblo con doctrinas diabólicas y los campesinos a veces quedaban asustados “mire joven mejor no venga más porque el patrón...” mientras que los de los fundos y los regidores les organizaban a los cabros asados y recepciones y les prometían colaboración y el profesor de la escuela rural curado como teta con el terno brillante hacía discursos aunque no venía preparado y después de un par de semanas lo único que querían los cabros era volverse a Santiago y entonces uno les caía y les explicaba la cacha de la espada y la pirinola chica y zás los más metidos te abrían el corazón, se destapaban, decían que creían que la cosa era muy otra que no vinimos aquí a puro hacer la pará y nos habían prometido todo el apoyo y la moral cristiana nos dice que hay que dar y tenías razón Palote, hay que empezar por abajo y a fondo y esto en cambio es la pura aliñada puros saltos y peos y vamos cambiando direcciones y téléfonos para cuando volvamos a Santiago pero después en Santiago ya estaban ellos también muñequeando en la FECH y lo he pensado mejor y a la postre na ni na.

Y vino el golpe bajo para el viejo pero sobre todo para la vieja cuando la del medio se salió del liceo, porque ahora las mocosas estaban en liceo porque los precios de los colegios particulares buenos para las niñas habían subido hasta perderse en las alturas del cielo de lo inalcanzable, sólo vehiculizados eventualmente en los sueños sueños son provocados por los enteros de la Lotería de Concepción, la Polla Chilena de Beneficencia, los plenos en la ruleta del Casino de Viña, cada vez menos frecuentado y la cabra se metió a estudiar taquigrafía y dactilografía al tacto en un mes y quince días para salir pololeando como al mes con un cabro mecánico que trabajaba en un taller por aquí cerca y no entraba en la casa y la esperaba en una esquina, bajo un farol, enchaquetado de cuero fumando. Esta niñita es un desastre.

Y la abuela cada vez más sentimental que lloraba cuando leía las noticias de terremotos accidentes de trenes en otros países o con los aviones que se caían decía pero tiene bastante buen lejos es un muchacho bueno decente y trabajador, eso es lo importante, y que no la maltrate, que la trate bien y la mayor se había metido a trabajar de oficinista en una empresa particular y salía casi todos los sábados a fiestas en la oficina o a otras fiestas, quién sabe con quién, vaya a saber uno y llegaba a las tres de la mañana, ligerito vai a salir con tu domingo siete, le decía el padre que los fines de semana miraba televisión hasta tarde fumando con su botellita de tinto a la mano, Santa Elena sin H y la cabra más chica repetía el tercero medio, mientras los primos estudiaban agronomía o arquitectura, en una de estas hasta medicina o leyes, no sé no me fijé, no me acuerdo, no me quiero acordar, para qué hacerse mala sangre y sus noviazgos aparecían en la crónica social del Mercurio, claro que sin foto y en aviso chico, pero en fin, y que la mamá recortaba con la tijera para las uñas, minuciosamente, cuidando de no pasar a llevar ninguna letra, para pegarlo en el álbum, porque después de todo eran familia mientras el papá guardaba silencio leyendo el parte porque los habían invitado a la ceremonia de la iglesia nomás y ni una palabra de la recepción en la casa y el viejo decía en fin, así no tenemos que comprar regalo, hay que mirarle el lado bueno a las cosas, todo tiene su lado bueno, se estaba poniendo medio dolcevito el viejo, llegaba a veces con la nariz medio colorada, claro que había tomado siempre pero antes por lo menos no se había puesto desvergonzado, trataba de guardar las apariencias y la mamá se ponía a gritar que claro, como se trata de mis hermanos, y siempre les tuviste envidia porque son todos profesionales y no empleaduchos y venimos de mejor familia que la tuya, y el viejo se pasaba la mano por la frente, se alisaba el pelo cada vez más inexistente y se levantaba despacio del sillón sacaba el sombrero del paragüero y se mandaba cambiar tranquilamente, cerrando la puerta de calle con suavidad con sus dedos gorditos, y la mamá se iba al dormitorio a pegar el aviso en el álbum con los otros de graduaciones, bodas, nacimientos, defunciones—que se llaman obituarios—y hacía un cartel con el fondo de una caja de zapatos y lo ponía por dentro en la ventana que daba a la calle—se hacen costuras—luego de una larga lucha interior, la gente puede pensar lo que se le de la gana, anunció cuando salió vencedora con el letrero y decía como al pasar para que ellos la oyeran que tan pronto uno de los niños se independizara, que ya estaban bastante grandecitos, iba a arrendar la pieza del fondo que tenía baño, entrada independiente por la puerta de atrás y antes era la pieza de la empleada y seguro que iba a conseguir plata para el regalo para que no quedara la mal la familia y los iba a obligar por vacas y creídos a tener que mandarnos una carta o una tarjeta de agradecimiento, aunque fuera impresa y con la pura firma escrita a mano nomás.

Pero si para eso está la política Palote, ¿para qué otra cosa?, para entender que las cosas son como son, le hubiera dicho el Barrera y estaba un poco asombrado y un poco temeroso viendo cómo se le desarmaba el naipe a los viejos así, tan de repente, y al mismo tiempo como que le gustaba un poco, era como una revancha, tanto que lo habían hueveado a él, y se sentía un poco culpable, pero era más bien un contento del entendimiento, dulcificado un poco por la compasión de ver debatirse a esos seres queridos en la preservación de un status que se derrumbaba según lo iban haciendo las circunstancias materiales, centradas hasta ahora fundamental y únicamente en el sueldo del padre y los pocos pesos que se le antojara dar a la mayor los fines de mes si estaba de buenas. Así incapaces de otra cosa que una amargura, una especie de resentimiento vago contra el Estado de Cosas imperante, se efectuaba un trabajo minucioso pero que a veces se relajaba bastante para mantener las apariencias, encuadrar el presupuesto familiar, hacer calzar las cuentas, habiendo ya perdido o dejado en el camino las decididas intenciones de trepar hacia o recuperar posiciones que no significaban tanto el disfrute material, de adónde, con lo que ganaba el viejo que era la única entrada fija del hogar—y se miraba al resto de los contertulios de la mesa del desayuno, desempleados o subempleados—, y que estaba lejos de ser suficiente pese a los años de servicio y el sueldo de sub gerente y la casa propia pagada. De lo que se trataba más bien era de la representación social, muy menoscabada por las circunstancias de crisis económica y política por las que atravesaba no sólo la familia, sino el país entero, en una de éstas Latinoamérica y El Mundo, si uno le creía a Barrera o a Jota Posadas, esos sueños parecían flotar más allá de toda posibilidad incluso de mantener la apariencias aunque fuera. Porque aquí los únicos realmente perjudicados somos nosotros, los de la clase media, decía el viejo, los pobres no sacan nada con preocuparse que no van a sacar nada de todas maneras y los ricos no tienen de qué preocuparse.

Sin que existiera la voluntad para llegar a un entendimento de las circunstancias materiales y sociales, vulgo infra, que pudiera empujar a la familia como contingente social aunque fuera mínimo hacia las filas del cuestionamiento de las bases económicas y sociales en que descansaba el orden de cosas en que se debatían, fenómeno por otra parte casi imposible, dadas las características de las clases medias en lo que respecta a una cierta capacidad de rebelión contra el sistema, a lo que se oponen por otro lado sus ansias de ocupar un lugar seguro en ese mismo sistema que parece negarles las posiciones y entradas económicas que tanto se merecen. Y entonces en esa disyuntiva en su fuero interno o se culpan ellos mismos o se inventan esquemas persecutorios a nivel individual, aserruchadas de piso, puñaladas por la espalda, incomprensibles postergaciones por parte de una institución a la que uno ha entregado los mejores años de su vida y así te pagan. Pero ese es el Pago de Chile.

Y era en el liceo, que el Instituto después de todo no es más que un vulgar liceo, un poco más pituco quizás, donde se había comenzado a hablar de política. Con el rucio Eugenio, que por otro lado era hijo de yugoslavos, comienzan a arrancarse después de almuerzo al centro. El portero ya los conoce, es un tipo paleta, medio coloradito, del campo parece, que siempre cierra un ojo y dice “un ratito nomás patrones, sinó me llega luma”, cuando se arrancan después de su magro y repetitivo almuerzo de medio pupilos, aunque en realidad todo el mundo sabe que se arrancan pero se hace la vista gorda porque están en el último año, ya están con una pata en la calle, y entonces varias veces por semana se van a pasear al parque y a él le interesa ver si ve a algunas cabritas de los colegios cerca, ojalá del liceo de mujeres que son menos creídas, aunque el Eugenio lo único que hace es contar películas y de lo buena que son las minas del barrio donde vive él, que no es mucha cosa tampoco, ya que vive por Macul, por una población nueva que hicieron, casas pareadas todas iguales y cuando hay mocha o huelga y el Centro de Alumnos ordena salir a la calle y los profesores se encierran en la sala del consejo. Eugenio siempre lo obliga a andar por la vereda si los otros cabros van por la calle, o un poco atrás si todos van adelante, y siempre le va contando sus películas, la mitad son otras versiones modificadas de las películas que ya le ha contado un montón de veces pero siempre con algún detalles diferente o inventados y a él le da no se qué pararlo, hablando a su lado más bien desde abajo mientras él mira los bancos, el pasto, atisbando la posibilidad de las falditas azules remangadas, del cuarteo.

En la casa le dieron una bonificación en el banco al viejo y se compraron televisión y ya comenzó a darse cuenta de que Eugenio lo aburre un poco y le empezó a sacar la vuelta en los recreos, sobre todo desde que conoció al Alejandro y al Ernesto, al Barrera ya lo habían expulsado parece, que también se metían en los chuchoqueos de las elecciones del Centro de Alumnos y en realidad tenía ganas de salir él también a la calle en las huelgas, de tirar unos peñazcasos caídos y arrancar de los pacos con los otros cabros. Una vez, después del alza de las micros, la mocha en el centro fue más peliaguda que otras veces, andaban unas minitas que conocía, que le hacían señas y alguien le dio un codazo, mira, esas minas te están mirando, te están dando pelota, Palote, cuando se acabe la concentración las llevamos al parque, o al cerro, las palabreamos, les compramos un helado, las llevamos aunque sea al teatro, aunque sea para correrles mano ¿andái con plata, Palote?, aunque sea nomás para correrles mano, pero no, eran otras cabras medio pitucas, amigas de la hermana, no eran las del colegio que quedaba cerca del Instituto y que se sabía que se dejan, él ardía de ganas de mezclarse con los cabros que iban adelante y meterle conversa a las niñas, y el Eugenio dale con decirle que se quedaran un poco atrás mejor, Palote, y contándole Por Unos Dólares Más, ya se la había contado como doscientas veces y el medio distraído, obligado a mirar al otro ladeando la cabeza, bajándola, porque Eugenio era bastante más chico, tratando de ver si algo pasaba adelante y cuando la cosa terminó había varios cabros heridos y el Alejandro andaba restañándose la frente con un pañuelo haciendo harta alaraca y le dijo “No te vimos en la mocha, Palote”, y sintió un nudo en la garganta y comenzó a ponerse colorado y a tartamudear inventando cosas, pero el Alejandro lo dejó hablando solo y se dio la media vuelta, le dio la espalda y ya no lo saludaban los otros cabros metidos en política y no se volvió a hablar más de invitarlo a la sede del Partido Socialista de Chile en San Martín 122.

Pero los tiempos cambian, nos vamos poniendo viejos, y los tiempos estaban muy agitados y siguieron las manifestaciones y a veces hasta con sus tontas barricadas, y Eugenio se quedó muy atrás, caminando despacito por la vereda y él se bajó a la calle y caminó con los otros más rápido y después de unas cuantas veces ya era de los primeros, y se notaba, “Miren chiquillas, ahí viene el Palote”.

La mamá lo mira con ojos espantados cuando les cuenta los pormenores de las huelgas a las hora del desayuno, la comida para dárselas un poco mandarse las partes, las manifestaciones, las concentracions, las peleas, los boches, el huanaco, los heridos y el papá le dice a la señora “Espérate a que le den unos cuantos palos, entonces va a aprender a meterse en boches. Si lo agarran preso yo no lo voy a ir a sacar”. Y entonces un poco de la timidez que le quedaba se le pasa, los cabros más metidos del liceo lo saludan, cómo estás Palote, le palmean la espalda al pasar y hasta las hermanas lo miran como a alguien medio importante y seguramente le van a contar a las cabras amigas o compañeras del colegio que su hermano se va a metar a las concentraciones que hacen los estudiantes de la Universidad y que la mamá está muy preocupada, y él se promete a sí mismo que la próxima vez sí que va a ser de los primeros, y va a gritar adelante como el Ernesto “pacos chuchasumaaaaadre” mientras hace canastos con las dos manos o se agarra las huevas, y en realidad ya no tiene miedo y es que era pura culpa del Eugenio, que lo sacaba de las mochas y se ponía a conversar de las minas que ve en las revistas, de las películas, de lo que piensa ser cuando grande, de irse a Estados Unidos y del auto deportivo que vio en una revista.

Pero es en ese momento que advierte un repunte de la preocupación de la madre y percibe la severidad del padre que deja entrever incluso una secreta hostilidad. Es entonces que percibe un incremento paulatino de la vigilancia que se ejerce sobre su persona. Ya no es el hijo hombre, el niñito de la mamá sino un cabro porfiado y díscolo a quien hay que interrogar sobre lo que hace en los ratos libres, confinar en su dormitorio largas horas vespertinas a hacer tareas a estudiar, aunque ya está por salir del liceo y tiene notas bastante pasables, para que esté ocupado, para que no se le ocurran maldades, qué se yo, mientras viva bajo este techo. Soportar las crisis de la madre “este niño me va a matar”, o “espérate que le cuente a Romualdo”. Las conversaciones de sobremesa y sin testigos con el padre (de hombre a hombre), no tan inclinado a dejarse engañar como en la primera conversación de hombre a hombre, ya que ahora le preguntó de frentón si se corría la paja, aunque por supuesto que debía saber la respuesta, el viejo no era huevón, e incluso le ofreció llevarlo a putas una noche para que se quitara la inquietud.

Ahora volvía a aparecer la amenaza encubierta, no la abierta de antes del Fantasma del Patrocinio de San José, y en boca de la abuela que tanto lo consiente, y que es una cosa que ya no existe, del año del ñauca, de cuando se amenazaba a los cabros con mala conducta de que los iban a meter a la Escuela de Grumetes. Pero es más para meterle miedo que para otra cosa y el resto de la familia no interviene, porque ya casi está en edad de arreglárselas solo, de vivir solo si le antoja, de mandarse cambiar, claro que no puede. Pero con todo y de alguna manera parece que en realidad no se han dado cuenta todavía de que ya no es El Niño de sus primeros años de liceo o de antes, pero a lo mejor en realidad inconscientemente esa preocupación está pronosticando otros futuros inciertos incluso para ellos, o es que a lo mejor se proyecta una sombra amenazadora sobre el futuro ordinariamente no muy luminoso, así, en general, de todos, y hay que expresar de alguna manera eso que se siente en el ambiente, de lo que uno no se da muy bien cuenta, que aparece entonces un poco en la faz congestionada del Hombre Calvo sentado al otro extremo de la mesa, que tose con su tos de fumador, con su nariz un poco roja de curaguilla, pero que ahora deja lugar al Hombre Cansado Sostén de la Familia después de casi treinta años de trabajo mal reconocido, mal remunerado, que ha pasado con mediano brillo por todas las secciones del Banco, a quien no se le conoce ninguna caída extraconyugal, experto en evitar las conseguidas que sin embargo le han arrebatado en un trabajo de zapa de años el lugar que legítimamente le debiera corresponder en la Institución a la que ha servido fielmente por tanto tiempo, a la que le ha dado su juventud, los mejores años de su vida. Y que siendo un padre modelo, no puede menos de preguntarse en voz alta qué ha hecho para merecer tal hijo, terminando como filósofo pesimista por desarrollar el sistema de Discépolo en el sentido de la injusta retribución de este mundo hacia los Buenos y Honrados, anunciando su propia muerte prematura acelerada por el sufrimiento; “Los buenos mueren jóvenes”.

Y entonces los proyectos futuros que le tenía la familia se fueron yendo de a poco a la cresta. Tan pronto como había entrado a la Univeridad había comenzado a dejarse arrastrar al chuchoqueo y las manifestaciones por las malas juntas, pese a lo que le había prometido a la mamá, a la abuela llorosa, al papá iracundo y congestionado, que no, que no se iba a meter. Al comienzo las seguía desde la vereda, con ese cabro con el que que eran amigos desde el Liceo, el Eugenio, que parece que era descendiente de extranjeros, ahora estaba estudiando en el conservatorio lo que son las cosas, porque tenía dedos pal piano, o con una cabrita de Francés bastante potable que le gustaba más bien por las hermanas y que vivía por el barrio, hasta que terminó por meterse de frentón, y al poco tiempo ya estaba en los Comités de la Escuela Tomada en la Facultad, el renombrado Instituto Piedrágógico, porque el puntaje del bachillerato no le había dado para más, haciendo turnos medio muerto de sueño, mientras los tipos del Centro de Alumnos ponían discos de la Violeta y Ángel Parra, a cada rato A Desalambrar, y las cabritas repartían café. El primer semestre le fue como la mona, no te preocupes, Palote, le pasa a todos los mechones, le dijo la cabrita de Francés que estaba en segundo y era medio su polola aunque le gustaba más o menos nomás, tenía buen cuero y era grandota, tenía de todo por todos lados pero era medio apavada, pero a lo mejor como compensación por las notas regularonas nomás se metió con más ganas en el chuchoqueo en que ya se había empezado a meter cuando todavía estaba en el Instituto. Además el viejo, resentido en la pega, postergado, había terminado por meterse por su lado en la huelga del Banco, que parece que se iba a extender a otras reparticiones públicas, juntándose con los otros viejos más que a otra cosa a tomar y a jugar al cacho, pero más suelto, más tallero, medio picarón con las cajeras, con las dactilógrafas, poniendo abierta y públicamente al servicio del movimiento delante de ellas si se terciaba su capacidad de más de veinte años como empleado, secretario, cajero y ahora subgerente. Porque la solidaridad, Palote, atraviesa las barreras sociales. Volvía gradualmente a conversar con el hijo, mientras la segunda chiquilla se casaba con un médico recién recibido posibilitando así la tranquilidad de la madre que por fin dio un suspìro hondo de alivio y se echó literalmente en sus laureles, como diciendo, hasta aquí no más llegamos, al fin parce que la cosa está resultando. Se levantaba tarde, cuando todos los demás, la hermana chica, por decir, ya que era una flaca larguirucha, medio volada (como él mismo), y el padre, ya se habían levantado y casi habían terminado de tomar desayuno y se habían ido a enfrentar sus respectivas jornadas.

Cuando los profes en el Pedagógico estaban comenzando a preocuparse del Estructuralismo y enseñaban los modelos pedagógicos americanos y hablaban con envidia y deseo de la Sociedad de Consumo, que entonces le llamaban la Sociedad Industrial Avanzada, los tipos de la Facultad que escribían trataban de imitar a Neruda, Huidobro, toda la vida, unos poquitos a De Rokha, que se mira pero no se toca, como la polola oficial de los cabros bien de provincia, a Parra sólo unos cuantos, el espíritu nacional es medio taimadón, mahumorado y mal agestado, a Guillén uno que otro, aunque no muy rítmicamente, nosotros no somos tropicales, chico, aunque hay unos cabros que se saben de memoria el Yoruba soy o el Cantaliso, José Ramón y los van a recitar a las poblaciones, a Cardenal o a Elliot o Pound, unos cuantos, a Pherse, los poetas Beatnicks, una minoría ínfima, a los nadaístas colombianos, sólo uno, que cuenta que un poeta colombiano que conoce y que vive en Chile le cuenta que J. Mario lo único que lee es el periódico completo todos los días, las noticias, los avisos, las defunciones, todo, y que empieza cuando sale el sol y termina casi al anochecer. Claro que estamos hablando de puros alumnos de Castellano y otros pocos de Filosofía, hay uno de Sociología creo y otro de Historia, y un par de minitas. Mientras que el Cortázar estaba empezando a hacer furor y los tipos metidos en política se partían acordes al surgimiento de la Tendencia Maoísta, Albanesa o Trosca o Luxemburguista de turno y surgía mal que mal y a tropezones la izquierda revolucionaria, llena al principio de troscos troscos y cuartistas y posadistas y chinos, se hablaba del foquismo, se leía a Debray y Marighela—otra vez unos cuantos—se reflexionaba en los grupúsculos sobre la Revolución Cubana y Americana a raíz de la Detente que no terminaban de sufrir los procesos revolucionarios o el retroceso o la derrota de las guerrillas en Latinoamérica que por otro lado parecía inevitable aunque no tanto tampoco no te creas. Mientras desde los partidos de izquierda más establecida, rebautizada como ‘tradicional’—por unos pocos— se condenaba el aventurerismo, la desesperación pequeño burguesa, en las concentraciones y las asambleas se les daba como caja si se podía a los así llamados provocadores troskistas u otros, se desenterraban otra vez los argumentos en pro de un Frente Popular como en Italia (Chile es como Italia, escribe Jota Posadas en una editorial de Lucha Obrera), como en Francia, los radicales trasmitiendo sobre el modelo yugoslavo de Autogestión, los decés mirando con interés los desarrollos en Italia, venerando la experiencia alemana y venezolana. El cura Vekemans dio una conferencia en que proponía como ejemplo comunitario a los Comuneros Flamencos. De Rockha con su secretario muy de terno dio un recital en el Teatro de la Facultad y repartió un folleto contra Neruda donde lo llamaba enorme animal impuro, a lo que el vate responde con sencillez no poética y tanto más ofensiva, “ladrón de gallinas”.

Por que las cosas estaban cambiando y no era la Patria Joven el joven de terno gastado, moreno y feo tras sus anteojos que recorría las calles vendiendo los más diversos artículos, con un maletín lleno de folletos y muestras. No era la Patria Joven la niña de provincias que se detenía ante la puerta de una pensión en la calle Chiloé cargada de maletas, mirando con tamaños ojos. No era la patria joven el cabro universitario mechón de la Clase Media que hacía monitos bastante pasables en la clase de Introducción, debíai haberte metido a la Escuela de Bellas Artes, Palote, casi metido ahora en un partido de izquierda pero más bien flojón, que había conocido un fogonazo como agitador estudiantil al final de sus estudios secundarios, y que cohibido casi no se atrevía ahora a abordar a las niñas universitarias, algunas como sacadas del Para Ti, del Ecrán, de la revista Eva, de Paula, de la Pantalla chica, de la Pantalla grande y que ahora estaba pasando por una época positiva, estaba entrando en tierra derecha, estaba la cabrita de Francés, que estaba cada día más rica, le estaba echando pa delante, merced a la envidia secreta que se juntaba al desprecio que sentía por la parentela más acomodada, los primos que estudiaban ingeniería o medicina, huevones cuadrados, mientras él, gracias a su bachillerato en letras sólo había podido quedar en Pedagogía, y que merced al movimiento de reflujo, en el fondo dialéctico, que caracteriza a algunas personalidades, sino a todas, y como respuesta a su situación medio despelotada de la Universidad había hecho intentos de enderezarse, volver al Buen Camino, centrando un poco su interés en la vida del hogar, visitando a los amigos de infancia que todavía estaban a mano, rehuyendo a los amigos bohemios o muy políticos, conversando con su futuro cuñado –la hermana mayor hablaba de casarse– sobre autos, trabajos, carreras cortas y productivas, de irse a Venezuela, por lo del petróleo, al Brasil, aunque fuera a la Argentina, a Estados Unidos o Canadá, que estaba aceptando muchos inmigrantes por eso del centenario del 67 y donde decía su tío que le daban tierra gratis a los inmigrantes para que fueran a criar pollos y ovejas, plantar trigo o a criar ganado o en último caso a Australia.

Pero mucho de eso para la exportación. Se hace más ancha entonces esa grieta en el sólido frente familiar que había colocado al joven en un terreno de nadie y lo había impulsado en forma paulatina y espontánea primero y planificada después al establecimiento de una doble vida, vale decir las clases particulares a cabritos paltones de la primaria y la secundaria, a través de los despreciados primos, el acatamiento a las regulaciones institucionales y afectivas del hogar, en las horas cada vez más escasas de vida familiar; la vinculación a ciertas figuras contemporáneas o del pasado a las que empieza a mirar borrosamente como modelos, sintiéndose inquieto por la mañana, por las tardes, irrumpiendo en los primeros prostíbulos en patota con todos los nervios anudados y la boca seca. Apedreando en el curso de sus últimos días de su primer año universitario y cuando se presentaba la ocasión en esos tiempos turbulentos, las verdes micros abolladas de los carabineros, sacando los bancos de fierro forjado de las plazas en esas mismas ocasiones para hacer barricadas con ayuda de un montón de pelusas, peleando a puñetes con otros estudiantes de otras afiliaciones opuestas e incluso afines en las salas cerradas, llenas de espectadores, después de asambleas gritadas e interminables. Manoseando a la polola o a otras niñas en la primera función del teatro San Martín, o el Nilo y Mayo a las once de la mañana. Jugando al tele en el café de las esquina de la Facultad, fumando en los jardines o la cafetería de la misma institución, o al frente en los restauranes sempiternamente llenos, con precios módicos. Lanzando papas atravesadas con clavos de dos pulgadas a las ruedas de la locomoción colectiva cuando había huelgas y los choferes insistían en hacer circular las góndolas. Sacando los tirantes de los troleys en esas mismas oportunidades, cosa que había empezado a hacer cuando todavía estaba en la secundaria en las primeras concentraciones, a las que había ido más a que nada para no quedarse afuera y a instancias de un sujeto que fue expulsado y que ya contaba con un nutrido prontuario policial, un tal Barrera. Como queda constancia en el parte policial y en el expediente del Primer Juzgado del Crimen de Menor Cuantía intitulado Barrera y os.

Porque a la primera impresión de la universidad se había mezclado una gran timidez y el deslumbramiento, el vértigo de la biblioteca enorme y obscura y los anfiteatros viejos y abovedados. Ese era el lugar del Saber y la Cultura y quizás de los porvenires y los piticlines. Desde entonces la cosa había de cambiar. Se prometía a sí mismo conseguir, aunque el aspecto del éxito económico estaba como descartado ya desde la partida por la carrera en Pedagogía, por lo menos un puesto de ayudante en alguna cátedra, y se prometía estudiar por lo menos algo que fuera de latín, aunque no descartaba inscribirse en un curso de raíces griegas. Los primeros meses hasta había dejado de ver a los amigos nuevos y a ex compañeros de liceo, se dosificaba a la polola, por otro lado harto ocupada ella también y se pasaba horas leyendo y releyendo en la pieza, en la biblioteca, párrafos difíciles porque intuía que la cosa se trataba un poco de agarrar el modo de hablar para que los libros se abrieran de piernas y eso se iría reflejando en las participaciones en la clase y en las notas, y dentro de unos añitos, si la cosa andaba sobre rieles, podría presentarse a un concurso, si es que había uno, y agarrar una ayudantía meritante, depende de las notas, de cómo le caía al profe, viendo si mientras tanto se pescaba una inspectoría en algún liceo, como el perro Fernández, trabajo harto aliviado por lo que parece, o algunas clasecitas en algún colegio particular antes o después de hacer la práctica. En una cátedra, ni pensar antes de unos diez años, porque aparte de que no tenía casi antecedentes, quizás cuándo iba a tener publicaciones, estaba recién empezando, tenía que morirse algún viejo, que estaban apernados, agarrados como lapas o como locos a las rocas del fondo, donde ni los buzos a veces se atrevían a llegar. No había sido mucho el entusiasmo de los padres cuando se matriculó para estudiar pedagogía, pero como el precio de la matrícula era módico y al fin y al cabo estaba dentro de la Universidad y se podían hacer martingalas como cambiarse de carrera —a él por ejemplo siempre le interesado la psicología y después las artes plásticas— o dar la prueba de aptitud de nuevo, la cosa pasó y hasta estaba un poco mejor en la casa que antes, aunque era evidente que se trataba de un plan a bastante largo plazo.

Pero el hombre propone y Dios dispone. El estrato social del que proviene nuestro héroe parece ser capaz de planificación a mediano y largo plazo, al menos en el país, difiriendo el placer inmediato por una más sólida satisfacción en el futuro, aunque esto parece ser más canónico en las clases medias europeas, sobre todo anglosajonas y alemanas, sobre todo de raigambre protestante, eso ha sido objeto de estudios importantes y diríamos casi clásicos en ese campo, pero se diluye, se desdibuja un poco en nuestro medio, dentro de todo somos un país con una fuerte tradición católica, país que sin embargo cuenta quizás con la clase media más desarrollada y con más ingerencia social de América Latina. Los amigos se cabrearon y dejaron de llamarlo por teléfono a la casa y no fue a la primera fiesta de los ex alumnos del liceo, donde se juntaban los escogidos, de buenas pegas en el mundo del comercio o los negocios, o los que estudiaban leyes, ingeniería o medicina, yendo a lucir las nuevas pintas, las pololas y hasta su tonto cacharro. Pero ya se había hecho la idea y todos lo miraban más que nada como un cabro estudioso, callado, más bien tímido, y el trataba de alejarse de sus últimos años de secundaria y sobre todo de no meterse mucho en la chuchoca, como en ese bochornoso episodio en que los pacos le habían sacado la cresta, esa vez que casi lo habían llevado preso para una manifestación.

Cuando de repente empezaron a producirse los despelotes, primero afuera de la Universidad y de pronto de la noche a la mañana también adentro mismo. O mejor, gran parte de lo que pasaba querámoslo o nó empezaba adentro de las aulas o la Casa de Bello como decían los siúticos y luego se volcaba afuera, a la calle. Un documento de una agrupación emergente de la izquierda revolucionaria calificaba, no sin razón, al estudiantado como uno de los sectores detonantes del despelote político y social. El guatón Baeza, ex compañero de liceo que ahora estudiaba Historia en la misma facultad medio lo agarró un día afuera de la biblioteca, cuando iba saliendo a fumarse un puchito para pegarse un recreo después de estar un par de horas leyendo a Husserl, y lo increpó echándole en cara las viejas ondas del liceo qué se había hecho del Palote que todos pensaban que por lo menos estaría en el Centro de Alumnos avivando la cueca y que no aparecería nunca en las reuniones del Partido que siempre estaba enfermo o tenía que hacer, que decían que andaba medio corrido y que le pasaban preguntando a él si participaba o no el Palote en la U si se había contactado, hacía tiempo que no aparecía ni en las reuniones ni en las asambleas ni en las mochas, y él tenía que decir que no, que no lo había visto últimamente por el despelote de horarios y ramos y era muy grande la Facultad, muy desparramada y costaba ubicar a un tipo y ahora que la cosa de la Reforma empieza otra vez y ahora es más necesario que nunca Palote que todos aportemos nuestro granito de arena pero él se hacía el huevón evitaba el bulto pero el otro dale que y al final se cabreó de tanto hueveo y le dijo que se sabía de más la película no me la vengái a contar a mí y no te olvidís que fui yo el que te la conté primero a vos y que si no fuera por mí guatón todavía estaríai yendo a misa o tocando guitarrita con los cabritos de la patria joven.

Que parece que todavía no se te quita lo beato, guatón, que siempre andai predicando como los canutos, mejor anda a pararte en una esquina con el Glooria a Dios y a dar saltitos, anda a sacarle a otro la culebra que yo me la sé de más y el otro no te pego, no te saco la chucha no te rompo el hocico aquí mismo por eso, Palote, porque valorizo que me hayai abierto los ojos, Palote, por eso no más no te saco la cresta aquí mismo y se mandó cambiar y él después andaba a las vueltas a ver si podía ver de nuevo al guatón y cuando el guatón lo veía lo saludaba al pasar de lejitos como a un huevón del montón nomás y seguía caminando. Pero un día lo agarró en Los Cisnes tomándose un café y le dijo que no creyera, que él también era conciente y que lo que quería era meterse adentro, llegar a ser alguien, infiltrar al sistema, porque es más útil tener a un huevón metido adentro, que en el fondo es lo mismo que presentarse a elecciones a los municipios a las cámaras a la presidencia, hasta a los centros de alumnos para agarrar el poder desde ahí, desde adentro y que para eso él tenía que estudiar que prepararse y ganar tiempo porque lo otro era lo fácil, hacer despelotes, que eso lo podía hacer cualquier huevón y se acababa la huelga se disolvía la manifestación y chao cada uno pa su casa y si te he visto no me acuerdo y si no dime qué paso en Francia hace un ratito nomás revolución por una semana y después cerraron el boliche y punto.

Y el guatón se puso a explicar el carácter revolucionario de las Jornadas de Mayo y que eso es lo que dicen los huevones tibios para justificarse, que eso es lo que ellos quieren, que todos tengamos las ideas que queramos pero mientras nos quedemos tranquilitos y nos portemos bien y no hagamos olitas y le hagamos el juego al sistema cero problema, Palote, ahí tenís al guatón Herrera trabajando en la NU (siempre sacaba ejemplos el guatón, pero eso también se lo había enseñado él, pensaba con pica). Y el guatón le dijo lo que pasa es que estai quebrado, estái jodido ya no tenís vuelta Palote y estas son puras justificaciones y él le dijo que le rebatiera los argumentos que le daba en forma lógica, que si le demostraba que estaba cagando fuera del tiesto a lo mejor se metía a trabajar de verdad en el Partido y el guatón le dijo que no tenía tiempo para andar perdiendo en huevadas en pelotudeces conversaciones de café porque había mucho que hacer y se mandó cambiar dejando el café servido el segundo café que él le había pagado, lo que dio bastante pica porque apenas andaba trayendo para locomoción, si hubiera sabido se compra él otro café en vez de andar botando la plata, que no tenía ni para llevar a la Ema al rotativo que se le había antojado ver otra vez Los paraguas de Cheburgo o Los paraguas del Ché Burgos como le decían por ahí.

Pero desde entonces se había como dado vuelta la tortilla y era el guatón el que lo buscaba y le metía conversa para discutir, incluso cuando él estaba aburrido y le contestaba con bien poco entusiasmo, sí, no, con ganas de irse a leer otro rato un libro a lo mejor de Ortega que había dejado a la mitad. O llamar a la Ema para ver si quería y si le aguantaba pegarse una cachita, pero aveces él mismo se pillaba algunas veces preguntándole al guatón cosas sobre lo que se estaba haciendo, sin tratar de saber mucho detalle, claro, y le daba consejos de cómo hacer esta huevada o la otra redactar este panfleto y el guatón se callaba unos segundos y unas cosas le parecían bien y otras no y luego de un rato vuelta a discutir pero con buena onda.

La historia era percibida como una maquinación a través de los tabloiodes contemporáneos. Se hacía sentir la presencia de las jóvenes generaciones a través de las manifestaciones callejeras, que iban ganando en densidad y amplitud, y expandiéndose concéntricamente desde la tradicional cuadratura de la Plaza de Armas, de la calle Macul frente al Pedagógico hacia las barriadas:marginales e industriales, hacia las avenidas amplias de los barrios residenciales. Un pequeño grupo de estudiantes de la facultad, entre ellos Jarita iban a las poblaciones a entregar un mensaje político, a tocar folclor y leer poesía.

Porque hacia fin de año, cuando también terminaban las clases en el liceo y empezó la huelga de los profesores y estaban todos los cabros por empezar los exámenes y salir por los meses de verano, fue al Pedagógico una delegación de los secundarios que solidarizaban con los profes, a buscar la solidaridad de los estudiantes univesitarios, todo para la foto para la exportación porque ya estaba todo arreglado, y él aprovechó y se fue al tiro en micro al Instituto con otros compañeros, niñitas, huevones. Los inspectores estaban adentro del colegio, los cabros y otra gente y universitarios afuera, y algunos profesores hablaban con los cabros a través de la reja. Otros fumaban haciendo grupitos junto a la entrada principal. Los del Centro de Alumnos estaban discutiendo sentados en la vereda qué se hace con los mocosos chicos si les decimos que se vayan a la casa de todas maneras no se van a ir, se van a quedar dando vueltas en la calle hasta que se arme la mocha y se van a meter. “Ya pos salga señor Fernández que ésta pelea la estamos dando por ustedes”. Pero una cosa es andar de huelguista y darse una vuelta por el patio y decirles a los cabros que no hay clase y carbonearlos un poco y salirse después a jugar al cacho tomarse su cervecita con los otros colegas y otra muy distinta arriesgarse a caer preso o perder la pega ahora que está por terminar el año y ya lo empiezan a jorobar con que saque el título hasta cuándo Fernández esa vieja de mierda de la directora me tiene entre ojos. Pero no se movía nadie de los del Peda hasta que no llegara el Palote, cuestión estratégica, los mocosos lo conocían, era ex alumno del colegio y los cabros más grandes del Instituto que estaban en segundo tercero o cuarto medio lo ubicaban un poco lo conocían. “Claro como ése vive en el barrio alto podemos echar raíces aquí afuera debe venir recién en micro por Providencia y como tiene que hacerse el jopo y hacerse veinte veces el nudo de la corbata”—Nadie tiene derecho a hablar mal del compañero que en lo que va del año ya cayó una vez preso y ahora a lo mejor hasta lo expulsan de la universidad—“Ya se están poniendo serios estos huevones que hasta se ríen por orden de partido”, “No te enojís si era una talla nomás”. El guatón llegó con la nueva de que habían estado en la casa del Palote ayer nomás y le contó a los amigos que aunque le había dicho que ni mencionara la palabra política, los viejos ya se la tenían olida y si mañana sale de la casa se va de la casa no estamos para mantener vagos ni revolucionarios, les habían dicho en la cara, en la puerta de calle y con el Palote cuando ya estaban por mandarse cambiar. Harto nos sacrificamos para llevar adelante la casa tu primo chico es el primero del colegio y el cabro del lado ya está en tercero de ingeniería y tiene la misma edad tuya. No sacai nada con hacerte el leso cabrito que sé que estai oyendo a mí no me hacís tonto así que ya sabís, decía como si el guatón y los otros no estuvieran presentes. Barrera siempre serio “ningún compañero nos es indispensable si no llega el compañero Palote nos vamos sin el compañero Palote. A formarse todos en el medio de la calle bien separaditos de a cuatro y a tres pasos de distancia para que nos veamos hartos y nadie me recoge una piedra ni me agarra un palo porque esta es una manifestación pacífica y nuestra causa es justa. Gritando las consignas hasta la Biblioteca para escuchar las intervenciones de nuestros dirigentes y los dirigentes del gremio de los profesores y de los compañeros secundarios y cada uno para su casa”. “Estay aliviao huevón que no vino El Palote a levantarte los pollos. Llévatelos rápido no vaya a llegar.” El Eugenio que se había venido del Conservatorio se para en la vereda del liceo y le comienzan a llover las tallas lo chiflan hunde bien hundida la cabeza rubia en el vestón con el cuello subido y se las comienza a echar, “seguro que va a ver una película a correrle mano a alguna cabrita de liceo en el teatro” , “Y que andai haciendo por aquí cabeza e pichí”, “No, córtenla si el compañero es ex alumno también”, “Pa dónde vai, ya se te aconcharon los meaos rucio” “A la voz de pacos y lacrimógenas el rucio siempre sale abriendo” “No le vayan a desarmar el jopo mijito rico” . Las micros se desviaban y los cabros de papá con auto se iban de nuevo a la casa mientras los taitas cerraban las ventanas con la mano que sacaban un momento del volante y salían rajados como si esperaran que les cayeran unos peñazcasos. Pasaba el rato y nadie le hacía caso al Barrera para formarse. Se echaba de ver la falta del Palote entre los cabros más grandes del Liceo porque lo conocían, ahora los del Cuarto Medio estaban formados adelante y echaban a andar lanzando unos gritos sueltos, unas consignas dispersas, que de repente se animan porque al fin llegó el Palote con otros cabros del Peda, pero ahora anda solo, sin la minita esa alta bastante potable que sacó a circular ahora con la que aparece sin falta por todas las concentraciones, a lo mejor quiere decir que la cosa va a estar brava, y parece que va a marchar con los cabros del liceo y no con sus compañeros nuevos de la Universidad y se lanzan otras consignas que ondean en el aire como trapos movidos por el viento mientras a sus espaldas se desgranan las filas en abanico, como un pañuelo hecho girones.

Se cerraban las puertas metálicas de los negocios, la gente miraba asomada en los balcones de los edificios del centro y un garabato repentino desde lo alto provocaba como respuesta una lluvia de imprecaciones débiles que iban a morir a la altura del segundo piso echadas hacia abajo por el ruido del tráfico encajonado entre las calles angostas. Desde arriba un ciudadano obstaculizado en su deseo de zaherir a los manifestantes por la misma distribución de los edificios abandonaba su intención de iniciar otro grito y sin poder ver ya nada de lo que pasa en la calle como no fuera con peligro de caerse balcón abajo y dar origen a otro tumulto, pero concéntrico y silencioso, como cuando él mismo veía a la gente que se iba juntando cuando atropellaban a alguien, y así reingresaba desde la precariedad del balcón a la solidez interior del departamento amenazada momentáneamente por esa salida de medio cuerpo al vacío, volvía así a refugiarse en una taza de té y una esposa con los crespos hechos a la que decía “son otra vez esos cabros de moledera. El té esta medio frío. Nunca pierden oportunidad de armar camorra. ¿No han repartido el diario? Es por culpa de esos políticos comunistas que les calientan la cabeza a los jóvenes. Si tuviera un hijo lo metería en un colegio bueno, particular y de curas, como en el que me eduqué yo. Es una vergüenza, el Congreso habría que cerrarlo, aquí lo que se necesita es orden y tranquilidad. Este último tiempo no se puede vivir en el centro, cuando uno sale a la calle al tiro le empiezan a picar los ojos y no bien comienza a irse el humito de mierda salen otra vez los cabros o los profesores, o los bancarios, o los rotos de la construcción, o todos juntos, que son todos comunistas y otra vez los pacos y las lacrimógenas. La otra semana me tuve que meter en una tienda de flores y había una señora que estaba medio desvanecida y le estaban echando aire con una revista. La señora me dijo . . . .”.

Mientras crecía el tumulto de los cabros y los pelusas que corrían atrás para ver y en una de éstas hacer alguna diablura, lanzar unos peñascazos, romper algunas vitrinas — ¿y nosotros nó acaso— y algunos de los grandes que iban adelante se ponían en la cara pañuelos empapados en vinagre. Dicen que es bueno para el gas. Pero con ese gas nuevo que están tirando ahora, que hace vomitar, nada que ver, lo único que sirve es meter la cabeza en el guáter. El profe de química dice que es por el amoníaco “Yo preferiría meterle la cabeza en la chucha a la minita con que te vi el otro día en los Juegos Diana”. “Y porqué no usai el amoníaco con que se tiñe los pendejos tu hermana”. Tratemos entonces de arrancar para el lado de la Plaza de Armas o el parque, así nos metemos en los baños que hay allá, con harto olor a meado. No vayai a aspirar las bombas que te vai a cagar en los pantalones y cuando lleguís a la casa tu mamá te va decir que le pasó mijito que viene tan hediondo a mierda. Esperando con ojo avizor los de adelante el repentino silencio y la tranquilidad que anuncian una emboscada de los pacos cuando de repente estalla una bomba en las patas o en la cabeza, entonces de seguro te la parte, y salen corriendo los verdes desde todos lados y repartiendo lumazos a lo que caiga. Se oía a los lejos un clamor y más a lo lejos unos como bombazos “parece que están disparando”. “Cállate huevón chuncho.” Mientras se aclaraba el ruido y ya no había ninguna duda se estaban metiendo en la boca del lobo y sentían esa mezcla de julepe y ansiedad y seguían caminando con la cabeza baja, callados unos, hablando otros, esperando que cayera de alguna parte algún lumazo y alguien quizás pensando en estar preso pero no muy apaleado y salir en los diarios y en una de estas hasta te muestran en la tele que lo vieran todos los otros a uno al llegar de vuelta a la facultad y que citaran a un consejo extraordinario para decretar su expulsión y que se botara en huelga indefinida toda la universidad, qué, todas las universidades de Santiago y los secundarios también, huelga general, los profes de izquierda habían hecho abandono del consejo. Pero ya se vienen encima los pacos, no les interesa parlamentar, esto no lo podemos permitir, decía Fernández, cuando en esto por una esquina viene doblando una tremenda columna de gallos grandes, de terno, como diez mil deben haber sido, los del gremio de la educación y comienzan a abrazarse con los cabros y la pelea estaba ganada compañeros y había reajuste y nuevo escalafón con la ayuda de los compañeros estudiantes, de los cabros universitarios que por algo todos estamos metidos por igual en este bollo de la educación que nos afecta a todos y tenemos hijos que estudian y muchos quieren ser profesores como sus padres y qué destino podemos ofrecerles.

Y por la radio a pila surgía la información de una reunión de emergencia del gabinete comisión tripartita y humo blanco y los compadres medio quemados se juntaron en una esquina y todavía no podemos desmovilizarnos compañeros, hasta que veamos los resultados concretos y qué más resultados querís, se impuso la unidad obrero estudantil y un decreto es un decreto hay que respetar la voluntad de las mayorías y nuestros parlamentarios nos respaldan. El Congreso es lo que habría que quemar. Ya salió el bombero loco. Hay que pedir la reinscripción de los expulsados y la anulación de los sumarios internos. “Lo principal está ganado hay que disolverse en orden compañeros” y de repente sale uno hablando de los que entregaron el movimiento entre cuatro paredes y que hay que mantenerse movilizados y ahí se arma y llueven los palos y los puñetes y las patadas y mejor vámonos Palote y la imagen que les estamos dando mañana va a salir en toda la prensa, en El Perjurio, la Tribuna, mira el espectáculo que les estamos dando peleando entre nosotros mismos, eso es lo que buscan para reprimir y los compañeros provocadores les están dando la oportunidad, y de repente suena un bombazo y sale un chorro de humo y todos corren a perderse mientras las figuras verdes increíblemente ágiles para ser tan voluminosas corren con las lumas enarboladas, brillando al sol las nuevas viseras de los cascos y el plástico de los escudos y la mejor manera es hacerse el de las chacras y ponerse a caminar despacito por la vereda haciéndose el huevón, bien derecho, y con aire como de medio volado, ni te ven, porque los pacos salen rajados atrás de lo que se mueve, como los perros en el campo, que se tiran detrás de los conejos, que como son los animales más tontos se arrancan por el camino de siempre y quedan amarrados en los guaches.

Y que estoy haciendo yo aquí. Los borrachos dormían en los bancos y por la puerta entreabierta se podía ver un paco gordo de bigotitos, sentado frente a un libro en el que había anotado trabajosamente el nombre y dirección de los inculpados, cuando entró un paco pinteado, joven, con la chaqueta lavada y planchada, vieja eso sí, brillante en los codos y en las solapas, con la cartuchera desabrochada y haciendo maromas con el revólver, y entonces otros metieron a empujones a la celda al Restrepo de Periodismo con la cara rota, chorreando sangre, pero los ojos negros y chicos brillantes y la cara redonda toda exaltada, esos tipos sí que estaban de verdad en la cosa, pero el otro cabro que metieron al rato, el cabro rucio de ojos claros se notaba que no. También un poco magullado, en el lado izquierdo de la cara, la nariz medio morada. Pero estaba medio afuera de alguna manera, se notaba, magullado y todo se lo podía ver impecable, con un terno café clarito, sentado en la orilla del banco—a los meses después anunció que mejor se retiraba de la cosa, tú sabes viejo, discúlpame, se iba a casar y después lo veíamos con un maletín de vendedor o cobrador vaya a saber uno qué mierda, pero el Barrera le dijo que el rucio todavía estaba en la cosa, que seguía funcionando de este lado, pero que no la corriera mucho, callampín bombín. El Barrera se había salido del partido, los había mandado a la chucha por reformistas, Palote entiende, así se van a seguir repitiendo los viejos errores, si no rompemos este círculo vicioso no vamos a llegar a a ninguna parte, y y el Restrepo un tiempo después también salió de la circulación pero en unos meses volvió a aparecer, ahora trabajaba en el Sur con los campechas, se había metido en la CORA o el INDAP, y nosotros mientras tanto seguíamos déle que suene en la Universidad, haciendo de todo un poco, todo a medio morir saltando, quien mucho abarca poco aprieta, metidos en política y aprobando los créditos medio a la rastra, más o menos nomás, ma o mielda, como dicen los venezolanos.

Y como si fuera poco por otro lado estaba el imperativo de los cochinos pesos, había que darse vuelta, había que vivir, no podía invitar a la Anita ni al teatro y pasar después a comerse una piza a Ravera, ni a comerse un barros luco o un lomito con un shop como antes. Con la Rosa no se gastaba, el puro pasaje en micro, casi siempre se culeaba en su casa en Eyzaguirre cuando su mamá andaba en la pega. Rosa, Rosa tan maraavillosa pa culiaaar le cambiaba la letra a la canción del Sandro en su cabeza, pero ahora ya casi no la veía, no le quedaba tiempo y a veces tenía casi justo para la pura locomoción y un café y se tiraba medio por el alambre, llegaba casi siempre tarde a la hora de comida, la mamá no se iba a quedar en pie muerta de sueño quién sabe hasta qué horas para estarlo esperando con comida al perla, cuando los otros estaban desayunando él estaba todavía durmiendo y le daba lata cocinarse además que no sabía y estaba muy bien la revolución pero como decía el papá también había que parar la olla, pero no hay problema, claro, claro, empezó a buscar trabajo de repente, de la noche a la mañana, claro que iba a seguir estudiando, claro que por otro lado no se iba a marginar de la política tampoco, y no le costó mucho hacerse la idea, que los otros le creyeran si querían y si no bueno peor pa ellos. Y bueno, Palote, qué quieres que te diga, en fin, no es asunto mío, qué me importa a mí, es cosa tuya...

No se sabe si por la facilidad de las cosas que dentro de todo era lo normal de su vida, que le limaba su poco las contradiciones, claro, un tipo con una familia no vamos a decir rica, pero sí de clase media, aunque pa bajito, pero con puchero asegurado y casa, un poco pintoso y con entrada en algunos círculos medio paltones, medio jaivones, los círculos de la clase media de las casas pareadas o de población de Providencia, no estamos hablando ni de Las Condes, Vitacura ni del sector de la Escuela Militar ni Los Domínicos, pero en fin al cabo.... Le bastaba con arreglarse el pelo, ponerse pantalones negros o grises planchados y colocarse el blázer aunque con una pura camisa esport e ingresar un poco como Pedro por su casa en la cobijadora y a la vez opresiva maraña de sus ambiente social después de todo más o menos intacto y que a pesar de todo e increíblemente tiraba un poco parriba y pese a las circunstancias por las que atravesaba el país. Nunca llegaría el hambre, el buscar donde vivir, siempre habría un palo donde ahorcase, como dicen los venezolanos, una tirita que ponerse, nadie lo iba a echar de la casa. Un tipo joven de su clase con su educación puede siempre ir a buscar trabajo en alguna repartición pública y llena la solicitud tiene que dar una entrevista, sabe hablar bien, modula, no se come las eses cuando no quiere, es medio alto, un poco rubio, buena presencia, buenos modales, llena la solicitud para trabajar en el banco, y como el papá trabaja en el banco y como terminó el liceo y tiene bachillerato con un puntaje más o menos bueno y casi un par de años en la universidad sabe bien sus cuatro operaciones, y los quebrados, tiene buena ortografía y sabe escribir a máquina. Y entonces, las contradicciones, que así se llaman, Barrera, no golpean a la puerta con toda su fuerza, no patean el portón como en una gran parte de los hogares en este país, donde la inmensa mayoría es pobre, además y en última instancia se trata un poco también de una cosa de realización personal, como quién dice, no hay para qué echarse tierra a los ojos, el socialismo se entiende y es justo, a la postre se va para allá, habría que ser huevón o muy de las chacras para no entenderlo. Se trata más bien de otra de estas contiguidadades, o a lo mejor es una yuxtaposición, una de dos, como pasa en esta ciudad todo el tiempo y a cada rato, por todas partes, de repente por ahí en un café le están celebrando a un cabrito o a una mocosa una matiné infantil con torta, cornetas, chocolate, gorros y serpentina y en la esquina de más allá se paran las putas, qué le pasa pasa mijito rico que anda tan creído, ¿que anda con plata? y dos cuadras más allá los pacos están apaleando a unos manifestantes, les hacen pedazo los carteles. Así, sin mucho problema, es como jugar al luche, se puede saltar de un casillero a otro. Por eso es que los tipos se cambian de partido, se van de acá para allá, y si los apuran mucho hasta se meten a yogas, hara krisnas o terminan en el SILO o en una cripta de los Caballeros de la Orden del Fuego Americano que es la última chupada del mate que acaban de importar de Argentina. Pero cuando la cosa aprieta como zapato nuevo, viene como un desgano, viene el miedo, y se hacen las cosas casi por hábito, por cumplir, porque se está esperando algo, si es que no se deja la pura embarrada por meterle mucho el acelerador. Pero es todavía peor cuando no pasa nada señores y se arrastran los meses en cuestiones chicas, latosas, y a los cabros y a las chiquillas que le patalean las hormonas necesitan acción pierden el entusiasmo y de a goteras empiezan a dedicarse a lo suyo, a irse pa la casa. Pero si se agravan las cosas, ojalá que no se agraven mucho Palote, porque si hay mucho despelote después viene la reculada firme y se pierde todo lo avanzado y más encima se retrocede, como dice Lenín, un paso adelante y dos pasos atrás, Guatón, eso es lo que se llama la antítesis de la tesis de la dialéctica, ¿No es cierto Barrera?.

Y era entonces cuando más cercana parecía la Cosa con mayúscula, en que había tanto despelote, en que casi no pasaba semana en que no hubiera su concentración huacha, su asamblea, mochita o toma caída, era que también empezaban a pasar otras cositas. La primera era que no se sabía muy bien hasta dónde iban a aguantar las niñitas, los huevones, bastaba con darse vuelta para atrás y mirar a los ñatos que empezaban a recular de a poquito, las chuchadas bajaban de tono, ahora empezaban a andar más despacito ante el menor olor a paco, y parecía como que todo estaba como en suspenso, y a lo mejor había que parar el hueveo y esperar a que vinieran las Elecciones y ya tenían la edad de sufragar como decían en la tele y la gran discusión y el medio despelote que se armaba cuando los compañeros comenzaban a alegar sobre lo que iba a pasar. Y si ganamos lo único que va a pasar es que al mes nos van a botar los milicos y se equivoca compañero porque la tradición del ejército en nuestro país es democrática porque Chile no es Brasil y tenemos una sólida tradición democrática—tú todavía creís en el viejo pascuero, frente a una burguesía que defiende sus intereses no hay democracia que valga y tócales un cachito a los intereses y la guerra civil española va a ser un juego de niños comparado con la escoba que va a quedar acá y hasta Indonesia va a quedar chiquitita al lado.

Pero lo fregado era que por un lado estaba la Universidad, había que sacar el título para no andar toda la vida a salto de mata con clasesitas particulares o peguitas por aquí y por allá y dentro de todo a los veintiún años recién cumplidos ya es hora de empezar a sentar cabeza como dice el viejo, y con todo lo que hay que hacer sobre todo en estos tiempos de campaña, parece que la Universidad se va a ir a la cresta y un estudiante de Pedagogía que no sabe ni escribir bien a máquina como dice el tío Julián que hay superproducción de profesores, de periodistas, de sociólogos, de economistas que andan apareciendo a patadas hasta debajo de las piedras muriéndose de hambre y yo siempre te dije cabro que estudiarai mejor una carrera técnica que son las profesiones del futuro y que te dejarai de andar metiéndote en política que no soi un muerto de hambre que la política y la izquierda son cosas de resentidos y vienes de una familia decente—Usté no se preocupe cuñadita que ya se le va a pasar. Se va a encontrar una cabrita que le guste de verdá y se va a encamotar y va a salir a buscar un trabajo estable para poder casarse y poner su nidito lo más pronto posible yo mismo cuando era joven fui radical guatemalteco y cuando era un pendejo de este porte hasta estuve en la calle en la huelga general cuando botaron a mi general Ibáñez salíamos a la calle todos días y no le voy a negar que es una experiencia muy formativa, muy interesante para un joven que se está formando y yo le digo cuñadita que este cabro tiene buen fondo es harto inteligente lueguito va a sentar cabeza.

Pero cuando los meses iban pasando y cuando cayó preso, claro que no le aforraron mucho porque lo pescaron de puro pavo, en cambio a los cabros que agarraron después en plena mocha con los pacos, todos venían sangrando, uno con la cabeza rota y otro se había cagado en los pantalones. Pero cuando se pudo ver el nombre del parte policial, Cotapos y os. Cotapos, porque él cayó primero y así el expediente llevaba el nombre suyo hasta en las noticias, os quería decir otros, aunque los soltaron a todos en la tarde del mismo día por intervención de un diputado socialista de tremendos bigotes como de película mexicana. El tío le decía a los demás de la familia que este niño no tenía remedio era un caso perdido y la oveja negra de la familia y se despedía de la mamá con lástima, pobre Nelly y el papá que lo encontraba metido e intruso no salía del cuarto hasta que se iba y entonces salía y le decía a su señora viejo copuchento y qué tiene que andarse metiendo.

Total por ese lado no había mucho que perder, aunque sabía nunca iba a tener una gran pega como profesor secundario no estaba tan mal tampoco y le faltaban por lo menos cuatro años para recibirse contando los ramos pedagógicos, porque eso de llenar la solicitud del banco había sido puro grupo para darle gusto a los viejos nomás que estarse encerrado ocho horas en una oficina ni amarrado, ni muerto, escribiendo a máquina o firmando papeles para después con los años llegar a ser un pobre diablo amargado como el viejo.

Pero lo otro era que se le aconchaban un poco los meados porque parece que el Partido o mejor el movimiento se iba de todas maneras a la clandesta, aunque habían echado o se las había echado más de la mitad de la gente en Santiago y provincias y entonces con o sin elección eso significaba a lo mejor a uno le iba a llegar al pihuelo, nunca se sabe, y eso era cosa seria. El Gran Calafate había dicho “O nos resulta la cosa o no sale nadie vivo”, claro que un poco para la galería, para la exportación, pero de todos modos...Claro que por otro lado se estaba tratando de calmar un poco a los más termocéfalos que de todas maneras se las habían echado, formado grupos más chicos y ahora andaban asaltando bancos, porque antes había habido su poco de teatro y ahora la cosa parece que iba en serio y era una cosa discutir sobre las vías de la revolución con el guatón o el Barrera en Los Cisnes y otra muy distinta que el Gran Calafate diga en una reunión así como si tal cosa cómo hay que hacer para que a uno no lo fichen, no lo sigan en la calle, ya no discutiendo ni argumentando sino dando las cosas por hecho y uno está metido en el bollo y la cosa se refiere un poco o completamente a uno también y recién uno se da cuenta y ya no se puede echar pie atrás. Primero porque por más vueltas que le de uno en la cabeza al asunto no hay tu tía con la chiva de la toma del poder por la vía pacífica porque eso no pasa, no ha pasado nunca ni va pasar y sanseacabó y para qué seguirle dando vueltas al asunto y segundo imagínate lo que van a decir los cumpas si uno se echa patrás, la misma Anita. Lo que pasa es que saben de más que teóricamente cero problemas conmigo, que tengo la cabeza clarita, más clarita que la mayoría de ellos, y lo que pasa es que uno es pequeño burgués y qué se le va a hacer es como nacer jorobado o con una pata más corta, y si al pequeño burgués le importa el pellejo, bueno, uno es pequeño burgués, pero eso se va arreglando con la práctica que como dice el Gran Calafate seguro que hasta el ché a veces se meaba en los pantalones y en una de esas hasta Fidel Castro, pero el Chico dijo la otra vez que la conciencia política se gana cuando desaparece uno del mapa, y eso después que le habían sacado cresta y media los pacos esos dos días en que no querían reconocer que lo tenían preso y como no controlamos muchos sindicatos ni centros estudiantiles ni tenemos parlamentarios no vamos a ir nosotros a pedir que lo suelten a ver si nos meten a todos pa dentro.

Que la Cosa está brava y no como cuando uno caía preso en las manifestaciones de antes, primero porque las elecciones están casi encima y segundo porque está quedando la caga casi todos los días y un poco bastante por culpa nuestra, que nos estamos saliendo de madre.

Y a la Anita nomás le contó el sueño, que estaban un poco como saliendo juntos pero todavía no pasaba nada, le contó que estaba subiendo y subiendo y ya iba a llegar a la falda de un cerro, uno de los baluartes de la cordillera. Seguía caminando y empezaban a aparecer cosas, desfiladeros, bosques, terrazas con mesitas de vidrio y sillas y mujeres, y gallos (aves) enormes, dorados y enormes pájaros volantes. Había unas cosas especiales con las casas, con los patios, muy curioso, casi inexplicable, habría que verlo para que te hagas la idea, una fijación con las casas de mi niñez, mis parientes. A lo mejor todos los niños viven así. Me acuerdo que cuando caminaba por los patios, o por las calles que tenían vereda y un borde de tierra entre la calle y la vereda, el pasto, como crece en otoño, me llegaba a la cintura y todas las distancias me parecían enormes. Los adultos casi no figuran en el mundo de los niños. Yo creo que uno simplemente no los ve. Así como no nos ven las hormigas a nosotros. No, lo que quiero decir es que uno sabe que están ahí, dando vueltas por la casa, la mamá poniéndose los tubos, el papá trabajando en el antejardín etc. Pero cuando es chico uno está my ocupado. Es mentira todo eso que dice Sartre en Las Palabras. No, es una novela. Autobiográfica pero novela. No, no muy entretenida. Me tinca que en francés puede ser hasta peor. O en La infancia de un jefe. Parece que sale en El muro, eso del niño que no recoge alto que botó, por soberbia, por taimado, de puro malo, y la figura del padre que se inclina trabajosamente como un Dios frágil y gordo, llenándolo para siempre de culpa.

Esta cosas son muy privadas, y esto revela el nivel de amistad, de acercamiento que tengo contigo. No es indiferente el hecho de que seas mujer, estas cosas no se las puedo conversar a otro hombre, salvo tipos muy especiales, que son como uno, o que les ha pasado algo así como lo que le pasa a uno. Las mujeres aman las particularidades. Conozco a una que le encanta salir en auto por salir, mayor que yo, casada con un vendedor viajero, que anda manejando días enteros por el campo, para puro ver la naturaleza.

O ella misma, haciéndole cariño a un perro en la calle, mostrándome las características arquitectónicas de las casas, pasándose por lo menos su hora en el Almac o en las librerías, una mujer mayor que uno, como te digo, casada, leyendo pedacitos de párrafos, o mirando ilustraciones, y uno nervioso, todo lo que tiene ganas de hacer uno es de agarrarla de un brazo y salir luego a la calle, a caminar unas cuadras, a un café, a seguir hablando de cosas de nosotros, mientras uno nota cómo se va pasando el tiempo, que los momentos no son eternos, como parece creer, y uno con más ganas de hacer el otro asunto, tú me entiendes, que uno no tiene toda la vida, todo el tiempo, está el trabajo, la universidad, y tengo que volverme porque se está haciendo tarde y tengo tantas cosas que conversar con ella, con ella, y le tomo las manos frías, y como resbalosas, mirándole los ojos hipnotizantes, paralizantes, como de serpiente. Y llega la camarera y pregunta una y otra vez, y yo no le paro bolas, como dice ese cabro venezolano amigo mío de la universidad, y la cara de ella empieza a transfigurarse y de pronto es la cara de una mujer muy vieja, que vi una vez cuando niño, cuando estábamos veraneando en Valparaíso y fui a comprar con mi abuela y estaba la vieja de espaldas, vestida de negro, para que te haga una idea, como esas viejas chipriotas que aparecen en Zorba el griego y mi abuela entra en la panadería para comprarle un helado al niño porque soy el regalón, el único nieto hombre, y yo me quedo hueveando afuera y la vieja esa se da vuelta y me mira y se levanta las faldas negras de vieja gorda un poquito y me muestra las piernas llenas de várices y me dice “qué te pasa cabro que nunca hai visto una señora que se levanta así la falda” y me da susto y se rie y me quedo helado y sale mi abuela y la vieja ya había dado vuelta esquina. Textual...

Pero había que ganarse los porotos, tenía que salir de la casa, no podía estar llegando tarde todas las noches, armando escándalo, pedir por favor que le prestaran otra vez una llave, el viejo no se inmutaba, seguía roncando, a veces se quedaba dormido frente a la televisión, pero la mamá salía en bata, todavía dormía con bigudíes, y ponía el grito en el cielo y decía otra vez, “este niño me va a matar, ¿Qué he hecho yo para merecer esto?”, y había un compañero que vendía productos farmacéuticos para poder pagarse los estudios, había otro que había llegado de provincia a estudiar en el Peda y ahora lo mantenía la vieja de la pensión, hasta le daba plata para el bolsillo, Sotito, le decían, por eso de la pensión Soto, se acordarán, casa comida y poto, y entonces le había estado dando vuelta al asunto de las ventas y sí, como nó, si el otro podía hacerlo porqué no uno, que tiene buena presencia, como dice en los avisos comerciales de El mercurio. Se busca joven de buena presencia, el otro cabro le decía que no, que él no iba resultar. La chispa aguda no se le borraba nunca de sus ojos, siempre un poco huidizos. Quizás en el comercio la falta de atractivo físico y el detalle antes mencionado de la mirada eran una ventaja en esa tarea, a la gente no le gusta mucho que la miren de frente, y menos aún entrar en tratos con tipos buenmozos, sobre todo cuando uno es medio federico. Con minas sí, quién no, a algunas guaguitas uno les compraría lo que le ofrecieran si tuviera plata, pero era otra cosa. A vos no te va resultar Palote, como vendedor te vai a morir de hambre ¿Quién te dijo que me decían Palote?. No, no es que me moleste, pero es una cosa del Instituto, de cabros chicos. Seguramente que fue el Barrera, que fue compañero mío, y ahora esta aquí estudiando historia, y el otro le mostró la maleta, le dijo que fueran a ofrecer mercadería juntos para que lo viera, después a lo mejor si entraba de vendedor él le podía presentar algunos clientes, pero para que viera que las cosas estaban malas, por más que buscaba casas comerciales y productos que representar era cada día más claro que no había clientela. ¿Y porqué no te metís mejor a una oficina Balladares? Es que no me gusta estarme todo el día sentado, lateándome, llevándole las de abajo a cualquier huevón, no puedo, me carga estar encerrado, prefiero andas callejeando, trabajo a mis horas, quiero tener tiempo libre para terminar los estudios...

Y le mostró lo que llevaba en el maletín, que no parecía que pudieran caber tanta cosa adentro, desde folletos de aspiradoras hasta ropa interior de mujer, muestras de acrílicos, tapices de autos y amoblado, se había tenido que memorizar nombres, precios, tallas de medias, tipo de sostén, y había ido a la pega que anunciaban en el diario, había una tremenda cola que estaba llena de cabritos jóvenes, paltoncitos recién salidos del liceo y cabros con estudios universitarios, y el jefe de ventas lo llamó cuando le tocaba el turno de la entrevista, le ofreció asiento y lo primero que le dijo fue que no servía. Pero cómo señor, si todavía no me ha preguntado nada, pero el tipo le dijo que los tipos de cuello largo y ojos grandes, como tú—quizás por eso te dicen Palote—no eran buenos vendedores.

Es que paralelamente con el deterioro económico se extendía a todos los niveles del mundo la tecnología propia de ese sistema que intentaba producir un modelo de sustitución, es decir que la mayor parte de las partes de las cosas se trabajaran primero en el mismo país, como había leído hace poco en un artículo en El Siglo, pero no había entendido mucho, pero eso mismo, seguía el periodista, no suprimía la dependencia sino que creaba una nueva necesidad de tecnología, aumentándola porque se necesitaban los componentes del extranjero. O se producían bienes manufacturados completos o nada. Luego se reía con otros cabros jóvenes sentado en bar de la esquina, mientras los viejos ponían boleros en la máquina y eso lo ponía cómodo, un poco triste, sin ninguna razón especial. En la casa siempre los viejos siempre escuchaban boleros, el viejo tarareaba eras mi niiiña boniiita. Y cuando les contó la talla de la entrevista se sentía mejor de no haber agarrado la pega la pega ésa en el Banco, lo más seguro habría tenido que dejar la universidad. A lo mejor no podría haberse arrancado para acá, a tomarse una cerveza y conversar. Y Téllez, que anda en las mismas y también vendía, pero a lo grande, línea blanca y cosas así, le decía que la palabra mágica era experiencia, si uno tiene experiencia manda a la cresta a los otros maestros que quieren la pega porque a las finales es como ser profesor o se tienen dedos pal piano o no se tienen y eso no se aprende en los libros ni en las universidades, como sacándole pica porque era universitario.

Pero como decía otro si yo ando buscando pega y me piden experiencia claro que no tengo experiencia porque recién voy a empezar a trabajar y si no puedo entrar a trabajar claro que no voy a tener nunca experiencia. Todos callaban ante la evidencia de ese círculo vicioso. Y no volaba una mosca y alguien dice “pasó un angelito” y Téllez decía que de que se trataba era de de poner al país en consonancia, fíjense bien en consonancia dijo mijito rico con los países adelantados y se necesita perfeccionamiento otra palabrita y él dijo que eso aumentaba la dependencia y todos de repente se pusieron atentos y no le perdían palabra y no volaba una mosca y les soltó todo el rollo y todos sí claro tiene razón el Palote y justo cuando se estaba preparando para una discusión grande y gozando de la atención el Téllez mira el reloj huuy me tengo que ir volando, se levanta y sale abriendo .

Y no era la primera vez que le pasaba lo mismo. A veces después de la universidad andaba vendiendo unas porquerías cualquiera y las ofrecía en las casas del Barrio Alto o en las oficinas del centro, como por no dejar, cansado, quería irse a su casa a terminar de leer El Muro de Sartre y los viejos y las señoras le seguían las explicaciones y demostraciones como si estuviera hablando el cura y le compraban todo. Pero para que resultara tenía que estar en vena.

“Eso aumenta la dependencia” dijo, “Porque ¿de dónde se traen los libros para enseñar a los técnicos, ah, y las máquinas, y los repuestos de las máquinas, y los técnicos para enseñarle a los técnicos, ah?”.

Y todo era cuestión de convicción, como le decía el profesor de historia jubilado que vivía en la casa del lado, al que todos le arrancaban, pero que los había agarrado con Téllez una vez que lo había pasado a buscar a la casa en auto y fue de pura lástima, ya que el viejo iba a tocar el timbre para ponerse a conversar con la señora, con la hermana que todavía vivía en la casa, con quien fuera, y por el gusto con que se le había iluminado la cara cuando los vio, “llevemos al viejo a tomarse un café, total ya estamos atrasados”. El Flaco Téllez descuidaba la atención del volante para echar la ceniza del cigarrillo por la ventana— A veces hasta leía el diario en el auto “no sé como todavía no hai matado a nadie”—mientras sacaba a relucir con los dientes apretados sus teorías políticas siempre iguales, él también leía mucho. Quizás resentía un poco tener que trabajar como vendedor y no ser profesional, abogado, qué se yo en vez de andar por ahí vendiendo, aunque le iba del uno, la mar de bien “no tengo de qué quejarme, cabro, estoy casi por comprarme casa en Las Condes. Mi mujer está feliz”. Hijo de una familia del norte el padre empleado de ferrocarriles, la madre ex recepcionista de un conocido hotel de La Serena, y qué le han dicho al profe que dejaba enfriarse el café y que entra a terciar, ya que el salitre había pasado a la historia junto con la primera guerra mundial, dejando como recuerdo las oficinas abandonadas, el recuerdo de la Gran Crisis que había volcado a los pirquineros hacia el Norte Chico y la capital del país, si no me equivoco hay un par de canciones de las que no hace mucho salieron nuevas versiones En Mejillones yo tuve un amor y Antofagasta Dormida/tus calles estan desiertas/una nostalgia te anima/Antofagasta dormida. No me acuerdo del resto. A lo mejor su amigo, tan amable ¿Cómo me dijo que se llamaba?—Téllez—, eso mismo, Téllez, ¿que dijo que también era nortino verdad? se va acordar. ¿Nó? —Bueno.

O si nó la gente atravesaba para para la otra banda rumbo a San Juan, en busca de un mejor pasar, a la Argentina, de cuyas peripecias, ambiente y fuentes de trabajo en la época se ha escrito bastante, hay bastante investigación sobre eso pero no sé mucho. La influencia de la política de la otra banda parece haber sido un tiempo un factor bastante importante en la vida nacional, y me viene a la memoria un libro publicado cuando Ibáñez, me parece, estaba en el poder. Se trata del libro Nuestros vecinos justicialistas de Alejandro Magnet, personaje prominente en el periodismo nacional, si no me falla la memoria.

En ese tiempo las murallas del país se veías cubiertas de siglas fascistoides, cabe mencionar ACHA, Acción Chilena Anticomunista. Ustedes jóvenes que me escuchan recordarán los luctuosos sucesos a que dieron origen las andanzas de Gonzáles Von Marees y su malhadado partido nazi, que dieron una semblanza tristamente célebre al edificio del Seguro Obrero, en esa época, si no me falla la memoria, Seguro Obligatorio, y que es refrescada ante la ciudadanía por la placa recordatoria que todos habrán visto y por una curiosa novela de Carlos Droguet, que escribió esa excelente novela, Patas de perro. Es curioso el destino de nuestra patria. El oro blanco, ahora inútil, en el norte. El oro negro, inexplotado, en Magallanes. Ibáñez era masón. La mayoría de los generales y coroneles que componían su estado mayor, teósofos. Recuerdo haber tenido entre mis manos, no ha mucho tiempo, el diario de vida de un coronel que fue relegado por aquel entonces a la isla Juan Fernández, O la Isla de Pascua, no me acuerdo, en todo caso lugares preferidos para relegaciones a lo largo de la historia de Chile, escrito en el cual se manifiestan con fuerza sus preocupaciones teosóficas pese a las ingratas circunstancias por las que atravesaba. Dicho coronel, que parecía conocer a fondo las teorías de Annie Bessant y Madame Blavatsky, además de algo de yoga, pertenecía asimismo a dicha orden, habiendo llegado en ella hasta el grado de Caballero Rosacruz, que dicho sea de paso, es la deformación de Rozenkreutz, Cristián de Rozenkreutz, taumatúrgico personaje fundador de la secta del mismo nombre, una diversificación de la masonería, que lleva su nombre, y de la cual ustedes jóvenes, habrán tenido noticias a través de innumerables publicaciones. Hasta alrededor de los años cincuenta, si no me equivoco, si no me falla la memoria, los masones publicaban un voluminoso anuario todos los años, algunos de cuyos ejemplares conserva la Biblioteca Nacional. Es verdaderamente lamentable la falta de interés que demuestran los jóvenes de hoy día en la historia patria. Recuerdo que en mis tiempos de docencia en el Instituto, en las mismas aulas en que usted estudió, Cotapos, la historia de Chile era una de las asignaturas privilegiadas, y eso parece notarse en la generación de dirigentes cívicos y políticos que formaron nuestras aulas por aquel entonces.

Y volviendo al norte, ¿de qué ciudad me dijo que era joven?, esa es una región de contrstes, así como nuestro país es un país de contrastes—“sobre todo en las micros”, dice Téllez.—. Y se me viene a la memoria un libro muy curioso de Benjamín Subercaseaux, que ustedes seguramente habrán oído nombrar, “Chile o una loca geografía”, que contra lo que ustedes puedan acaso suponer no hace alusión en su título a las frecuentes convulsiones sísmicas que sacuden a esta delgada faja “y las que se mandan las parejas en las camas, en los parques, o en el suelo”, acota Cotapos para no ser menos, —Por un lado la riqueza telúrica del mineral, El Salvador, Potrerillos, Chuqui, que ustedes seguramente conocerán, o habrán visto en los noticiarios Emelco, porque esta juventud de ahora... o en las láminas de esos libros nuevos de Historia y Geografía, que parece que los jóvenes de antes tenían más gusto en leer y ahora hay que hacer libros con muchas láminas y poco texto en letra grande, a la americana. No es que sea antinorteamericano, pero ustedes seguramente conocen revistas como Life, y el Play Boy, el Penthouse. La lectura permire al individuo encontrarse consigo mismo, en la quietud del ensimismamiento, como diría Ortega, que define al hombre como un ser capaz de ensimismarse—pero la Anita le había dicho que claro lo raro era poder agarrar un libro, un pedacito de diario que fuera sin que la mamá pusiera el grito en el cielo porque en todos los libros salen conchinadas y son trampa del diablo, los cines, las revistas de monos, bailar, escuchar música,—es que los chilenos somos un pueblo sobrio y sufrido—hediondo a pata, dice Téllez, —esforzado y emprendedor,—mi hermana también tiene un prendedor (Cotapos)—, herencia de los vascos, de los cuales descienden nuestras mejores familias, formando el grupo social que se ha dado en llamar la aristocracia castellano-vasca. No son extrañas a la composición de nuestro carácter las gotas de sangre inglesa que llevamos en nuestras venas, y cuya influencia es bastante mayor que el ancestro que biológicamente los hijos de la rubia Albión nos han proporcionado. Es un dicho corriente que estudes habrán escuchado alguna vez, que dice que los chilenos somos los ingleses de América Latina. En pasados lustros, Chile era una de las potencias rectoras de América. Eran los tiempos del ABC, por Argentina, Brasil, Chile. Nuestro país era poseedor de la riqueza blanca y de una poderosa marina mercante...

Y no andar pensando me resultará o no me resultará por que cuando se ofrece el artículo o se muestra el catálogo no vale la indecisión, hay que echarle pa delante, porque a las finales sinó uno mismo se hace el chuncho y la gente se da cuenta de que a uno le falta convicción y le cierra la puerta en las narices. “Ya puh, estudiante, saca la culebra”, le decían los colegas vendedores cuando se encontraba con alguno por el centro y entraban en un boliche a descansar las patas, no el Téllez, que no tenía que andar patiperreando, con movilización propia, “cómo te ha ido” preguntaba, y el otro movía la mano hacia uno y otro lado, “así, así. Pasando. A vos para qué te pregunto”. Y él respondía “bien”. A muchos les había levantado la clientela, y si él pensaba que estaba mal, cómo estarían los otros. Y les había levantado la clientela porque así son las cosas en este campo, porque como dice la canción, la vida es la ruleta donde apostamos todos, le dijo Téllez, y así es el capitalismo, le guste a uno o no le guste, le había dicho el zapatero de la esquina, medio anarquista y ya bastante viejo cuando le fue a ofrecer los calendarios con las minas en pelota.

“Ya pus, saca la culebra” cuando venía la camarera a cobrar y Téllez, también “Así es el capitalismo”, y no es que yo sea comunista, y no es que esté alegando porque me va mal. Me las barajo. Soy el mejor detallista del sector, ahora ando como con cincuenta productos ofreciendo y todos están felices porque les lleven los pedidos, las firmas grandes, Agencias Graham me ofrecen pega buena. Mademsa lo mismo. Puro cubrir clientela formada, pero yo lo que más amo es mi libertad. No dependo de nadie, tengo hasta mi cacharrito. Trabajar a la hora que se me ocurre. Y eso que te ofrecen hasta viáticos y te pagan la locomoción, o los vales de la bencina en mi caso, y tenís que salir fuera de Santiago y tienen sus picadas en todas partes y tú mismo si te va bien, no sabís cómo de repente también te encontrai con auto y todo.

Pero depender de todos y no de un patrón y depender de cómo amaneció el viejo en una oficina, golpear despacito y meterse para adentro nomás, uno se siente siempre un poco intruso, un poco patudo, sobre todo al principio, cabro, y el viejo que puede que esté de malas pulgas “¿Qué se le ofrece?”, y eso de vender de puerta en puerta yo no se lo doy a nadie, ni a mi peor enemigo y no es que ande mirando en menos, porque por algo hay que empezar, para adquirir experiencia, para que te conozcan, para hacerte conocido, para que la gente, los clientes te vayan ubicando y las casas con perro, y depender del ánimo de las viejas, si están con jaqueca o andan con la regla.

Y qué respeto les voy a tener a todos estos huevones que llevan años vendiendo y no saben ni sumar ni saben cómo es la gente si pudieran me aserruchaban el piso, me harían la neumática porque ellos dale que dale años y tras año y ahí mismo, cabro, y no es que seamos los primeros en sentir el deseo de salirse de la pobreza, de la mediocridad, ni los primeros ni los últimos pero se quedaban dando vuelta donde mismo, como mulas atadas a la noria, sus mismos primos habían venido a Santiago a veces, se daban unas cuantas vueltas, se perdían en las calles y después cuando se les había acabado la plata se volvían al pueblo con una mano adelante y otra atrás. Y no soy ni el primero ni el último, decía Téllez, muchos de la zona se vienen para acá, para Santiago, para otras partes, hasta para la Argentina, en busca de mejores horizonte, ahí tienes por ejemplo a alguien que seguramente tú tienes que conocer, el poeta Bernardo Araya que también estudia donde estudiai tú, en la misma Facultad, fue compañero mío porque aquí donde usté me ve también pasé por la facultad, a veces nos tomamos su tonta cerveza en ese café que está justo a frente del Pedagógico, yo les vendo toda una gama de productos, que dice que también viene del Norte Chico, de Punitaqui, “yo vengo de un pueblecito cuya única industria es la muerte”.

Pero el profesor dice que aquí la gente siempre anda viniéndose y yéndose, generaciones de gente que se venía del Norte, de Copiapó, de Caldera, allá se habían hecho una situación las familias en las minas, a fines del ochocientos o comienzos del novecientos. Se vinieron a copar las presidencias y generalatos, las columnas periodísticas y las bancas parlamentrarias del Partido radical, los conventículos literarios, como Préndez Saldías el del sombrero alón, figura muy popular en su tiempo por las calles de Santiago. Ahora los grupos literarios languidecían en el Norte, los Desencantados de Coquimbo con Arturo Méndez Roca, todavían andaban por ahí dando vuelta, agitaban las añejas posturas modernistas y Vicuña se enorgullecía de la casa de la Gabriela Mistral y Víctor Domingo Silva aparecía en los libros de lectura con su Oda a la bandera. Hay un centroamericano bastante emprendedor que hace unos años cuando yo todavía estaba enseñando en el Instituto que andaba con un proyecto más bien turístico en torno al aprovechamiento de la casa de Gabriela Mistral, contando con el consenso de los ediles de la ciudad.

Y Téllez dice que sé lo que pasa, estoy muy enterado, siempre me escriben mis familiares me mantienen al tanto, tengo mis humanidades completas, uno de los bachilleratos con el mejor puntaje de la zona, pero aquí me tiene, un año y medio de pedagogía en historia y aquí me tiene vendiendo la línea blanca, y me va regio cero problema y los otros sentados en los huevos siempre con pelambres y soñando grandezas, cuando nunca van a tener ni dónde caerse muertos y se creen caballeros porque andan terneados y echan unas medias pintas y alegan cuando hay huelgas, concentraciones, “Ya están otra vez hueveando, váyanse a estudiar cabros ociosos flojos de mierda que les comen la plata a los papás”, o sí nó “cafiches del estado”.

Y él dice de vuelta que en su caso, mientras peor esté la cosa mejor para mí en el fondo, así me cabreo de una vez, no nací para esto, no soy para vender, no estoy hecho, y me las arreglo, total el techo no me lo pueden quitar, no me van a echar a la calle, además de que me pongo con billullo todos los meses y me puedo poner a hacer clases particulares, conseguirme unas horas en un liceo, me acaban de ofrecer unas horitas en un colegio que queda por Pedro de Valdivia, cualquier cosa antes que seguir diciéndole a las viejas de mierda que son bonitas, y cargando este maletín a cuestas y convenciendo a los bolicheros para que encarguen huevadas. Téllez le dice “porqué no te dedicai a la política cabro, tenís don de gentes, tenís educación y buena presencia”, porque piensa que la política es hacer discursos como en los bautizos y salir en los diarios y salir en la televisión. Andar por los pasillos del congreso. Pero esos también son vendedores, Téllez, por si no te has dado cuenta, como uno, y venden puras palabras y le ponen el culo a los platudos, además que en la universidad ya ando medio metido en política, no tanto ahora, pero hace unos meses hasta me tomaron preso, salí en los diarios, en la televisión, pero ahora que entre los cursos y la pega no me va quedando mucho tiempo

Y lo mejor es darse su apechugada y poner la cabeza para el trabajo y cuando la cosa se ponga de veras fea o bonita, depende, más allá de unos cuantos papes ahí se verá lo que se hace. Como cuando uno va al dentista y queda como sonámbulo o como cuando entrega el brazo para que te pongan una inyección o te saquen sangre. Cuando uno anda medio volado las cosas salen siempre bien y a lo mejor sale Allende y se gana el poder por las buenas y los milicos no lo botan y me estoy preocupando con puras huevadas.