Primeros pasos
Jorge Etcheverry Arcaya
Si mamá, lo que usted diga
mamá. Y el niño modelo se saca el vestón, saca un gancho del ropero y lo cuelga
y cierra la puerta con cuidado para no hacer ruido. Se saca los zapatos,
primero el izquierdo y después el derecho y los deja de manera que el talón
quede perpendicular con la línea del borde de la cama. Se saca los pantalones y
los sostiene de la parte inferior de las piernas para que ambas bastillas
queden juntas, después los alisa con la otra mano a lo largo de la línea, hasta
llegar al marrueco y la bolsa de las nalgas, donde la línea se pierde. Levanta
con esfuerzo el colchón y pone los pantalones debajo, así se ahorra la
planchada, ese truco se lo enseñó su abuelo que es un coronel de ejército
jubilado que a veces pasa semanas enteras en la casa. Así duran más tiempo sin
ponerse brillosos, “el casimir tiene una muy buena juventud y una vejez muy
fea. Un poco como la gente. Llena de bolsas y de brillo”, dice el señor Abello,
el sastre italiano que vive con la señora Alejandrina, tiene glaucoma y está
perdiendo un ojo. Es inevitable, con el uso sostenido la ropa empieza a
deteriorarse, al mismo paso que sus portadores. La caspa anida en los hombros y
el cuello de los vestones, el brillo se asienta en los codos, los pantalones
crían rodilleras. Los ternos se viran o se llevan al Zurcidor Japonés para que
les dé otros pocos meses de vida, porque todavía no hay para otro terno nuevo,
ni menos para que le manden a hacer uno a Monterrey, qué sastrería Monterrey, Bandera
663, donde se manda hacer la ropa el viejo, además de que uno se pone el terno
puro para ir a misa o para salir nomás, el resto de la semana uno se pone un
ambo. Porque ahora las cosas no andan muy bien. Es necesario ahorrar. Contra lo
que se pudiera suponer, viéndonos cuando vamos a misa de once los domingos por
la mañana, la situación de la familia no es muy boyante, sobre todo en estos
tiempos de carestía y de inflación.
Y es entonces que hemos establecido un frente común hacia fuera, para
salvar las apariencias. Nos reunimos en el living después de la comida, sin
hablar, el papá fuma, se saca el vestón cuidadosamente y lo deja en la percha
del paragüero. Cuando era más joven y él era niño, lo dejaba en el respaldo de
la silla. Tenía ojos grandes y algunos rizos naturales, que realzaba con
brillantina. En esos tiempos el uso de la brillantina estaba bastante extendido
entre las clases medias, no era todavía una cosa ordinaria, también se usaba
mucho la gomina Brancato. Ahora es más bien cosa de rotos, como dice la mamá.
Aunque no parece que se trate de una pura diferencia de ingresos. Andan
andrajosos, la piel curtida y áspera, se ríen, hablan en voz alta, le chiflan a
las empleadas que pasan por la misma vereda donde ellos están trabajando en una
construcción “mijiita riica, me la comería enterita, le dejaría los puros
huesiiitos”. Las niñas se les encaran, les devuelven las pullas, los garabatos,
se ríen. Las otras mujeres, niñas de colegio, señoras, señoritas que se ven muy
bien y pasan muy seriecitas hacen como que no se dan por aludidas y pasan
apuradas, con la vista baja. Si fuera por plata, es seguro que ellos a lo mejor
hasta hacen más plata. Pero se trata de otra cosa, de respeto, de modales, del
terno dominical, de la espalda angosta y el cuello largo, de esas manos largas
y de su torpeza, del aire un poco tímido y como recatado con que se dirigen a
misa sus hermanas que ya van para señoritas, la manera en que cuchichean entre
ellas o con amigas parecidas a ellas, cómo miran apartando los visillos con el
dedo a los cabros del barrio que les pasean la calle, ellos también muy
seriecitos, como cabros del Instituto, del Saint George, como ellas dicen que
son, entre risitas apagadas, y no como estos gañanes verduleros, trabajadores
de la construcción, jardineros, gásfiters, carpinteros, de un cuantuai, que no
tienen para qué andarse con esas consideraciones, que no tienen que hacer los
esfuerzos que hacen ellos para mantener lo que la mamá y no tan sólo ella, las
tías, la abuela que queda, las amigas respectivas llaman ‘las apariencias’;
“hay que mantener las apariencias” dicen, aunque en una de éstas capaz que una
de las hermanas se ponga a pololear escondida o no y salga con su domingo
siete, realizando los temores tan intensos como inexpresados de quién sabe
cuánta familia de clase media. De medio peluche como dicen las niñas y señoras
de otro nivel un poquito más alto de la misma clase media, pero que creen que
están muy por encima. Porque eso pasa hasta en las mejores familias.
El papá leía el diario, como puede verse en esa foto medio amarillenta
del álbum, que se la tomaron desprevenido un domingo en la mañana, cuando aún
tenían significado las fechas y comentarios sobre la familia, eran otros
tiempos, aunque no muy lejanos, la gente antes se preocupaba y se registraba el
crecimiento de los niños, los bautizos, las primeras comuniones, los
aniversarios de matrimonio, las bodas de plata, qué, de oro, de los abuelos, el
cambiarse de una casa de un piso en Ñuñoa a otra de dos pisos en Providencia,
aunque sea pareada, qué me dicen, antes de la vuelta a Ñuñoa a los pocos años
un poco con la cola entre las piernas. Cambiar a la niña chica del liceo número
7 al liceo número 11, que está un poco más arriba, pero con un ojo siempre
puesto en La Maissonette, siempre progresando, echándole pa adelante, por que
patrás no cunde, ayudar a construir la iglesia nueva del barrio, y luego
cambiarnos a otro barrio a construir otra iglesia. Eso dice la mamá porque
siempre que nos mudamos a algún otro barrio empiezan a construir una iglesia y
ahí estamos nosotros dispuestos, en primera fila para contribuir. Y así se van
las cosas los muebles en un camión de mudanzas verde, con letras amarillas, y
nosotros en el auto de un tío o en un taxi, también a la casa nueva, a veces
con un saco o una caja con un gato adentro que de todas maneras se las va a
arreglar para arrancarse para volver a la otra casa, cómo se las arreglan para
orientarse si van en la caja no pueden ni siquiera ver las calles, lo que es la
naturaleza, pero ahora nos avivamos y le ponemos miel en las patas para que se
las lama y se las lama y se vaya acostumbrando. Y cuando llegamos por fin y con
la casa nueva medio arreglada nos ponemos a espiar por las ventanas todavía sin
visillos a los otros cabros del barrio, que a su vez nos espían desde sus
respectivas casas, desde la calle, hasta que ellos o nosotros, de a poco o de
repente nos decidamos a romper el hielo sobre todo en las vacaciones de verano,
esos largos meses sin hacer nada en que uno se muere de lata.
El papá se pasa la mano con aire de preocupación por la cabeza apenas
calva, se tira hacia abajo el chaleco que se le arremanga sobre la barriga que
empieza a nacer o palpa la cadena del reloj de bolsillo. Lanza una seca tos de
fumador. En esa gravedad de las comidas sin empleada, en que la mamá con un
pañuelo amarrándole los bigudíes que le comen la cabellera de diversos matices
sirve los platos con mueca de sufrimiento, sin hablar casi, ajándose las manos
que antes las tenía tan bien cuidadas, y entonces es que se ha decidido esta
táctica de Frente Común Hacia La Calle, hacia los vecinos y la gente conocida.
Seguramente el domingo harán una fiesta y este año el verano será más largo y a
lo mejor las cosas se van a haber arreglado un poco y vamos a arrendar otra vez
como antes una casa en la costa, en Viña, Algarrobo, en el Quisco, entre todos
los tíos y a lo mejor hasta por un mes.
El joven se saca los calcetines y mete uno adentro del otro y los
enrolla, a continuación los pone en el interior del zapato derecho. Abre la
cama, cuidadosamente, y la línea de la sábana que da vuelta sobre la colcha y
la frazada, que podemos suponer que está debajo, es de una perfecta simetría.
Ya desnudo pero un poco encogido, no de frío pero de una vergüenza inconsciente,
levanta la almohada, encontrando debajo el pijama doblado, los pantalones una
pierna contra la otra y plegado, ocupando muy poco lugar, y la chaqueta, tal
como cuando viene de la tintorería, el borde del cuello y las mangas visibles
en el doblez, dispuestos de tal modo debajo de almohada que no ocupan lugar
aparente. Estas disposiciones no han sido introducidas, como pudiera creerse,
por la madre. Las mujeres, dentro de todo, son empíricas, o bien aplican una
técnica instintiva en el manejo del hogar. El autor de estos manejos precisos
ha sido el padre y es herencia de su servicio militar.
Los otros jóvenes del barrio crecen, algunos empiezan a andar de modo
desafiante, lanzando miradas retadoras. Otros o los mismos usan pantalones sin
raya, preferentemente de mezclilla y cotelé y llevan el pelo largo, algunos
usan chaquetas de cuero negras y tienen motos o vespas, pasan rajados frente a
las niñas de liceo que esperan locomoción en la esquina provocando como un
aleteo de pájaros, una cascada de risas y grititos, siendo estos muchachos a
medias censurados y a medias envidiados por nuestro joven en cuestión, que es
todavía alumno del Instituto Nacional, lleva el pelo corto y corbata, es más
bien delgado, debilucho y tímido, aunque bastante alto, no se atrevería a andar
en moto, la única vez que su amigo Hugo le dio un paseo en el asiento de atrás
de su moto casi se cayó del susto. Además de dónde va a sacar él plata para una
moto, quién se le va a regalar, de dónde va a sacar plata para una chaqueta de
cuero negra, cómo se va a ver él vestido con una chaqueta de cuero negra, como
un espantapájaros de cuello largo.
Por ese entonces es cuando alguna gente dice que comienzan a tambalearse
las instituciones de la República. Algunas amigas de su mamá dicen que el
Instituto comienza a admitir toda clase de gente en sus aulas y que bajan los
precios de las matrículas en la Universidad Católica. La misa se deja de decir
en latín y se introduce el castellano vernáculo y florecen las poblaciones de
la Corvi, Corporación Habitacional, en los contrafuertes mismos de la
cordillera, llenando de un confuso sentimiento a las Familias De Clase Media,
que han obtenido a veces casas pareadas luego de años de sacrificios, de
privaciones, a veces en los mejores barrios o en barrios bastante aceptables,
como Ñunoa o la Reina. Para que ahora de la noche a la mañana otros de más
abajo se vengan a meter con casas que si bien se sabe que son pura madera
prensada se ven nuevecitas, de los más mononas, fíjese, que se las dieron en
bandeja, y no como nosotros que tuvimos que sacarnos la ñoña, eso más o menos
dicen los sectores medios, verdadera columna vertebral y numérica del país, sin
por eso aminorar el alivio y hasta casi felicidad de los jóvenes de otra
generación empleados particulares y de banco y grandes casas comerciales,
profesores primarios y secundarios, empleados de correos y de diversas
reparticiones fiscales, ante la perspectiva de poder montar casa antes de lo
previsto, con menos privaciones. Pero por otro lado a lo mejor algunas de las
futuras esposas ya están temblando ante la posibilidad de tener que vivir en
casa pareada, ya que parece que las mujeres se fijan más en esas cosas.
Pero nuestro joven pasa en calzoncillos al baño a lavarse los dientes,
con ese cepillo con las iniciales de él mismo. Las hermanas ya se fueron al
colegio, sino él no se habría atrevido a pasar así de su pieza al baño, aunque
sean unos cuantos pasos. Parece no ver –y en realidad no ve – la placa de
porcelana del padre, que se aprieta con voracidad contra el borde de un vaso de
cristal, herencia conservadora de un tiempo sin plástico.
Los domingos iban todos a la iglesia que ya había dejado de ser un
tormento de cuarentaicinco minutos, salpicado de latín y bañado en
ensordecedora monotonía, un poco de olor a encierro, el murmullo de los
feligreses, en que los pensamientos se arrastraban sobre su vientre pesado y se
repetían hasta el final. Reciiiibe oDiooos el paaan que te ofreceeemos. Ahora
sentía la novedad de su físico más que mediano pese a lo delgado, flacucho le
decían sus hermanas y lo bien que le quedaban las chaquetas sport, en realidad
dos, una para todos los días y otra para los domingos, que como tenía varios
pantalones armaba varios ambos y dejaba el veintiúnico terno para ocasiones más
especiales. Las niñas sentadas en las bancas de atrás se secreteaban o se reían
bajito, en una de éstas a lo mejor hasta estaban hablando de él, la ocasional
visión de trozos de pierna, incluso una vez jura de un par de calzones de las
niñas al hincarse—nada escapa al Ooojo de Águila—y el roce a una cadera con el
dorso de la mano al pasar bastante apurado parece entre la gente que se
precipita a la salida. Los grupos que se juntaban a la salida de la misa, las
hermanas que le presentaban al hermano (como su caso) a las niñas del barrio
que él después no se atrevería a abordar en la calle si las veía, o a
saludarlas en la micro cuando iba y veía del liceo, pero a veces las mejorcitas
eran fruto de fantasías hiladas en las clases de biología, de química, de inglés,
y otras bastante más audaces antes de dormirse o en la mañana temprano, antes
de levantarse, con resultados tan concretos como reprochables, objeto de culpa,
de elaboraciones, las máximas conocidas sobre el tema proyectando su sombra
como una espada de Damocles no sólo sobre su vida moral, sino su integridad
futura, “si quieres ser fuerte y sano, suelta lo que tienes en la mano”. Se
examinaba de cuando en cuando el dorso de las manos para ver si le estaba
saliendo vello. Había estado pensando en no ir más a misa, de no confesarse
para no tener que contarle al cura o mentir, pero por otro lado existe la
necesidad de ofrecer la menor dureza posible en la casa y la tía de que era tan
regalón era tan piadosa ella, Hermana de María y estaban las invitaciones a la
YMCA, que se llenaba de niñas, aunque tenía que soportar las conferencias
muchas veces una lata y helarse en la iglesia grande de la calle Almirante
Barroso, aguantando entonces otra misa por semana más encima y como si fuera
poco, antes que empezara la confraternización. Cuando se pianta la bella
polenta, la bella polenta se pianta cosí, se pianta cosí. Ah, ah, ah, bella
polenta cosi, cataplúm, cataplúm, cataplúm, cantaba una pareja de animadores
como el gordo y el flaco, y otra canción sobre alemanes que tocan instrumentos.
Y todos los cabros las chiquillas se balanceaban al compás de lado a lado
sentados en las bancas, y uno se echaba sin querer un poco encima de las
chiquillas cuando se le habían sentado al lado, casi como parir la chancha, o como
en el teatro o las micros “¿está ocupado?”, preguntaban antes de sentarse al
lado y había que hacerse el leso, esperar que se ubicaran y seguir mirando por
la ventana como si nada, y de a poquito empezar a mover el muslo hasta rozar el
otro envuelto en faldas o pantalones, que ellas los están empezando a usar más
y más ahora y también había otros animadores, que decían chistes, el papel
confort Ideal modelo challa para los minuciosos, formato serpentina para los
flacos y las cabras se reían. Para allá lo invitaban los cabros democristianos
del liceo que le veían potencial, Campero, Garcés y a lo mejor hasta otros, se
lo estaban trabajando, Palote, le decía el Barrera que era de la Juventud
Socialista, la jotadecé te está corriendo mano.
Una vez un señor rubio medio pelado había dado una charla sobre las
edades geológicas y antropológicas según la biblia y un muchacho muy bien
articulado le había rebatido con argumentos científicos desde la audiencia, ya
que el cristianismo no tenía porqué estar a contrapelo de la ciencia y los
datos de la antropología física eran irrefutables. Él mismo que siendo más o
menos popular era de pocos amigos y siempre leía mucho y que desde chico le
habían gustado los dinosaurios nunca se habría atrevido, él sabía que de más habría
podido perfectamente hablar también, levantar la mano y pedir la palabra, pero
el bochorno, el miedo, aunque cuando chico parece que era harto patudo, tenían
una casa con piscina cerca de la calle Hamburgo y cuando tenía como cinco años
se ponía un sombrero de vaquero que le había regalado la tía y se ponía a
imitar a cantantes frente a toda la familia y amigos que se congregaba los
domingos de verano. Al menos eso le decían las tías. Pero ahora había otro
adelante que hablaba acaso mejor que el primero, pero más morenito, no tan bien
vestido, más pasado pa la punta eso sí, que se había ganado por un instante la
atención de las cabritas que empezaban a susurrar cómo se llama, cómo se llama,
tocándose con los codos, cómo se llama, Suazo, Suazo, ese nombre plebeyo
pronunciado con una voz entre escandalizada y burlona por las bocas finitas de
cabras seguramente del Barrio Alto y el cabro moreno de bluyines y cara de
población se había sentado otra vez y al momento las niñas que estaban al lado
le habían metido conversa y lo veía que hablaba abriendo una gran boca con
hartos dientes como montados unos en otros, pero con ademanes desenvueltos.
Un aura de admiración y escándalo sobre todo femenino rodeaba al
muchacho, envidiado secretamente por muchos, entre los que se contaba él, que
comenzó a soñar con llamar la atención en intervenciones públicas para así
hacerse notar y dar uso a su relativo atractivo personal, mediante el escándalo
en esos medios y la admiración de las niñas que siempre andaban a la siga de
los que se destacaban en algo, a él le podía ir mejor que al otro, por la
pinta, verse rodeado de chiquillas, eso le permitiría cumplir quizás con esas
cosas que se imaginaba siempre y que nunca iba a saber nadie y menos la mamá,
el papá o el cura. Ni siquiera los amigos más íntimos. “El Palote es de esos
huevones calladitos que se lo pasan todo el día pensando puras degeneraciones”,
un amigo del colegio le dijo que había dicho otro amigo a sus espaldas. Había
que cuidarse siempre de lo que andaba diciendo ese otro flaco, seguro que era
pajero. Se te nota en la cara corazóon. Raúl le había dicho que el flaco le
contó cómo se había culiado a la lavandera un día y que era como poner la penca
entre dos bisteques calentitos. Esas y otras cosas parecidas lo asaltaban a
cualquiera hora, en cualquier situación. Le costaba trabajo concentrarse. El
padre lo había notado no sabía cómo, parece que el viejo le leía el
pensamiento, y le había dicho una tarde que quería hablar con él de hombre a
hombre después de comida, pero él no había soltado prenda, haciéndose el
huevón, había dado el pretexto de que tenía que estudiar para la prueba de
matemáticas al otro día y se había ido a encerrar a la pieza.
Porque no bastaba andar bien terneado y pasear la pinta, las cabras no
iban a caer solas. No podía abordarlas en la calle como el Raúl que le decía
espérame Palote y se acercaba a las cabras y al rato estaba hablando con las
dos risitas que se morían. Se quedaba hablando afuera del liceo haciendo hora
para encontrarse como por casualidad con una niña que conocía un poco y que
estudiaba el liceo de niñas que quedaba cerca. Pero la saludaba “hola, como
estái”— bien y tú—. Pero nada. La araña teje su tela le habían proclamado los
silabarios en su infancia. Algunos otros cabros del colegio hablaban de sus
idas a puta, de los manoseos de las cabras en el teatro, en el parque, en las
micros, pero él mudo, otros había que inventaban, pero se les notaba por que
les fallaban los detalles. Si se los apretaba un pocon que que fuera se empezaban
a turbar, a confundir. Pero nadie lo hacía, para qué, había una especie de
acuerdo mutuo y ya le iba a tocar a uno el turno de cahiporrearse. Todos tenían
cosas que contar, esperaban su turno para darle a la sin hueso, haber visto por
el ojo de la cerradura de esas chapas metálicas grandes antiguas a las primas
empelotándose, que olían los calzones en su dormitorio de la casa de Viña donde
los papás y los tíos arrendaban una casa por un mes para veranear, los adultos
habían ido al Casino y ellas seguramente hacían eso para saber si se los podían
poner al día siguiente. O los atraques con empleadas los sábados o domingos en
el Cerro Navidad, el Cerro Santa Lucía, el mismo San Cristóbal, otra vez las
corridas de mano en el Parque Japonés, el Parque Bustamante, el Parque
Forestal, las intenciones firmes de ir a puta este sábado, el domingo que
viene, ahora sí que sí, no se le iban a aconchar los meados, los inumerables
cuarteos y elucubraciones, y por otro lado había varias niñas que le
preguntaban por él al Raúl que era bastante entrador pero a las finales parece
que no agarraba papa, simpático, sociable, pero llegaba a dolerle la cara de
puro feo, el sapo cancionero del curso, tú te sabes feo, feo y contrahecho ¿Y
quién es ese amigo tuyo, ese cabro alto, medio pintosito, medio pije que le
dicen el Palote?, decía que le preguntaban unas cabras del liceo que estaba
como a tres cuadras por la otra vereda. Pero él no preguntaba detalles, se
hacía el leso, moría pollo, había unos que creían que se daba importancia, el
Palote es creído, es cachetón, pero era casi de puro tímido, hasta que un día
el Raúl le consiguió de veras una minita, medio federica de cara pero altita y
con buen cuero, cabrita todavía pero que prometía futuro esplendor. No importa
Palote, le ponís una cambucho en la cabeza y fueron los cuatro al rotativo y la
cabra le agarró la mano y se la puso entre las piernas y estaba toda mojada. O
eso es lo que le contó después a los otros cabros en el primer recreo del
lunes. Después lo invitaba el Raúl cuando terminaban las clases como a eso de
las cuatro pero a las pocas veces ya no iba, se iba todo en puro conversa y su
agarradita huacha, las cabras risa que se morían pero ná ni ná y prefería
pasearse solo a la hora de salida frente al Liceo 7 y algunas cabras ya lo
conocían, había una medio rubia que le gustaba harto y a veces lo miraba de
lejos. Al poco tiempo se había soltado, había agarrado confianza, conocía un
montón de chiquillas aunque casi a todas de hola y chao y se iba con la Rosa
con que la que andaban más o menos al cerro Santa Lucía o esperaban que fuera
un poco más tarde y se iban al Parque Japonés, claro que mirando para todos
lados por si había algún parejero. Llegaba a la casa y le decía a la mamá que
había estado estudiando donde el Raúl y que no se molestara, que estaba comido
y se dormía hasta el otro día como tronco. Y entonces había sido que el viejo
se había dado cuenta de algo y le había dicho que iban a hablar de hombre a
hombre. Quizás lo hallaría todavía más flaco.
Claro que luego que cuando pasaba el brillo uno quedaba como si nada,
porque a las finales quedaba una como impresión de “y así que era esto, tan
sencillo, eso era todo”, y se tenía que seguir con las mismas cosas, estudiar
en la tarde y preparar las tareas, ir a clase y daban como ganas de destacarse,
de ser importante en otras cosas, lo de las minas aparecía después del gusto
como una cosa de encierro, de aire viciado, de confesionario y baño de campo y
pese a los esfuerzos que hacía los otros cabros no lo notaban mucho, de todas
maneras no le llevaban mucho el apunte, porque los que se notaban eran los
otros, como el Barrera, que salía siempre presidente de curso y era el que más
hablaba en el consejo. Se sacaba re malas notas pero se las arreglaba para
pasar siempre raspando y los profesores le daban permiso para salir y los
inspectores lo saludaban, le daban una palmadita en la espalda al pasar, lo
pillaba fumando el inspector Fernández, el perro Fernández y no le decía nada,
en una de ésas le guiñaba el ojo y él había visto eso más de una vez y lo veía
que se juntaba con otros cabros en los recreos, y hablaban de política. Alguien
decía que también se juntaban en las casas. Barrera le decía déjalos que
hablen, Palote, que me pelen, que le den a la sin hueso todo lo que quieran,
que los otros eran como pajaritos, Palote, no tienen conciencia, no se dan
cuenta de nada y el Eugenio por otro lado que era más amigo le decía no te
preocupís de huevadas, Palote, déja a esos huevones que se pajeen y le prestaba
las revistas que le llegaban al papá de Estados Unidos, a color y con minas de
película a chora pelada. El cura le había preguntado si se corría la paja, así,
por lo derecho, si algún amigo, una hermana mayor, una prima mayor le hacía
cosas, y de ahí no salía, mientras le brillaban un poco los ojillos a través
del bastidor, y entonces no fue más a confesarse. El Raúl le contó que cuando
vivía en Concepción el cura le agarraba el poto a todos los cabros chicos y que
por eso nadie quería ser sacristán, a lo mejor uno que otro sí, Palote, que
gustara la cosa y que el párroco de la otra iglesia vivía con una mujer gorda
que decía que era una prima, pero que a él nunca le había interesado mucho la
religión aunque como todo en el mundo tenían que ir a misa y se había lateado
siempre y había dejado de ir cuando era bien chico todavía.
Y así se entraba en el último año del liceo como por un callejón más o
menos estrecho, pero no mucho tampoco, flanqueado por casas obscuras, pero no
tanto, con figuras misteriosas e incintantes tras de los visillos, pero no
mucho, no hay que exagerar tampoco, pero el cielo claro de la tarde a veces tan
límpido que casi lo obligaba a uno a mirar para arriba, a veces por otro lado
plomo, una mierda, y claro que los que más atraían la atención los que más se
notaban eran los cabros que leían los periódicos, los que discutían con los
profesores, con el cura en la clase de religión, hablaban de política, se
metían a las juventudes de los partidos mientras los otros del mónton botaban
lápices y lapiceras para agacharse y mirarle los calzones a la profesora de
matemáticas, una cabra joven que estaba haciendo la práctica, o hacían peos con
la boca, y no es que uno no lo hiciera tampoco, no se trata de eso, pegarse su
pajita por turno mirándole los calzones a la flaca de biología, que también
está haciendo la práctica, pero es larguirucha y medio feorra, cuando los otros
cabros le hacen corro adelante parados al frente del escritorio para taparlo a
uno.
Pero las cosas no se terminaban ahí nomás, había otras cosas esperándolo
a uno si uno quería, si es que a uno le importaba, aunque uno no sabía muy bien
de qué se trataba, la sensación estaba como ahí adelante y fue el Raúl el que
lo había medio convencido, mira Palote, ¿Porqué no te metís al Partido? y ahora
había como un triángulo, la casa y el barrio, el colegio por otro lado y ahora
lo estaban invitando a meterse al partido, no es que fuera a aceptar, pero en
una de éstas, pero todo estaba junto, pues claro, porque ahora él estaba en
todo, pero también como en pedazos separados, y eso le provocaba como un
escalofrío cuando lo pensaba, pero no de nervios malos, de nervios buenos, como
cuando uno le corría mano en un rotativo a una minita de liceo no muy fruncida
que se dejara hacer o se fumaba un cigarrillo escondido.
¿Qué lo llevó a ingresar, mejor, a interesarse a medias en la así llamada
‘vida política’? ¿Era una cosa de ‘despertar de la conciencia’, como decía el
Barrera? A lo mejor se había enamorado de alguna minita medio rubia que
estudiaba en un liceo que quedaba cerca y que no le daba pelota, y necesitaría
otra cosa en qué meterse, de qué preocuparse, o simplemente andaría medio
aburrido, – No podemos dejar de considerar las determinaciones sociales antes
señaladas – O simplemente se quería destacar, como los cabros del centro de
alumnos, o los que manejaban la cosa en la FECH, había uno que el año pasado
nomás había estado en este mismo liceo, y ya había aparecido en todos diarios,
hasta había caído preso en una concentración. Uno se sentía atraído por la vida
aventurera, esos cabros aparecían tupido y parejo en las noticias cuando había
huelga, hasta los mismos cabros dirigentes del colegio, a ellos todo el mundo
los conocía, los profesores los inspectores les conversaban, a él no le daban
pelota. Él había leído mucho ya siendo muy cabro, bueno no tanto tampoco,
además de que era medio reconcentrado. Era todavía la adolescencia y entonces
veía, no podía menos de notar lo fuera de alcance que estaba la vida que
llevaba un tipo que fuera realmente, lo que se llama ‘bien’ y ese ir y venir
suyo básicamente entre la casa y el liceo, la mamá el viejo y las hermanas, sus
escapadas ocasionales y a hurtadillas de la vida familiar que no cambiaban
mucho las cosas. Los jóvenes hoy día tienen acceso a mucha información. No en
vano esta es la era de las comunicaciones. Tomaban desayuno juntos, la mamá en
bata y la cabeza cubierta de bigudíes, las hermanas ya metidas en los uniformes
azules de liceo, el papá en mangas de camisa, recién afeitado, la cara lustrosa.
Leía el diario, pero nunca lo comentaba. Como si lo colocara entre él y la
familia. Trabajaba en el centro, en la Oficina Principal del Banco, sección
Cuentas Corrientes. Era un viejo chico vestido de plomo, o iba para allá, como
decían los locutores del noticiario de la mañana de la radio Agricultura, que
entremedio de las noticias echaban chistes. A las once, antes de almuerzo, o
después de almuerzo, o a la salida de la pega, se pasaba al Monterrey a tomarse
su corto, siempre medio alegre. A veces pasaba al Haití a comentar con los
turcos sobre carreras de caballos, política, vaivenes de las acciones, hablando
con el viejo Lama sobre las especulaciones de los Yarur, de los Zaror, de los
Abuhadba— él, que era un empleaducho, aunque bastante alto en el escalafón—. O
de los detestables Neumann, Miller, Bertzeller o Fisher, según el turco, cuyos
hijos llenaban las aulas del mismo liceo donde él estaba terminando de
estudiar.
Pero su mente ávida de cabro nervioso trabajaba mientras inclinado se
llevaba la taza de té con leche a los delgados labios, o comía
parsimoniosamente tostadas con mantequilla. Entre los jirones oníricos y la
continuación de los ensueños eróticos del despertar, que tenían como actoras
principales y secundarias a las amigas de las hermanas, las amigas de la madre
aún potables, las empleadas mejorcitas del vecindario, las niñas vistas en
forma repetida en el recorrido del bus. Se esbozaban las noticias mundiales a
esa primera hora del día llegadas en las alas inalámbricas de la radio a los hogares
santiaguinos en que innumerables fulanos se aprestaban a dirigirse a sus
oficinas, escuchando el noticiario medio en chunga de la mañana, los
comentarios de Jorge Dam, o el programa auspiciado por galletas Mackay, más
ricas no hay que escuchaba el viejo y el locutor que decían que era ciego decía
su inimitable “queque con paaasaas”, lo mismo durante días y días. Lo
individual de la limitada situación concreta es siempre molesta como única
proyección vital para un joven pequeño burgués urbano que comienza a ser culto:
¿Cómo se puede soportar esta vida frente a la maraña de los acontecimientos que
se desarrollan cada día, a nivel mundial, aquí en el país, en la ciudad, a una
pocas cuadras a lo mejor, sin tomar parte en los mismos?. Pero de una manera así
como vaga. El cabro proleta o de la clase media pabajito está demasiado ocupado
con la subsistencia para plantearse estas interrogantes. A veces se ve metido
en bollos por pura necesidad. Por otro lado, el cabro burgués de frentón ya
tiene un lugar en el mundo, adquiere responsabilidades temprano. Para él el
asunto es mantener la cosa andando. El cabro Betzeller también estaba en sexto
humanidades ya ya lo tenía el viejo trabajando en la fábrica de plástico. Los
turcos trabajan la cosa textil, los judíos el plástico, los dos cotizan en la
bolsa. Los chilenos palogrueso se dedican a la inmobiliaria, la agricultura, o
la especulación de acciones y valores, como los vascos se dedican a la
curtiembre y los bachichas y los coños a las almacenes. El viejo Betzeller le
daba al cabro un sueldo del que le descontaba los gastos educacionales y no le
quedaba un peso. Decían otros.
Y claro algo había que hacer y lo entusiamaron en el Belarmido los cabros
de las reuniones dominicales y los cabros del centro de Alunmos del Instituto y
se metió en los trabajos de verano, como eran la Patria Joven, la esperanza del
futuro y los había despedido Frei en la estación cuando se iban a construir
casas y escuelas al campo, a trabajar codo a codo con los campesinos de la
patria, y no había por qué ser del partido Palote, iban cabros de todos los
colegios, y chiquillas, pero era la jotadecé la que mandaba en la FECH y ellos,
los que organizaban tenían después la pega segura, Palote, métete, que me voy a
latear solo, le había dicho el Raúl, que siempre le gustaba hacerlo todo en
yunta, si no quieres no, no te voy a obligar, es cosa tuya, pero vamos al
campo, está lleno de minas que van a llegar hasta de colegios particulares,
cabritas ricas, universitarias, de Inglés y de Francés, pero hay que portarse
bien en la cosa política, no pasarse pa la punta, no querían problemas, pero
como estaba la cosa de la promoción popular (la promo) había que agitar un poco
pero sin pasarse para la punta, que se notara, eso sí, y sobre todo tener a los
cabros contentos y armar bulla en el campo con la guitarrita y la fogatita. Eso
decían en las reuniones los caperuzos a los más de confianza.
“brilla el sol en nuestras juventudes las vacas no tienen que comer” les
cantaban en burla los cabros de izquierda si se terciaba. Pero nunca faltaban
los que se tomaban la cosa en serio, los mismos cabros que antes discutían en
las reuniones de la Juventud Estudiantil Católica en el vetusto Instituto
Belarmino en Almirante Barroso, un poco pasadito del centro, los domingos. Y
algunos como que tendían a reconocerlo a él pero todavía como que se hacían los
lesos, estaban muy ocupados, pero si te reconocían te saludaban de lejos, con
una seña, o una palmadita en el hombro “cómo estái Palote” y había que
conformarse con eso mientras tanto, y esos eran los que iban a tener problemas
después, y se iban a meter más en la cosa cuando se les quitaran los reparos de
que ellos eran cristianos y los otros son materialistas y ateos y hasta
comunistas, que es lo que les habían dicho en la iglesia, en el colegio,
mientras otros cabros, a lo mejor de la jota infiltrados en los trabajos, vaya
uno a saber, déle a convencer a los demás de que Cristo fue el primer comunista
y había echado a huscasos a los mercaderes del templo y no he venido a traer la
paz sino la espada y antes pasa un camello por el ojo de una aguja que el rico
al reino de los cielos. Lo que por lo demás aparece en la Biblia, textual,
Palote, que la tienes que haber ojeado alguna vez, por lo menos el Nuevo
Testamento, si es que eres de verdad católico, cristiano, aunque ni él ni
ningún otro cabro la había leído, que uno había empezado a ir a misa por que la
familia, sobre todo la tía, abuelita y la mamá, porque toda la gente va a misa,
y había dejado de ir cuando había comenzado a manosear cabritas, aunque ya
antes había pensado no ir más cuando había empezado a correse la paja.
Ese mes. Conversando re cansado en la noche en un pajar o un establo
convertido en campamento mientras cantan los grillos te pican las pulgas hasta
que te acostumbras y a la semana no te sacan ni roncha y la noche es un poquito
fría porque son los últimos días de febrero y el frío comienza antes en el Sur,
fumando con los otros cabros, tomando café y uno siente que está haciendo algo
importante, y se siente como el trasmisor de algo que no se tiene mucho idea de
qué lo que es, más bien la pura sensación y se siente como que tiene algo que
está en consonancia con la noche y con los grillos y el calor del café y a
veces su traguito en el cuerpo.
Para ver después por la calle en Santiago al tipo ése con que se habían
hecho tan amigos en el Maule, levantando juntos chozas de roble sobre pilones
de eucalipto, pegándose juntos unas cachas con unas cabritas del campo, sobre
todo una bastante buenona que trabajaba de empleada en Santiago y estaba
visitando a la familia, a lo mejor ésa era la que le había pegado los
lamparones al otro. Para verlo que pasaba un día en una calle en el centro,
paliducho, en pleno invierno, mucho después y saludarse y echar de menos un
poco y languidecer conversando unas cuadras juntos mientras se cuentan sin
ganas lo que están haciendo y hablar otra vez de política, de las minas, pero
como disco rayado sin ganas ni de darse los teléfonos y direcciones y sin
aparentar sorpresa ante el descubrimiento de que tienen amigos o conocidos
comunes pensando para sus adentros nunca voy a llamar a este huevón qué lata,
caminar rápido y con alivio cuando el otro ya se fue y olvidarse cambiando la
imagen y el recuerdo mismo de lo que había pasado allá, achatándolo y
borrándolo porque no valía la pena. O a lo mejor sí.
Mientras que a estas alturas las calles de Santiago se llenaban de
huelguistas, secundarios, universitarios, obreros de Obras Públicas, empleados
fiscales, particulares, de correos, de la salud, profesores (todavía no
agrupados en una sola organización gremial, de Arica a Magallanes),
microbuseros y obreros industriales, mientras las poblaciones comenzaban a
agitarse, despertando por las migajas ofrecidas por la promoción popular y la
operación sitio, llevando a cabo las primeras tomas, ya se había ensangrentando
Puerto Mont y los campesinos cebados por la incipiente reforma agraria
comenzaban las primeras tomas y llenaban de sangre Los Andes. Los paros de la
CUT se había sucedido desde el de 1967 (a raíz de uno por año) que llenó de
barricadas Santiago y provincias, para culminar en el del 69, que transformó
sectores de la capital en campo de batalla, sobre todo la población Caro y la
Universidad Técnica, claro que no hay que dejar de mencionar las barricadas en
Macul, al frente del Piedragógico.
Y hubo algunos otros que ya habían pasado por los tribunales de Menor
Cuantía de la historia luego de una manifestación estudiantil. El ratón
Gonzáles, compañero del Instituto, como el Barrera, que había enserado pisos
para poder echarle padelante en los estudios en ese plantel que contaba entre
sus estudiantes a una buena proporción de jóvenes provenientes de la Clase
Media Acomodada. O el Tonko, que parece que tenía ascendencia yugoeslava, que
con unos primos se robó la leche Caritas de la población “porque nosotros somos
pobres y esa leche es para los pobres”. Gonzáles trabajaba como ayudante de un
pintor en la tarde y les hacía los dibujos a los cabros por diez pesos. El
profe había llegado con su aliento a caña y había empezado a colocar siete
corrido. No hace mucho había sabido que el ratón había conocido a una gente en
unos pules y que estaba haciendo con alguien trabajo político en El Volcán. O
parece que me equivoco y estamos hablando de Barrera. A estas alturas del
partido los nombres se confunden y las caras se confunden todavía más.
Pero la vida sigue igual. La madre, apresurada, en bata, sin lavarse
todavía y con los bigudíes puestos, se dejaba estar, dejaba aumentar su
volumen, el perímetro de la cintura, se descuidaba de las acechanzas del
fantasma del Mal del Tordo al pasar los cuarenta que aquejaba, parece, a las
mujers de la familia, destino del que las hermanas rezaban por salvarse,
mientras la madre calentaba el agua, tostaba el pan sin preocuparse ya más del
doctor Lazaeta ni de las dietas vegetarianas, mientras la radio, que emitía por
ejemplo las noticias del Correo de Minería, era el complemento del diario
matutino tradicional del padre, podemos suponer El Mercurio o La Nación,
mezclando ambos medios de comunicación su mensaje informativo con los sueños
todavía a medio disolver, como una tableta antiácido, con los pensamientos y
planes privados de los contertulios, en ese desayuno parco pero lleno de
promesas, primera actividad del día, quizás la única ocasión en que come la
familia reunida, como en la misa, en que se van a sentar uno al lado del otro,
ocupan casi todo el asiento, las hermanas, después los padres y él a otro lado,
porque la familia que reza unida permanece unida y en Santiago, a lo mejor en
Chile todo el mundo toda la gente se separa, un sociólogo habla del país o la
ciudad de los hombres isla, y así el desayuno viene y se va, entregando una
especie de orden del día, sobre todo para el joven, que de a poco estaba
llegando a una concepción de la Universidad a la que por tradición y doctrina
tendría muy luego que ingresar, que era bastante distinta a la de sus
progenitores.
No pasa nada señores. El cura enebra su rosario sacro de palabras y
parábolas, él todavía se distrae con la mirada fija en las pantorrillas de las
niñas que se arrodillan o se levantan o se sientan como unos trigales mecidos
por el viento de la palabra del sacerdote, que ahora abre los brazos y le baña
media cara un halo de luz sobre el que flotan motas de polvo súbitamente
encendidas color oro. Se acuerda de cosas pasadas en las matinés, corridas de
mano en que a veces las niñas mantienen firmemente las manos entre las piernas
estableciendo una frontera infranqueable ante los ruegos susurrados, y no se
crea que las más pituquitas, no, mientras se para o se oscurece la película, ya
pus cojo, de atraques en el parque, de las cachas en los trabajos de verano y
así se deja balancear por el ronroneo del sermón. Los trozos de mármol
reconstituido del piso hábilmente ensamblados y cuya disparidad con los trozos
de los lados no se advierte merced al empleo de una suerte de argamasa obscura
y brillante, fingen enormes monstruos, catedrales subterráneas y piranésicas
surcadas de figuras encapuchadas que portan antorchas.
Descreyendo, distrayéndose, parado atrás, con las manos cruzadas delante
del sexo, de modo tal de adoptar un aire muy respetable, pese a su edad
juvenil, haciendo que las bocamangas de la chaqueta azul, el blázer, aparenten
mostrar casualmente los blancos puños de la camisa de lino y las colleras de
oro con sus iniciales grabadas regalo de abuela. Mientras la letanía se
interrumpe en el interior obscuro y recién inaugurado de su cabeza, aún blando,
con la preocupación de observarlo todo pero a medias desde la altura no
acostumbrada de un joven de unos diecinueve años que acaba de pegar un estirón
tardío y que intenta rescatar el equilibrio perdido con el cuerpo casi infantil
de no hace mucho y que se yergue desconociendo un poco ese nuevo esqueleto. Hay
una leve deficiencia en la punta negra del zapato que denuncia su gris
amenazante bajo la supuesta cobertura negra brindada por el betún nugget, un
asomo de brillo y rodillera en la pierna del mismo lado del pantalón gris, el
color más práctico, el más resistente a las manchas y el polvo, un pantalón de
batalla que se usa y gasta incluso los domingos siguiendo el eclipse paulatino
y nunca confesado de las entradas familiares, que sabe pero que no puede
enrostrar directamente, ni menos entrar a plantear en forma interrogante aunque
sensible y discreta en el seno de la familia. El traje de dos piezas ha
adoptado un rango dominguero, humillando la autoconciencia naciente del joven,
llenando con otro motivo de timidez su cabeza gacha, ocupando un lugar
importante junto al acné, el crecimiento desgarbado y la pérdida definitiva de
los últimos restos de la belleza infantil, sólo reconocida en su totalidad y
plenitud en el momento de su pérdida, es decir, en el que nos encontramos. El
cristal de un azul ultramar del color base de los vitrales surcados de pájaros
realza y presta a la nave un resplandor ceremonioso, no cotidiano, y podemos
suponer es ese mismo ceremonial es lo que presta alas al recogimiento
supuestamente producido en la masa feligresa por la Palabra de Dios, pero
nosotros sabemos que dicho factor, junto a las necesidades de la representación
social ocupan el mayor espacio en dicho modo de comportarse, en sectores como
los analizados que no tienen la posibilidad de acceder al respeto religioso en
forma pura, sin la mediatización que supone la pompa que hace la iglesia, de
esa sociabilidad que construye o refuerza con sus jerarquías, avances y
exclusiones bajo la bóveda misma que encierra o protege estos cantos corales y
oraciones.
Testigo forzado de las peleas domésticas y auditor obligado de los
alegatos, convencionalmente extinguidos al mínimo de los susurros vehementes
por respeto y vergüenza ajena,— la prohibición frente a los espectáculos y
secretos sagrados—, que oye pero trata de no entender pero que comprende,
provenientes del dormitorio matrimonial, separado del suyo y del de las
hermanas por sendas paredes delgadas a lado y lado. Se supone que él no es
consciente de la situación económica, pero en su mente semiadulta y ávida recién
estrenada empiezan a brotar los planes y programas destinados a un rápido
paliativo de esa situación que en efecto hiere su estabilidad en un momento en
que necesita de una infraestructura de base para garantizar su funcionamiento
como persona en esos momentos difíciles de fines de la adolescencia y entrada
en eso que se llama la juventud. Y así se le va preparando para el futuro una
mentalidad quizás no de Hombre de Negocios, pero sí de persona práctica dentro
de lo posible en el medio en que desenvuelve, cuyas raíces sabemos se hunden en
el marasmo siempre presente de las vivencias psicológicas y sociales anteriores
como esa mansiones del Sur de Estados Unidos que aparecen en las películas, con
columnas blancas hundidas en la greda o los pantanos, como Tara en Lo que el
Viento se Llevó que hizo llorar a la abuela que a veces todavía lo lleva al
cine como cuando era chico y a cuyo lado se sienta, autoconsciente y bochornoso
en el intermedio sospechando o temiendo la presencia de compañeros de liceo, conocidos
o sobretodo y lo que es peor, de niñas que a su vez comenten con otras niñas
conocidas o fuente de interés que el Palote estaba con la abuelita en el
teatro. Pero la famila es la famila y de vez en cuando hay que hacer
sacrificios.
Pero las inquietudes respecto al futuro económico pueden no ser
suficientes para evitar que quizás menosprecie aunque no descarte
definitivamente la alternativa futura de ser empleado de banco, como su padre.
Uno se mete al comienzo nada más que por un par de años mientras se prepara
para volver a dar el bachillerato o la prueba de aptitud académica para mejorar
el puntaje y después se queda en esa pega toda una vida melancólica. Aunque no
podemos negar que un trabajo en el banco ofrece una seguridad, el escalafón y
un módico incremento salarial a lo largo de los años, además de servicio médico
y buena jubilación, balnearios para los empleados en todas las regiones del
país, contando a las finales con la perseguidora si las cosas salen bien, o
siguen igual y uno se aguanta los años. Una seguridad que en esta década de
acelerada restricción del poder adquisitivo no basta para evitar el abismo cada
vez mayor que se abre entre el poder comprador real de un empleado particular o
fiscal aunque tenga una carrera prolongada y los precios cada vez más altos.
Pero quizás esas ventajas casi garantizadas y ese nicho de estabilidad a futuro
en estos tiempos inciertos cambien incluso sus planes largamente acariciados de
reconocer cuartel en el creciente ejército de los profesionales liberales, en
un comienzo la esperanza natural de los padres ante todo nacimiento de un hijo
varón, y que éste casi invariablemente pasará a adoptar como suya con el correr
de los años, lo que nos ofrece un ejemplo claro de introyección en la progenie
de las normas, creencias y esperanzas sociales, sobre todo las provenientes de
la familia, átomo y piedra miliar de las organizaciones sociales más
abarcadoras.
El joven cuando era todavía un niño y estaba en los últimos años de la
preparatoria era ocasionalmente interpelado por profesores, inspectores, el
doctor y el dentista, el profesor particular de matemáticas, porque es un niño
flacucho, palidito, decente, que cae simpático aunque sea un poco retraído
porque esa misma fragilidad despierta un cierto interés protector. Es un niño
educadito que siempre responde a los adultos de la familia, a los conocidos y
amigos de los padres, cuando le preguntan ¿Y qué vas a ser cuando grande?. Se
ruboriza un poco porque es tímido, porque ya cree que es grande, y contesta “Voy
a ser abogado”.
Pero por otro lado y como está por salir del liceo, la verdad es que esa
parte convencional y pública de sí mismo y de sus días, esa mitad de vida no
clandestina en los adolescentes y jóvenes, no puede menos que advertir el
rápido ascenso económico y porqué no decirlo social de los profesionales
técnicos. El mito de las relativamente nuevas “carreras cortas”, ya se insinúa
aunque con cautela en las conversaciones de la familia en torno a la mesa del
desayuno, el almuerzo o la comida; aparece en las palabras del profesor jefe
del curso, en las del orientador del liceo, pero es algo que todavía no se ve
con mucho entusiamo en los medios de las así llamadas Clases Medias, sino más
bien como una presión de la realidad que se acoge no sin molestia, algo con lo
que se cumple sólo mencionándolo como un hecho que no se puede ignorar, incluso
en el seno de las buenas familas como somos todos nosotros. En realidad y
hablando en plata todos esos son destinos torcidos, que se queman como el pan
en la puerta del horno, o salen medio a salto de mata, como por ejemplo entrar
a la Escuela Militar, que no podemos negar tiene sus ventajas suplementarias
como el brillo de los botones, la admiración de las niñas bien en la vida
social y oficial y la fácil frecuentación de las empleadas en los parques y la
Quinta Normal el sábado o domingo en la noche, que ante el interés de los
jóvenes cadetes abandonan inmediatemente por ellos a esas huestes plebeyas y
grises de pacos, conscriptos y estudiantes secundarios y universitarios. Lo
mismo que estudiar en una escuela vocacional o técnica, con la imagen del
atletico y bien parecido joven en mangas de camisa inclinado sobre algún
mecanismo, que aparece en varios diarios y tabloides de la capital. Pero no.
Ese futuro se asimila al que le ofrecen a las niñas de contraparte las revistas
o periódicos, casi con la misma imagen pero en versión femenina, de las
academias de taquigrafía al tacto en un mes y quince días, de corte y
confección (Academias Elioré), aunque podemos afirmar que en el sentir de la
gente y los estamentos afectados el proceso ha sido pese a todo bastante
rápido: ya han entrado en la conciencia social de la Clase Media las carreras
técnicas, carreras cortas, la imagen publicitada por las revistas en cuestión.
En estas circunstancias, un joven como el nuestro — con abuelo coronel de
ejército, delgado y más bien alto, llevado por la experiencia del deterioro
económico y podemos presumir social, si siguen así las cosas—se plantea o
acepta la posibilidad casi concreta de ser contador, o dedicarse a los
negocios, sin para eso tener que dejar la universidad cuando entre a trabajar,
se pueden ir sacando ramos, abundan en las bocas prestas a proporcionar
ejemplos constructivos las historias de esos jóvenes que trabajan y estudian
exitosamente, aunque él no conozca a ninguno. Pero ya al abrirse siquiera a esa
posibilidad demuestra tener una mentalidad bastante despierta, bastante
práctica si tenemos en cuenta sus más profundas aspiraciones y deseos y que
pisa el umbral de sus diecinueve años.
Pero en la misma medida del paso del tiempo y en un proceso que parece
ser inevitable, el mundo del muchacho y de la familia se distanciaban, y lo que
de él quedaba en el hogar era a la postre una imagen suya que la madre sobre
todo se había hecho, como un señuelo que fijara y distrajera la atención de la
familia mientras él se adentraba más y más en los zarzales y andurriales de su
propia vida. Como pasa por otra parte con todos los muchachos y muchachas que
pasan por la adolescencia y la temprana juventud en el seno del hogar familiar.
Continuó yendo a la iglesia los días domingos, saliendo todos los días a las
siete de la mañana de la casa —cuando después entró a la Universidad decía que
iba para allá —bastaba con eso y salir peinado y con la corbata puesta. El
viejo se había cabreado de las tandas a correazos y los interrogatorios (de
hombre a hombre) y más chico ahora— a medida que el joven crecía y echaba algo,
no mucho, de espaldas— y más calvo, con bolsas en los ojos, prefería mantener
un acuerdo tácito en la medida en que ningún intruso, torpe o desadvertido,
fuera a romper estas apariencias de vida normal familiar. El territorio oficial
que importaba mantener era el de la casa, los momentos de vida en común, que
adoptaban una forma bastante rígida, a prueba de balas. Ya nadie hablaba del
futuro brillante de los primos para sacarle roncha a él, por ejemplo de ése,
claro, el mismo, ese más buenmocito, que ya era oficial de la Escuela Naval y
del que hablaban embravecidas las hermanas menores, sin atacarlo a él en forma
directa, pero hablando provocativamente, envalentonadas, sacándole pica a él
que no iba a ninguna parte, porque eso sí que sabían las putillas, que
entendían implícitamente que el orden no podía ser roto, y se aprovechaban, y
él tenía que sumarse a esas adulaciones de sobremesa, siendo la verdad que
cuando se lo encontraba por casualidad caminando por Providencia ni se
saludaban y el otro pasaba con los ojos claros, grandes, vacuos, como de vaca,
era un huevón de siete suelas, al que le daba todo lo mismo y con el cual no se
podían conversar ni dos palabras.
Los muebles del living terminaron por ese entonces de envejecer hasta que
la mamá los tapó con una cretona floreada, no muy charra, que las hermanas le
ayudaron a formar en fundas en la máquina de coser que le habían comprado a la
vecina y por acuerdo tácito ya nadie hablaba de comprarse un amoblado nuevo ni
de volver a pintar la casa. Los trabajos de verano habían servido por lo menos
para que los cabros salieran. El viejo, con la mala racha se estaba poniendo
medio desencantado de los democristianos, tomaba un poco más que antes y más
seguido y le había dicho conciliador que ya que el servicio militar se lo había
sacado por el abuelo coronel retirado al menos le iba a servir para algo quq
fuera a trabajar al campo otro verano para hacerse hombre, aunque él no era
tonto no lo iban a a hacer leso y lo que pasaba en realidad era que los cabros
se iban a pegar unos polvos al campo con las minitas, con la chiva de los
trabajos de verano y a las hermanas seguro que también ya se las habían pasado
por las armas, porque la juventud de ahora era puro sacar la vuelta y que les
sacaran fotitos y recibir invitaciones de los dueños de fundo, y hueveo y dejar
unas cuantas casuchas mal paradas que ahí quedaban porque quién les iba a
terminar de poner el techo, hasta que llegaban unos huasos y le metían adentro
unos chanchos o las usaban de gallineros o algún vago o afuerino las usaba de
guáter o para pasar la noche.
Ahora es cierto que por otro lado con la mayoría del huevonaje que iba no
se podía hablar nada de política, no les interesaba, iban puro a pasarlo bien,
claro que había de todos los pelajes y algo se podía hacer, con los cabros más
interesados, que en realidad iban a trabajar, y querían meterse con los
campesinos y les tocaban guitarrita, se bailaba cueca y armaban sus pichangas y
los campesinos les decían a todo que sí y después se reían de los futres, tan
huevones, siempre como que les ofrecían cosas, les querían pedir que hicieran
cosas, les trataban de explicar lo que ellos ya sabían de más, comprometerlos,
qué se yo. Claro que a los cabros demos los administradores de los fundos les
echaban los perros cuando los más interesados trataban de salir a reunir a los
campesinos y darles charlas con el libro ése de Paulo Freire para entablar un
diálogo de igual a igual, que ellos tienen tanto que enseñarnos a nosotros como
nosotros a ellos, Palote, y a lo mejor más, pero los campesinos se notaban
bastante cerrados claro, o se hacían medio los lesos, porque ellos son los que
se se tienen que quedar ahí porque son de ahí y a dónde se van a ir y ellos van
a ser los que van a sufrir las consecuencias después que los pijes, los futres,
los hijitos de su papá se vayan a Santiago y buenas noches los pastores y si te
he visto no me acuerdo y los cabros métale hablando de cambio y hasta de
revolución y claro que los campechas tenían harta razón, y no son tontos
fíjese, se dan harta cuenta, aunque no se van a meter a hablar con los cabros
que más la revolvían s y trataban de meterse con ellos, si no con los otros, a
esos más calladitos y que trabajaban déle que déle, porque así es la gente del
campo, ellos observan no más, calladitos, y no te conversan así de buenas a
primeras, Palote, sino que cuando uno está un poco cocido y medio aparte del
resto, además de que saben con quién pueden hablar y con quién no, que no
porque son del campo van a ser todos huevones, aunque lo parezcan.
Y claro, los cabros empeñosos y más comprometidos en la cosa de la FECH y
de la secundaria se choreaban tratando de parar el hueveo y el guitarreo y las
cachas en los campamentos y querían que saliera el trabajo y trataban de darle
con la alfabetización y qué problemas hay en la comunidad, y nada, y con los viejos
lo que sacaban era mutismo, y nada, y con las autoridades, mejor quedarse
callados, subdelegados, gobernadores, en el fondo no quieren nada, no quieren
ni oír hablar de imposiciones, escuelas rurales, sindicalización, salario
mínimo, que los curas dicen en la misa en las paroquias, no todos claro está,
no queremos comunistas que vengan a perturbar la inocencia y la bondad de
nuestro pueblo con doctrinas diabólicas y los campesinos a veces quedaban
asustados “mire joven mejor no venga más porque el patrón...” mientras que los
de los fundos y los regidores les organizaban a los cabros asados y recepciones
y les prometían colaboración y el profesor de la escuela rural curado como teta
con el terno brillante hacía discursos aunque no venía preparado y después de
un par de semanas lo único que querían los cabros era volverse a Santiago y
entonces uno les caía y les explicaba la cacha de la espada y la pirinola chica
y zás los más metidos te abrían el corazón, se destapaban, decían que creían
que la cosa era muy otra que no vinimos aquí a puro hacer la pará y nos habían
prometido todo el apoyo y la moral cristiana nos dice que hay que dar y tenías
razón Palote, hay que empezar por abajo y a fondo y esto en cambio es la pura
aliñada puros saltos y peos y vamos cambiando direcciones y téléfonos para
cuando volvamos a Santiago pero después en Santiago ya estaban ellos también
muñequeando en la FECH y lo he pensado mejor y a la postre na ni na.
Y vino el golpe bajo para el viejo pero sobre todo para la vieja cuando
la del medio se salió del liceo, porque ahora las mocosas estaban en liceo
porque los precios de los colegios particulares buenos para las niñas habían
subido hasta perderse en las alturas del cielo de lo inalcanzable, sólo
vehiculizados eventualmente en los sueños sueños son provocados por los enteros
de la Lotería de Concepción, la Polla Chilena de Beneficencia, los plenos en la
ruleta del Casino de Viña, cada vez menos frecuentado y la cabra se metió a
estudiar taquigrafía y dactilografía al tacto en un mes y quince días para
salir pololeando como al mes con un cabro mecánico que trabajaba en un taller
por aquí cerca y no entraba en la casa y la esperaba en una esquina, bajo un
farol, enchaquetado de cuero fumando. Esta niñita es un desastre.
Y la abuela cada vez más sentimental que lloraba cuando leía las noticias
de terremotos accidentes de trenes en otros países o con los aviones que se
caían decía pero tiene bastante buen lejos es un muchacho bueno decente y
trabajador, eso es lo importante, y que no la maltrate, que la trate bien y la
mayor se había metido a trabajar de oficinista en una empresa particular y
salía casi todos los sábados a fiestas en la oficina o a otras fiestas, quién
sabe con quién, vaya a saber uno y llegaba a las tres de la mañana, ligerito
vai a salir con tu domingo siete, le decía el padre que los fines de semana
miraba televisión hasta tarde fumando con su botellita de tinto a la mano,
Santa Elena sin H y la cabra más chica repetía el tercero medio, mientras los
primos estudiaban agronomía o arquitectura, en una de estas hasta medicina o
leyes, no sé no me fijé, no me acuerdo, no me quiero acordar, para qué hacerse
mala sangre y sus noviazgos aparecían en la crónica social del Mercurio, claro
que sin foto y en aviso chico, pero en fin, y que la mamá recortaba con la
tijera para las uñas, minuciosamente, cuidando de no pasar a llevar ninguna
letra, para pegarlo en el álbum, porque después de todo eran familia mientras
el papá guardaba silencio leyendo el parte porque los habían invitado a la
ceremonia de la iglesia nomás y ni una palabra de la recepción en la casa y el
viejo decía en fin, así no tenemos que comprar regalo, hay que mirarle el lado
bueno a las cosas, todo tiene su lado bueno, se estaba poniendo medio dolcevito
el viejo, llegaba a veces con la nariz medio colorada, claro que había tomado
siempre pero antes por lo menos no se había puesto desvergonzado, trataba de
guardar las apariencias y la mamá se ponía a gritar que claro, como se trata de
mis hermanos, y siempre les tuviste envidia porque son todos profesionales y no
empleaduchos y venimos de mejor familia que la tuya, y el viejo se pasaba la
mano por la frente, se alisaba el pelo cada vez más inexistente y se levantaba
despacio del sillón sacaba el sombrero del paragüero y se mandaba cambiar
tranquilamente, cerrando la puerta de calle con suavidad con sus dedos
gorditos, y la mamá se iba al dormitorio a pegar el aviso en el álbum con los
otros de graduaciones, bodas, nacimientos, defunciones—que se llaman obituarios—y
hacía un cartel con el fondo de una caja de zapatos y lo ponía por dentro en la
ventana que daba a la calle—se hacen costuras—luego de una larga lucha
interior, la gente puede pensar lo que se le de la gana, anunció cuando salió
vencedora con el letrero y decía como al pasar para que ellos la oyeran que tan
pronto uno de los niños se independizara, que ya estaban bastante grandecitos,
iba a arrendar la pieza del fondo que tenía baño, entrada independiente por la
puerta de atrás y antes era la pieza de la empleada y seguro que iba a
conseguir plata para el regalo para que no quedara la mal la familia y los iba
a obligar por vacas y creídos a tener que mandarnos una carta o una tarjeta de
agradecimiento, aunque fuera impresa y con la pura firma escrita a mano nomás.
Pero si para eso está la política Palote, ¿para qué otra cosa?, para
entender que las cosas son como son, le hubiera dicho el Barrera y estaba un
poco asombrado y un poco temeroso viendo cómo se le desarmaba el naipe a los
viejos así, tan de repente, y al mismo tiempo como que le gustaba un poco, era
como una revancha, tanto que lo habían hueveado a él, y se sentía un poco
culpable, pero era más bien un contento del entendimiento, dulcificado un poco
por la compasión de ver debatirse a esos seres queridos en la preservación de
un status que se derrumbaba según lo iban haciendo las circunstancias
materiales, centradas hasta ahora fundamental y únicamente en el sueldo del
padre y los pocos pesos que se le antojara dar a la mayor los fines de mes si estaba
de buenas. Así incapaces de otra cosa que una amargura, una especie de
resentimiento vago contra el Estado de Cosas imperante, se efectuaba un trabajo
minucioso pero que a veces se relajaba bastante para mantener las apariencias,
encuadrar el presupuesto familiar, hacer calzar las cuentas, habiendo ya
perdido o dejado en el camino las decididas intenciones de trepar hacia o
recuperar posiciones que no significaban tanto el disfrute material, de adónde,
con lo que ganaba el viejo que era la única entrada fija del hogar—y se miraba
al resto de los contertulios de la mesa del desayuno, desempleados o
subempleados—, y que estaba lejos de ser suficiente pese a los años de servicio
y el sueldo de sub gerente y la casa propia pagada. De lo que se trataba más bien
era de la representación social, muy menoscabada por las circunstancias de
crisis económica y política por las que atravesaba no sólo la familia, sino el
país entero, en una de éstas Latinoamérica y El Mundo, si uno le creía a
Barrera o a Jota Posadas, esos sueños parecían flotar más allá de toda
posibilidad incluso de mantener la apariencias aunque fuera. Porque aquí los
únicos realmente perjudicados somos nosotros, los de la clase media, decía el
viejo, los pobres no sacan nada con preocuparse que no van a sacar nada de
todas maneras y los ricos no tienen de qué preocuparse.
Sin que existiera la voluntad para llegar a un entendimento de las
circunstancias materiales y sociales, vulgo infra, que pudiera empujar a la
familia como contingente social aunque fuera mínimo hacia las filas del
cuestionamiento de las bases económicas y sociales en que descansaba el orden
de cosas en que se debatían, fenómeno por otra parte casi imposible, dadas las
características de las clases medias en lo que respecta a una cierta capacidad
de rebelión contra el sistema, a lo que se oponen por otro lado sus ansias de
ocupar un lugar seguro en ese mismo sistema que parece negarles las posiciones
y entradas económicas que tanto se merecen. Y entonces en esa disyuntiva en su
fuero interno o se culpan ellos mismos o se inventan esquemas persecutorios a
nivel individual, aserruchadas de piso, puñaladas por la espalda,
incomprensibles postergaciones por parte de una institución a la que uno ha
entregado los mejores años de su vida y así te pagan. Pero ese es el Pago de
Chile.
Y era en el liceo, que el Instituto después de todo no es más que un
vulgar liceo, un poco más pituco quizás, donde se había comenzado a hablar de
política. Con el rucio Eugenio, que por otro lado era hijo de yugoslavos,
comienzan a arrancarse después de almuerzo al centro. El portero ya los conoce,
es un tipo paleta, medio coloradito, del campo parece, que siempre cierra un
ojo y dice “un ratito nomás patrones, sinó me llega luma”, cuando se arrancan
después de su magro y repetitivo almuerzo de medio pupilos, aunque en realidad
todo el mundo sabe que se arrancan pero se hace la vista gorda porque están en
el último año, ya están con una pata en la calle, y entonces varias veces por
semana se van a pasear al parque y a él le interesa ver si ve a algunas
cabritas de los colegios cerca, ojalá del liceo de mujeres que son menos
creídas, aunque el Eugenio lo único que hace es contar películas y de lo buena
que son las minas del barrio donde vive él, que no es mucha cosa tampoco, ya
que vive por Macul, por una población nueva que hicieron, casas pareadas todas
iguales y cuando hay mocha o huelga y el Centro de Alumnos ordena salir a la
calle y los profesores se encierran en la sala del consejo. Eugenio siempre lo
obliga a andar por la vereda si los otros cabros van por la calle, o un poco
atrás si todos van adelante, y siempre le va contando sus películas, la mitad
son otras versiones modificadas de las películas que ya le ha contado un montón
de veces pero siempre con algún detalles diferente o inventados y a él le da no
se qué pararlo, hablando a su lado más bien desde abajo mientras él mira los
bancos, el pasto, atisbando la posibilidad de las falditas azules remangadas,
del cuarteo.
En la casa le dieron una bonificación en el banco al viejo y se compraron
televisión y ya comenzó a darse cuenta de que Eugenio lo aburre un poco y le
empezó a sacar la vuelta en los recreos, sobre todo desde que conoció al
Alejandro y al Ernesto, al Barrera ya lo habían expulsado parece, que también
se metían en los chuchoqueos de las elecciones del Centro de Alumnos y en
realidad tenía ganas de salir él también a la calle en las huelgas, de tirar
unos peñazcasos caídos y arrancar de los pacos con los otros cabros. Una vez,
después del alza de las micros, la mocha en el centro fue más peliaguda que
otras veces, andaban unas minitas que conocía, que le hacían señas y alguien le
dio un codazo, mira, esas minas te están mirando, te están dando pelota,
Palote, cuando se acabe la concentración las llevamos al parque, o al cerro,
las palabreamos, les compramos un helado, las llevamos aunque sea al teatro,
aunque sea para correrles mano ¿andái con plata, Palote?, aunque sea nomás para
correrles mano, pero no, eran otras cabras medio pitucas, amigas de la hermana,
no eran las del colegio que quedaba cerca del Instituto y que se sabía que se
dejan, él ardía de ganas de mezclarse con los cabros que iban adelante y
meterle conversa a las niñas, y el Eugenio dale con decirle que se quedaran un
poco atrás mejor, Palote, y contándole Por Unos Dólares Más, ya se la había
contado como doscientas veces y el medio distraído, obligado a mirar al otro
ladeando la cabeza, bajándola, porque Eugenio era bastante más chico, tratando
de ver si algo pasaba adelante y cuando la cosa terminó había varios cabros
heridos y el Alejandro andaba restañándose la frente con un pañuelo haciendo
harta alaraca y le dijo “No te vimos en la mocha, Palote”, y sintió un nudo en
la garganta y comenzó a ponerse colorado y a tartamudear inventando cosas, pero
el Alejandro lo dejó hablando solo y se dio la media vuelta, le dio la espalda
y ya no lo saludaban los otros cabros metidos en política y no se volvió a
hablar más de invitarlo a la sede del Partido Socialista de Chile en San Martín
122.
Pero los tiempos cambian, nos vamos poniendo viejos, y los tiempos
estaban muy agitados y siguieron las manifestaciones y a veces hasta con sus
tontas barricadas, y Eugenio se quedó muy atrás, caminando despacito por la
vereda y él se bajó a la calle y caminó con los otros más rápido y después de
unas cuantas veces ya era de los primeros, y se notaba, “Miren chiquillas, ahí
viene el Palote”.
La mamá lo mira con ojos espantados cuando les cuenta los pormenores de
las huelgas a las hora del desayuno, la comida para dárselas un poco mandarse
las partes, las manifestaciones, las concentracions, las peleas, los boches, el
huanaco, los heridos y el papá le dice a la señora “Espérate a que le den unos
cuantos palos, entonces va a aprender a meterse en boches. Si lo agarran preso
yo no lo voy a ir a sacar”. Y entonces un poco de la timidez que le quedaba se
le pasa, los cabros más metidos del liceo lo saludan, cómo estás Palote, le
palmean la espalda al pasar y hasta las hermanas lo miran como a alguien medio
importante y seguramente le van a contar a las cabras amigas o compañeras del
colegio que su hermano se va a metar a las concentraciones que hacen los
estudiantes de la Universidad y que la mamá está muy preocupada, y él se
promete a sí mismo que la próxima vez sí que va a ser de los primeros, y va a
gritar adelante como el Ernesto “pacos chuchasumaaaaadre” mientras hace
canastos con las dos manos o se agarra las huevas, y en realidad ya no tiene
miedo y es que era pura culpa del Eugenio, que lo sacaba de las mochas y se
ponía a conversar de las minas que ve en las revistas, de las películas, de lo
que piensa ser cuando grande, de irse a Estados Unidos y del auto deportivo que
vio en una revista.
Pero es en ese momento que advierte un repunte de la preocupación de la
madre y percibe la severidad del padre que deja entrever incluso una secreta
hostilidad. Es entonces que percibe un incremento paulatino de la vigilancia
que se ejerce sobre su persona. Ya no es el hijo hombre, el niñito de la mamá
sino un cabro porfiado y díscolo a quien hay que interrogar sobre lo que hace
en los ratos libres, confinar en su dormitorio largas horas vespertinas a hacer
tareas a estudiar, aunque ya está por salir del liceo y tiene notas bastante
pasables, para que esté ocupado, para que no se le ocurran maldades, qué se yo,
mientras viva bajo este techo. Soportar las crisis de la madre “este niño me va
a matar”, o “espérate que le cuente a Romualdo”. Las conversaciones de
sobremesa y sin testigos con el padre (de hombre a hombre), no tan inclinado a
dejarse engañar como en la primera conversación de hombre a hombre, ya que
ahora le preguntó de frentón si se corría la paja, aunque por supuesto que
debía saber la respuesta, el viejo no era huevón, e incluso le ofreció llevarlo
a putas una noche para que se quitara la inquietud.
Ahora volvía a aparecer la amenaza encubierta, no la abierta de antes del
Fantasma del Patrocinio de San José, y en boca de la abuela que tanto lo
consiente, y que es una cosa que ya no existe, del año del ñauca, de cuando se
amenazaba a los cabros con mala conducta de que los iban a meter a la Escuela
de Grumetes. Pero es más para meterle miedo que para otra cosa y el resto de la
familia no interviene, porque ya casi está en edad de arreglárselas solo, de vivir
solo si le antoja, de mandarse cambiar, claro que no puede. Pero con todo y de
alguna manera parece que en realidad no se han dado cuenta todavía de que ya no
es El Niño de sus primeros años de liceo o de antes, pero a lo mejor en
realidad inconscientemente esa preocupación está pronosticando otros futuros
inciertos incluso para ellos, o es que a lo mejor se proyecta una sombra
amenazadora sobre el futuro ordinariamente no muy luminoso, así, en general, de
todos, y hay que expresar de alguna manera eso que se siente en el ambiente, de
lo que uno no se da muy bien cuenta, que aparece entonces un poco en la faz
congestionada del Hombre Calvo sentado al otro extremo de la mesa, que tose con
su tos de fumador, con su nariz un poco roja de curaguilla, pero que ahora deja
lugar al Hombre Cansado Sostén de la Familia después de casi treinta años de
trabajo mal reconocido, mal remunerado, que ha pasado con mediano brillo por
todas las secciones del Banco, a quien no se le conoce ninguna caída
extraconyugal, experto en evitar las conseguidas que sin embargo le han
arrebatado en un trabajo de zapa de años el lugar que legítimamente le debiera
corresponder en la Institución a la que ha servido fielmente por tanto tiempo,
a la que le ha dado su juventud, los mejores años de su vida. Y que siendo un
padre modelo, no puede menos de preguntarse en voz alta qué ha hecho para
merecer tal hijo, terminando como filósofo pesimista por desarrollar el sistema
de Discépolo en el sentido de la injusta retribución de este mundo hacia los
Buenos y Honrados, anunciando su propia muerte prematura acelerada por el
sufrimiento; “Los buenos mueren jóvenes”.
Y entonces los proyectos futuros que le tenía la familia se fueron yendo
de a poco a la cresta. Tan pronto como había entrado a la Univeridad había
comenzado a dejarse arrastrar al chuchoqueo y las manifestaciones por las malas
juntas, pese a lo que le había prometido a la mamá, a la abuela llorosa, al
papá iracundo y congestionado, que no, que no se iba a meter. Al comienzo las
seguía desde la vereda, con ese cabro con el que que eran amigos desde el
Liceo, el Eugenio, que parece que era descendiente de extranjeros, ahora estaba
estudiando en el conservatorio lo que son las cosas, porque tenía dedos pal
piano, o con una cabrita de Francés bastante potable que le gustaba más bien
por las hermanas y que vivía por el barrio, hasta que terminó por meterse de
frentón, y al poco tiempo ya estaba en los Comités de la Escuela Tomada en la
Facultad, el renombrado Instituto Piedrágógico, porque el puntaje del
bachillerato no le había dado para más, haciendo turnos medio muerto de sueño,
mientras los tipos del Centro de Alumnos ponían discos de la Violeta y Ángel
Parra, a cada rato A Desalambrar, y las cabritas repartían café. El primer
semestre le fue como la mona, no te preocupes, Palote, le pasa a todos los
mechones, le dijo la cabrita de Francés que estaba en segundo y era medio su
polola aunque le gustaba más o menos nomás, tenía buen cuero y era grandota,
tenía de todo por todos lados pero era medio apavada, pero a lo mejor como
compensación por las notas regularonas nomás se metió con más ganas en el
chuchoqueo en que ya se había empezado a meter cuando todavía estaba en el
Instituto. Además el viejo, resentido en la pega, postergado, había terminado
por meterse por su lado en la huelga del Banco, que parece que se iba a
extender a otras reparticiones públicas, juntándose con los otros viejos más
que a otra cosa a tomar y a jugar al cacho, pero más suelto, más tallero, medio
picarón con las cajeras, con las dactilógrafas, poniendo abierta y públicamente
al servicio del movimiento delante de ellas si se terciaba su capacidad de más
de veinte años como empleado, secretario, cajero y ahora subgerente. Porque la
solidaridad, Palote, atraviesa las barreras sociales. Volvía gradualmente a
conversar con el hijo, mientras la segunda chiquilla se casaba con un médico
recién recibido posibilitando así la tranquilidad de la madre que por fin dio
un suspìro hondo de alivio y se echó literalmente en sus laureles, como
diciendo, hasta aquí no más llegamos, al fin parce que la cosa está resultando.
Se levantaba tarde, cuando todos los demás, la hermana chica, por decir, ya que
era una flaca larguirucha, medio volada (como él mismo), y el padre, ya se
habían levantado y casi habían terminado de tomar desayuno y se habían ido a
enfrentar sus respectivas jornadas.
Cuando los profes en el Pedagógico estaban comenzando a preocuparse del
Estructuralismo y enseñaban los modelos pedagógicos americanos y hablaban con
envidia y deseo de la Sociedad de Consumo, que entonces le llamaban la Sociedad
Industrial Avanzada, los tipos de la Facultad que escribían trataban de imitar
a Neruda, Huidobro, toda la vida, unos poquitos a De Rokha, que se mira pero no
se toca, como la polola oficial de los cabros bien de provincia, a Parra sólo
unos cuantos, el espíritu nacional es medio taimadón, mahumorado y mal
agestado, a Guillén uno que otro, aunque no muy rítmicamente, nosotros no somos
tropicales, chico, aunque hay unos cabros que se saben de memoria el Yoruba soy
o el Cantaliso, José Ramón y los van a recitar a las poblaciones, a Cardenal o
a Elliot o Pound, unos cuantos, a Pherse, los poetas Beatnicks, una minoría
ínfima, a los nadaístas colombianos, sólo uno, que cuenta que un poeta
colombiano que conoce y que vive en Chile le cuenta que J. Mario lo único que
lee es el periódico completo todos los días, las noticias, los avisos, las
defunciones, todo, y que empieza cuando sale el sol y termina casi al
anochecer. Claro que estamos hablando de puros alumnos de Castellano y otros
pocos de Filosofía, hay uno de Sociología creo y otro de Historia, y un par de
minitas. Mientras que el Cortázar estaba empezando a hacer furor y los tipos
metidos en política se partían acordes al surgimiento de la Tendencia Maoísta,
Albanesa o Trosca o Luxemburguista de turno y surgía mal que mal y a tropezones
la izquierda revolucionaria, llena al principio de troscos troscos y cuartistas
y posadistas y chinos, se hablaba del foquismo, se leía a Debray y Marighela—otra
vez unos cuantos—se reflexionaba en los grupúsculos sobre la Revolución Cubana
y Americana a raíz de la Detente que no terminaban de sufrir los procesos
revolucionarios o el retroceso o la derrota de las guerrillas en Latinoamérica
que por otro lado parecía inevitable aunque no tanto tampoco no te creas.
Mientras desde los partidos de izquierda más establecida, rebautizada como
‘tradicional’—por unos pocos— se condenaba el aventurerismo, la desesperación
pequeño burguesa, en las concentraciones y las asambleas se les daba como caja
si se podía a los así llamados provocadores troskistas u otros, se
desenterraban otra vez los argumentos en pro de un Frente Popular como en
Italia (Chile es como Italia, escribe Jota Posadas en una editorial de Lucha Obrera),
como en Francia, los radicales trasmitiendo sobre el modelo yugoslavo de
Autogestión, los decés mirando con interés los desarrollos en Italia, venerando
la experiencia alemana y venezolana. El cura Vekemans dio una conferencia en
que proponía como ejemplo comunitario a los Comuneros Flamencos. De Rockha con
su secretario muy de terno dio un recital en el Teatro de la Facultad y
repartió un folleto contra Neruda donde lo llamaba enorme animal impuro, a lo
que el vate responde con sencillez no poética y tanto más ofensiva, “ladrón de
gallinas”.
Por que las cosas estaban cambiando y no era la Patria Joven el joven de
terno gastado, moreno y feo tras sus anteojos que recorría las calles vendiendo
los más diversos artículos, con un maletín lleno de folletos y muestras. No era
la Patria Joven la niña de provincias que se detenía ante la puerta de una
pensión en la calle Chiloé cargada de maletas, mirando con tamaños ojos. No era
la patria joven el cabro universitario mechón de la Clase Media que hacía monitos
bastante pasables en la clase de Introducción, debíai haberte metido a la
Escuela de Bellas Artes, Palote, casi metido ahora en un partido de izquierda
pero más bien flojón, que había conocido un fogonazo como agitador estudiantil
al final de sus estudios secundarios, y que cohibido casi no se atrevía ahora a
abordar a las niñas universitarias, algunas como sacadas del Para Ti, del
Ecrán, de la revista Eva, de Paula, de la Pantalla chica, de la Pantalla grande
y que ahora estaba pasando por una época positiva, estaba entrando en tierra
derecha, estaba la cabrita de Francés, que estaba cada día más rica, le estaba
echando pa delante, merced a la envidia secreta que se juntaba al desprecio que
sentía por la parentela más acomodada, los primos que estudiaban ingeniería o
medicina, huevones cuadrados, mientras él, gracias a su bachillerato en letras
sólo había podido quedar en Pedagogía, y que merced al movimiento de reflujo,
en el fondo dialéctico, que caracteriza a algunas personalidades, sino a todas,
y como respuesta a su situación medio despelotada de la Universidad había hecho
intentos de enderezarse, volver al Buen Camino, centrando un poco su interés en
la vida del hogar, visitando a los amigos de infancia que todavía estaban a
mano, rehuyendo a los amigos bohemios o muy políticos, conversando con su
futuro cuñado –la hermana mayor hablaba de casarse– sobre autos, trabajos,
carreras cortas y productivas, de irse a Venezuela, por lo del petróleo, al
Brasil, aunque fuera a la Argentina, a Estados Unidos o Canadá, que estaba
aceptando muchos inmigrantes por eso del centenario del 67 y donde decía su tío
que le daban tierra gratis a los inmigrantes para que fueran a criar pollos y
ovejas, plantar trigo o a criar ganado o en último caso a Australia.
Pero mucho de eso para la exportación. Se hace más ancha entonces esa
grieta en el sólido frente familiar que había colocado al joven en un terreno
de nadie y lo había impulsado en forma paulatina y espontánea primero y
planificada después al establecimiento de una doble vida, vale decir las clases
particulares a cabritos paltones de la primaria y la secundaria, a través de
los despreciados primos, el acatamiento a las regulaciones institucionales y
afectivas del hogar, en las horas cada vez más escasas de vida familiar; la
vinculación a ciertas figuras contemporáneas o del pasado a las que empieza a
mirar borrosamente como modelos, sintiéndose inquieto por la mañana, por las
tardes, irrumpiendo en los primeros prostíbulos en patota con todos los nervios
anudados y la boca seca. Apedreando en el curso de sus últimos días de su
primer año universitario y cuando se presentaba la ocasión en esos tiempos
turbulentos, las verdes micros abolladas de los carabineros, sacando los bancos
de fierro forjado de las plazas en esas mismas ocasiones para hacer barricadas
con ayuda de un montón de pelusas, peleando a puñetes con otros estudiantes de
otras afiliaciones opuestas e incluso afines en las salas cerradas, llenas de
espectadores, después de asambleas gritadas e interminables. Manoseando a la
polola o a otras niñas en la primera función del teatro San Martín, o el Nilo y
Mayo a las once de la mañana. Jugando al tele en el café de las esquina de la
Facultad, fumando en los jardines o la cafetería de la misma institución, o al
frente en los restauranes sempiternamente llenos, con precios módicos. Lanzando
papas atravesadas con clavos de dos pulgadas a las ruedas de la locomoción
colectiva cuando había huelgas y los choferes insistían en hacer circular las
góndolas. Sacando los tirantes de los troleys en esas mismas oportunidades,
cosa que había empezado a hacer cuando todavía estaba en la secundaria en las
primeras concentraciones, a las que había ido más a que nada para no quedarse
afuera y a instancias de un sujeto que fue expulsado y que ya contaba con un
nutrido prontuario policial, un tal Barrera. Como queda constancia en el parte
policial y en el expediente del Primer Juzgado del Crimen de Menor Cuantía
intitulado Barrera y os.
Porque a la primera impresión de la universidad se había mezclado una
gran timidez y el deslumbramiento, el vértigo de la biblioteca enorme y obscura
y los anfiteatros viejos y abovedados. Ese era el lugar del Saber y la Cultura
y quizás de los porvenires y los piticlines. Desde entonces la cosa había de
cambiar. Se prometía a sí mismo conseguir, aunque el aspecto del éxito
económico estaba como descartado ya desde la partida por la carrera en
Pedagogía, por lo menos un puesto de ayudante en alguna cátedra, y se prometía
estudiar por lo menos algo que fuera de latín, aunque no descartaba inscribirse
en un curso de raíces griegas. Los primeros meses hasta había dejado de ver a
los amigos nuevos y a ex compañeros de liceo, se dosificaba a la polola, por
otro lado harto ocupada ella también y se pasaba horas leyendo y releyendo en
la pieza, en la biblioteca, párrafos difíciles porque intuía que la cosa se
trataba un poco de agarrar el modo de hablar para que los libros se abrieran de
piernas y eso se iría reflejando en las participaciones en la clase y en las
notas, y dentro de unos añitos, si la cosa andaba sobre rieles, podría
presentarse a un concurso, si es que había uno, y agarrar una ayudantía
meritante, depende de las notas, de cómo le caía al profe, viendo si mientras
tanto se pescaba una inspectoría en algún liceo, como el perro Fernández,
trabajo harto aliviado por lo que parece, o algunas clasecitas en algún colegio
particular antes o después de hacer la práctica. En una cátedra, ni pensar
antes de unos diez años, porque aparte de que no tenía casi antecedentes,
quizás cuándo iba a tener publicaciones, estaba recién empezando, tenía que
morirse algún viejo, que estaban apernados, agarrados como lapas o como locos a
las rocas del fondo, donde ni los buzos a veces se atrevían a llegar. No había
sido mucho el entusiasmo de los padres cuando se matriculó para estudiar
pedagogía, pero como el precio de la matrícula era módico y al fin y al cabo
estaba dentro de la Universidad y se podían hacer martingalas como cambiarse de
carrera —a él por ejemplo siempre le interesado la psicología y después las
artes plásticas— o dar la prueba de aptitud de nuevo, la cosa pasó y hasta
estaba un poco mejor en la casa que antes, aunque era evidente que se trataba
de un plan a bastante largo plazo.
Pero el hombre propone y Dios dispone. El estrato social del que proviene
nuestro héroe parece ser capaz de planificación a mediano y largo plazo, al
menos en el país, difiriendo el placer inmediato por una más sólida
satisfacción en el futuro, aunque esto parece ser más canónico en las clases
medias europeas, sobre todo anglosajonas y alemanas, sobre todo de raigambre
protestante, eso ha sido objeto de estudios importantes y diríamos casi
clásicos en ese campo, pero se diluye, se desdibuja un poco en nuestro medio,
dentro de todo somos un país con una fuerte tradición católica, país que sin
embargo cuenta quizás con la clase media más desarrollada y con más ingerencia
social de América Latina. Los amigos se cabrearon y dejaron de llamarlo por
teléfono a la casa y no fue a la primera fiesta de los ex alumnos del liceo,
donde se juntaban los escogidos, de buenas pegas en el mundo del comercio o los
negocios, o los que estudiaban leyes, ingeniería o medicina, yendo a lucir las
nuevas pintas, las pololas y hasta su tonto cacharro. Pero ya se había hecho la
idea y todos lo miraban más que nada como un cabro estudioso, callado, más bien
tímido, y el trataba de alejarse de sus últimos años de secundaria y sobre todo
de no meterse mucho en la chuchoca, como en ese bochornoso episodio en que los
pacos le habían sacado la cresta, esa vez que casi lo habían llevado preso para
una manifestación.
Cuando de repente empezaron a producirse los despelotes, primero afuera
de la Universidad y de pronto de la noche a la mañana también adentro mismo. O
mejor, gran parte de lo que pasaba querámoslo o nó empezaba adentro de las
aulas o la Casa de Bello como decían los siúticos y luego se volcaba afuera, a
la calle. Un documento de una agrupación emergente de la izquierda
revolucionaria calificaba, no sin razón, al estudiantado como uno de los
sectores detonantes del despelote político y social. El guatón Baeza, ex
compañero de liceo que ahora estudiaba Historia en la misma facultad medio lo
agarró un día afuera de la biblioteca, cuando iba saliendo a fumarse un puchito
para pegarse un recreo después de estar un par de horas leyendo a Husserl, y lo
increpó echándole en cara las viejas ondas del liceo qué se había hecho del
Palote que todos pensaban que por lo menos estaría en el Centro de Alumnos
avivando la cueca y que no aparecería nunca en las reuniones del Partido que
siempre estaba enfermo o tenía que hacer, que decían que andaba medio corrido y
que le pasaban preguntando a él si participaba o no el Palote en la U si se
había contactado, hacía tiempo que no aparecía ni en las reuniones ni en las
asambleas ni en las mochas, y él tenía que decir que no, que no lo había visto
últimamente por el despelote de horarios y ramos y era muy grande la Facultad,
muy desparramada y costaba ubicar a un tipo y ahora que la cosa de la Reforma
empieza otra vez y ahora es más necesario que nunca Palote que todos aportemos
nuestro granito de arena pero él se hacía el huevón evitaba el bulto pero el
otro dale que y al final se cabreó de tanto hueveo y le dijo que se sabía de
más la película no me la vengái a contar a mí y no te olvidís que fui yo el que
te la conté primero a vos y que si no fuera por mí guatón todavía estaríai
yendo a misa o tocando guitarrita con los cabritos de la patria joven.
Que parece que todavía no se te quita lo beato, guatón, que siempre andai
predicando como los canutos, mejor anda a pararte en una esquina con el Glooria
a Dios y a dar saltitos, anda a sacarle a otro la culebra que yo me la sé de
más y el otro no te pego, no te saco la chucha no te rompo el hocico aquí mismo
por eso, Palote, porque valorizo que me hayai abierto los ojos, Palote, por eso
no más no te saco la cresta aquí mismo y se mandó cambiar y él después andaba a
las vueltas a ver si podía ver de nuevo al guatón y cuando el guatón lo veía lo
saludaba al pasar de lejitos como a un huevón del montón nomás y seguía
caminando. Pero un día lo agarró en Los Cisnes tomándose un café y le dijo que
no creyera, que él también era conciente y que lo que quería era meterse
adentro, llegar a ser alguien, infiltrar al sistema, porque es más útil tener a
un huevón metido adentro, que en el fondo es lo mismo que presentarse a
elecciones a los municipios a las cámaras a la presidencia, hasta a los centros
de alumnos para agarrar el poder desde ahí, desde adentro y que para eso él
tenía que estudiar que prepararse y ganar tiempo porque lo otro era lo fácil,
hacer despelotes, que eso lo podía hacer cualquier huevón y se acababa la
huelga se disolvía la manifestación y chao cada uno pa su casa y si te he visto
no me acuerdo y si no dime qué paso en Francia hace un ratito nomás revolución
por una semana y después cerraron el boliche y punto.
Y el guatón se puso a explicar el carácter revolucionario de las Jornadas
de Mayo y que eso es lo que dicen los huevones tibios para justificarse, que
eso es lo que ellos quieren, que todos tengamos las ideas que queramos pero
mientras nos quedemos tranquilitos y nos portemos bien y no hagamos olitas y le
hagamos el juego al sistema cero problema, Palote, ahí tenís al guatón Herrera
trabajando en la NU (siempre sacaba ejemplos el guatón, pero eso también se lo
había enseñado él, pensaba con pica). Y el guatón le dijo lo que pasa es que
estai quebrado, estái jodido ya no tenís vuelta Palote y estas son puras
justificaciones y él le dijo que le rebatiera los argumentos que le daba en
forma lógica, que si le demostraba que estaba cagando fuera del tiesto a lo
mejor se metía a trabajar de verdad en el Partido y el guatón le dijo que no
tenía tiempo para andar perdiendo en huevadas en pelotudeces conversaciones de
café porque había mucho que hacer y se mandó cambiar dejando el café servido el
segundo café que él le había pagado, lo que dio bastante pica porque apenas
andaba trayendo para locomoción, si hubiera sabido se compra él otro café en
vez de andar botando la plata, que no tenía ni para llevar a la Ema al rotativo
que se le había antojado ver otra vez Los paraguas de Cheburgo o Los paraguas
del Ché Burgos como le decían por ahí.
Pero desde entonces se había como dado vuelta la tortilla y era el guatón
el que lo buscaba y le metía conversa para discutir, incluso cuando él estaba
aburrido y le contestaba con bien poco entusiasmo, sí, no, con ganas de irse a
leer otro rato un libro a lo mejor de Ortega que había dejado a la mitad. O
llamar a la Ema para ver si quería y si le aguantaba pegarse una cachita, pero
aveces él mismo se pillaba algunas veces preguntándole al guatón cosas sobre lo
que se estaba haciendo, sin tratar de saber mucho detalle, claro, y le daba
consejos de cómo hacer esta huevada o la otra redactar este panfleto y el
guatón se callaba unos segundos y unas cosas le parecían bien y otras no y
luego de un rato vuelta a discutir pero con buena onda.
La historia era percibida como una maquinación a través de los tabloiodes
contemporáneos. Se hacía sentir la presencia de las jóvenes generaciones a
través de las manifestaciones callejeras, que iban ganando en densidad y
amplitud, y expandiéndose concéntricamente desde la tradicional cuadratura de
la Plaza de Armas, de la calle Macul frente al Pedagógico hacia las
barriadas:marginales e industriales, hacia las avenidas amplias de los barrios
residenciales. Un pequeño grupo de estudiantes de la facultad, entre ellos
Jarita iban a las poblaciones a entregar un mensaje político, a tocar folclor y
leer poesía.
Porque hacia fin de año, cuando también terminaban las clases en el liceo
y empezó la huelga de los profesores y estaban todos los cabros por empezar los
exámenes y salir por los meses de verano, fue al Pedagógico una delegación de
los secundarios que solidarizaban con los profes, a buscar la solidaridad de
los estudiantes univesitarios, todo para la foto para la exportación porque ya
estaba todo arreglado, y él aprovechó y se fue al tiro en micro al Instituto con
otros compañeros, niñitas, huevones. Los inspectores estaban adentro del
colegio, los cabros y otra gente y universitarios afuera, y algunos profesores
hablaban con los cabros a través de la reja. Otros fumaban haciendo grupitos
junto a la entrada principal. Los del Centro de Alumnos estaban discutiendo
sentados en la vereda qué se hace con los mocosos chicos si les decimos que se
vayan a la casa de todas maneras no se van a ir, se van a quedar dando vueltas
en la calle hasta que se arme la mocha y se van a meter. “Ya pos salga señor
Fernández que ésta pelea la estamos dando por ustedes”. Pero una cosa es andar
de huelguista y darse una vuelta por el patio y decirles a los cabros que no
hay clase y carbonearlos un poco y salirse después a jugar al cacho tomarse su
cervecita con los otros colegas y otra muy distinta arriesgarse a caer preso o
perder la pega ahora que está por terminar el año y ya lo empiezan a jorobar
con que saque el título hasta cuándo Fernández esa vieja de mierda de la
directora me tiene entre ojos. Pero no se movía nadie de los del Peda hasta que
no llegara el Palote, cuestión estratégica, los mocosos lo conocían, era ex
alumno del colegio y los cabros más grandes del Instituto que estaban en
segundo tercero o cuarto medio lo ubicaban un poco lo conocían. “Claro como ése
vive en el barrio alto podemos echar raíces aquí afuera debe venir recién en
micro por Providencia y como tiene que hacerse el jopo y hacerse veinte veces
el nudo de la corbata”—Nadie tiene derecho a hablar mal del compañero que en lo
que va del año ya cayó una vez preso y ahora a lo mejor hasta lo expulsan de la
universidad—“Ya se están poniendo serios estos huevones que hasta se ríen por
orden de partido”, “No te enojís si era una talla nomás”. El guatón llegó con
la nueva de que habían estado en la casa del Palote ayer nomás y le contó a los
amigos que aunque le había dicho que ni mencionara la palabra política, los
viejos ya se la tenían olida y si mañana sale de la casa se va de la casa no
estamos para mantener vagos ni revolucionarios, les habían dicho en la cara, en
la puerta de calle y con el Palote cuando ya estaban por mandarse cambiar.
Harto nos sacrificamos para llevar adelante la casa tu primo chico es el
primero del colegio y el cabro del lado ya está en tercero de ingeniería y
tiene la misma edad tuya. No sacai nada con hacerte el leso cabrito que sé que
estai oyendo a mí no me hacís tonto así que ya sabís, decía como si el guatón y
los otros no estuvieran presentes. Barrera siempre serio “ningún compañero nos es
indispensable si no llega el compañero Palote nos vamos sin el compañero
Palote. A formarse todos en el medio de la calle bien separaditos de a cuatro y
a tres pasos de distancia para que nos veamos hartos y nadie me recoge una
piedra ni me agarra un palo porque esta es una manifestación pacífica y nuestra
causa es justa. Gritando las consignas hasta la Biblioteca para escuchar las
intervenciones de nuestros dirigentes y los dirigentes del gremio de los
profesores y de los compañeros secundarios y cada uno para su casa”. “Estay
aliviao huevón que no vino El Palote a levantarte los pollos. Llévatelos rápido
no vaya a llegar.” El Eugenio que se había venido del Conservatorio se para en
la vereda del liceo y le comienzan a llover las tallas lo chiflan hunde bien
hundida la cabeza rubia en el vestón con el cuello subido y se las comienza a
echar, “seguro que va a ver una película a correrle mano a alguna cabrita de
liceo en el teatro” , “Y que andai haciendo por aquí cabeza e pichí”, “No,
córtenla si el compañero es ex alumno también”, “Pa dónde vai, ya se te
aconcharon los meaos rucio” “A la voz de pacos y lacrimógenas el rucio siempre
sale abriendo” “No le vayan a desarmar el jopo mijito rico” . Las micros se
desviaban y los cabros de papá con auto se iban de nuevo a la casa mientras los
taitas cerraban las ventanas con la mano que sacaban un momento del volante y
salían rajados como si esperaran que les cayeran unos peñazcasos. Pasaba el
rato y nadie le hacía caso al Barrera para formarse. Se echaba de ver la falta
del Palote entre los cabros más grandes del Liceo porque lo conocían, ahora los
del Cuarto Medio estaban formados adelante y echaban a andar lanzando unos
gritos sueltos, unas consignas dispersas, que de repente se animan porque al
fin llegó el Palote con otros cabros del Peda, pero ahora anda solo, sin la
minita esa alta bastante potable que sacó a circular ahora con la que aparece
sin falta por todas las concentraciones, a lo mejor quiere decir que la cosa va
a estar brava, y parece que va a marchar con los cabros del liceo y no con sus
compañeros nuevos de la Universidad y se lanzan otras consignas que ondean en
el aire como trapos movidos por el viento mientras a sus espaldas se desgranan
las filas en abanico, como un pañuelo hecho girones.
Se cerraban las puertas metálicas de los negocios, la gente miraba
asomada en los balcones de los edificios del centro y un garabato repentino
desde lo alto provocaba como respuesta una lluvia de imprecaciones débiles que
iban a morir a la altura del segundo piso echadas hacia abajo por el ruido del
tráfico encajonado entre las calles angostas. Desde arriba un ciudadano
obstaculizado en su deseo de zaherir a los manifestantes por la misma
distribución de los edificios abandonaba su intención de iniciar otro grito y
sin poder ver ya nada de lo que pasa en la calle como no fuera con peligro de
caerse balcón abajo y dar origen a otro tumulto, pero concéntrico y silencioso,
como cuando él mismo veía a la gente que se iba juntando cuando atropellaban a
alguien, y así reingresaba desde la precariedad del balcón a la solidez
interior del departamento amenazada momentáneamente por esa salida de medio
cuerpo al vacío, volvía así a refugiarse en una taza de té y una esposa con los
crespos hechos a la que decía “son otra vez esos cabros de moledera. El té esta
medio frío. Nunca pierden oportunidad de armar camorra. ¿No han repartido el
diario? Es por culpa de esos políticos comunistas que les calientan la cabeza a
los jóvenes. Si tuviera un hijo lo metería en un colegio bueno, particular y de
curas, como en el que me eduqué yo. Es una vergüenza, el Congreso habría que
cerrarlo, aquí lo que se necesita es orden y tranquilidad. Este último tiempo
no se puede vivir en el centro, cuando uno sale a la calle al tiro le empiezan
a picar los ojos y no bien comienza a irse el humito de mierda salen otra vez
los cabros o los profesores, o los bancarios, o los rotos de la construcción, o
todos juntos, que son todos comunistas y otra vez los pacos y las lacrimógenas.
La otra semana me tuve que meter en una tienda de flores y había una señora que
estaba medio desvanecida y le estaban echando aire con una revista. La señora
me dijo . . . .”.
Mientras crecía el tumulto de los cabros y los pelusas que corrían atrás
para ver y en una de éstas hacer alguna diablura, lanzar unos peñascazos,
romper algunas vitrinas — ¿y nosotros nó acaso— y algunos de los grandes que
iban adelante se ponían en la cara pañuelos empapados en vinagre. Dicen que es
bueno para el gas. Pero con ese gas nuevo que están tirando ahora, que hace
vomitar, nada que ver, lo único que sirve es meter la cabeza en el guáter. El
profe de química dice que es por el amoníaco “Yo preferiría meterle la cabeza
en la chucha a la minita con que te vi el otro día en los Juegos Diana”. “Y porqué
no usai el amoníaco con que se tiñe los pendejos tu hermana”. Tratemos entonces
de arrancar para el lado de la Plaza de Armas o el parque, así nos metemos en
los baños que hay allá, con harto olor a meado. No vayai a aspirar las bombas
que te vai a cagar en los pantalones y cuando lleguís a la casa tu mamá te va
decir que le pasó mijito que viene tan hediondo a mierda. Esperando con ojo
avizor los de adelante el repentino silencio y la tranquilidad que anuncian una
emboscada de los pacos cuando de repente estalla una bomba en las patas o en la
cabeza, entonces de seguro te la parte, y salen corriendo los verdes desde
todos lados y repartiendo lumazos a lo que caiga. Se oía a los lejos un clamor
y más a lo lejos unos como bombazos “parece que están disparando”. “Cállate
huevón chuncho.” Mientras se aclaraba el ruido y ya no había ninguna duda se
estaban metiendo en la boca del lobo y sentían esa mezcla de julepe y ansiedad
y seguían caminando con la cabeza baja, callados unos, hablando otros,
esperando que cayera de alguna parte algún lumazo y alguien quizás pensando en
estar preso pero no muy apaleado y salir en los diarios y en una de estas hasta
te muestran en la tele que lo vieran todos los otros a uno al llegar de vuelta
a la facultad y que citaran a un consejo extraordinario para decretar su
expulsión y que se botara en huelga indefinida toda la universidad, qué, todas
las universidades de Santiago y los secundarios también, huelga general, los
profes de izquierda habían hecho abandono del consejo. Pero ya se vienen encima
los pacos, no les interesa parlamentar, esto no lo podemos permitir, decía
Fernández, cuando en esto por una esquina viene doblando una tremenda columna
de gallos grandes, de terno, como diez mil deben haber sido, los del gremio de la
educación y comienzan a abrazarse con los cabros y la pelea estaba ganada
compañeros y había reajuste y nuevo escalafón con la ayuda de los compañeros
estudiantes, de los cabros universitarios que por algo todos estamos metidos
por igual en este bollo de la educación que nos afecta a todos y tenemos hijos
que estudian y muchos quieren ser profesores como sus padres y qué destino
podemos ofrecerles.
Y por la radio a pila surgía la información de una reunión de emergencia
del gabinete comisión tripartita y humo blanco y los compadres medio quemados
se juntaron en una esquina y todavía no podemos desmovilizarnos compañeros,
hasta que veamos los resultados concretos y qué más resultados querís, se
impuso la unidad obrero estudantil y un decreto es un decreto hay que respetar
la voluntad de las mayorías y nuestros parlamentarios nos respaldan. El
Congreso es lo que habría que quemar. Ya salió el bombero loco. Hay que pedir
la reinscripción de los expulsados y la anulación de los sumarios internos. “Lo
principal está ganado hay que disolverse en orden compañeros” y de repente sale
uno hablando de los que entregaron el movimiento entre cuatro paredes y que hay
que mantenerse movilizados y ahí se arma y llueven los palos y los puñetes y
las patadas y mejor vámonos Palote y la imagen que les estamos dando mañana va
a salir en toda la prensa, en El Perjurio, la Tribuna, mira el espectáculo que
les estamos dando peleando entre nosotros mismos, eso es lo que buscan para
reprimir y los compañeros provocadores les están dando la oportunidad, y de
repente suena un bombazo y sale un chorro de humo y todos corren a perderse
mientras las figuras verdes increíblemente ágiles para ser tan voluminosas
corren con las lumas enarboladas, brillando al sol las nuevas viseras de los cascos
y el plástico de los escudos y la mejor manera es hacerse el de las chacras y
ponerse a caminar despacito por la vereda haciéndose el huevón, bien derecho, y
con aire como de medio volado, ni te ven, porque los pacos salen rajados atrás
de lo que se mueve, como los perros en el campo, que se tiran detrás de los
conejos, que como son los animales más tontos se arrancan por el camino de
siempre y quedan amarrados en los guaches.
Y que estoy haciendo yo aquí. Los borrachos dormían en los bancos y por la
puerta entreabierta se podía ver un paco gordo de bigotitos, sentado frente a
un libro en el que había anotado trabajosamente el nombre y dirección de los
inculpados, cuando entró un paco pinteado, joven, con la chaqueta lavada y
planchada, vieja eso sí, brillante en los codos y en las solapas, con la
cartuchera desabrochada y haciendo maromas con el revólver, y entonces otros
metieron a empujones a la celda al Restrepo de Periodismo con la cara rota,
chorreando sangre, pero los ojos negros y chicos brillantes y la cara redonda
toda exaltada, esos tipos sí que estaban de verdad en la cosa, pero el otro
cabro que metieron al rato, el cabro rucio de ojos claros se notaba que no.
También un poco magullado, en el lado izquierdo de la cara, la nariz medio morada.
Pero estaba medio afuera de alguna manera, se notaba, magullado y todo se lo
podía ver impecable, con un terno café clarito, sentado en la orilla del
banco—a los meses después anunció que mejor se retiraba de la cosa, tú sabes
viejo, discúlpame, se iba a casar y después lo veíamos con un maletín de
vendedor o cobrador vaya a saber uno qué mierda, pero el Barrera le dijo que el
rucio todavía estaba en la cosa, que seguía funcionando de este lado, pero que
no la corriera mucho, callampín bombín. El Barrera se había salido del partido,
los había mandado a la chucha por reformistas, Palote entiende, así se van a
seguir repitiendo los viejos errores, si no rompemos este círculo vicioso no
vamos a llegar a a ninguna parte, y y el Restrepo un tiempo después también
salió de la circulación pero en unos meses volvió a aparecer, ahora trabajaba
en el Sur con los campechas, se había metido en la CORA o el INDAP, y nosotros
mientras tanto seguíamos déle que suene en la Universidad, haciendo de todo un
poco, todo a medio morir saltando, quien mucho abarca poco aprieta, metidos en
política y aprobando los créditos medio a la rastra, más o menos nomás, ma o
mielda, como dicen los venezolanos.
Y como si fuera poco por otro lado estaba el imperativo de los cochinos
pesos, había que darse vuelta, había que vivir, no podía invitar a la Anita ni
al teatro y pasar después a comerse una piza a Ravera, ni a comerse un barros
luco o un lomito con un shop como antes. Con la Rosa no se gastaba, el puro
pasaje en micro, casi siempre se culeaba en su casa en Eyzaguirre cuando su
mamá andaba en la pega. Rosa, Rosa tan maraavillosa pa culiaaar le cambiaba la
letra a la canción del Sandro en su cabeza, pero ahora ya casi no la veía, no
le quedaba tiempo y a veces tenía casi justo para la pura locomoción y un café
y se tiraba medio por el alambre, llegaba casi siempre tarde a la hora de
comida, la mamá no se iba a quedar en pie muerta de sueño quién sabe hasta qué
horas para estarlo esperando con comida al perla, cuando los otros estaban desayunando
él estaba todavía durmiendo y le daba lata cocinarse además que no sabía y
estaba muy bien la revolución pero como decía el papá también había que parar
la olla, pero no hay problema, claro, claro, empezó a buscar trabajo de
repente, de la noche a la mañana, claro que iba a seguir estudiando, claro que
por otro lado no se iba a marginar de la política tampoco, y no le costó mucho
hacerse la idea, que los otros le creyeran si querían y si no bueno peor pa
ellos. Y bueno, Palote, qué quieres que te diga, en fin, no es asunto mío, qué
me importa a mí, es cosa tuya...
No se sabe si por la facilidad de las cosas que dentro de todo era lo
normal de su vida, que le limaba su poco las contradiciones, claro, un tipo con
una familia no vamos a decir rica, pero sí de clase media, aunque pa bajito,
pero con puchero asegurado y casa, un poco pintoso y con entrada en algunos
círculos medio paltones, medio jaivones, los círculos de la clase media de las
casas pareadas o de población de Providencia, no estamos hablando ni de Las
Condes, Vitacura ni del sector de la Escuela Militar ni Los Domínicos, pero en
fin al cabo.... Le bastaba con arreglarse el pelo, ponerse pantalones negros o
grises planchados y colocarse el blázer aunque con una pura camisa esport e
ingresar un poco como Pedro por su casa en la cobijadora y a la vez opresiva
maraña de sus ambiente social después de todo más o menos intacto y que a pesar
de todo e increíblemente tiraba un poco parriba y pese a las circunstancias por
las que atravesaba el país. Nunca llegaría el hambre, el buscar donde vivir,
siempre habría un palo donde ahorcase, como dicen los venezolanos, una tirita
que ponerse, nadie lo iba a echar de la casa. Un tipo joven de su clase con su
educación puede siempre ir a buscar trabajo en alguna repartición pública y
llena la solicitud tiene que dar una entrevista, sabe hablar bien, modula, no
se come las eses cuando no quiere, es medio alto, un poco rubio, buena
presencia, buenos modales, llena la solicitud para trabajar en el banco, y como
el papá trabaja en el banco y como terminó el liceo y tiene bachillerato con un
puntaje más o menos bueno y casi un par de años en la universidad sabe bien sus
cuatro operaciones, y los quebrados, tiene buena ortografía y sabe escribir a
máquina. Y entonces, las contradicciones, que así se llaman, Barrera, no
golpean a la puerta con toda su fuerza, no patean el portón como en una gran
parte de los hogares en este país, donde la inmensa mayoría es pobre, además y
en última instancia se trata un poco también de una cosa de realización
personal, como quién dice, no hay para qué echarse tierra a los ojos, el
socialismo se entiende y es justo, a la postre se va para allá, habría que ser
huevón o muy de las chacras para no entenderlo. Se trata más bien de otra de
estas contiguidadades, o a lo mejor es una yuxtaposición, una de dos, como pasa
en esta ciudad todo el tiempo y a cada rato, por todas partes, de repente por
ahí en un café le están celebrando a un cabrito o a una mocosa una matiné
infantil con torta, cornetas, chocolate, gorros y serpentina y en la esquina de
más allá se paran las putas, qué le pasa pasa mijito rico que anda tan creído,
¿que anda con plata? y dos cuadras más allá los pacos están apaleando a unos
manifestantes, les hacen pedazo los carteles. Así, sin mucho problema, es como
jugar al luche, se puede saltar de un casillero a otro. Por eso es que los
tipos se cambian de partido, se van de acá para allá, y si los apuran mucho
hasta se meten a yogas, hara krisnas o terminan en el SILO o en una cripta de
los Caballeros de la Orden del Fuego Americano que es la última chupada del
mate que acaban de importar de Argentina. Pero cuando la cosa aprieta como
zapato nuevo, viene como un desgano, viene el miedo, y se hacen las cosas casi
por hábito, por cumplir, porque se está esperando algo, si es que no se deja la
pura embarrada por meterle mucho el acelerador. Pero es todavía peor cuando no
pasa nada señores y se arrastran los meses en cuestiones chicas, latosas, y a
los cabros y a las chiquillas que le patalean las hormonas necesitan acción
pierden el entusiasmo y de a goteras empiezan a dedicarse a lo suyo, a irse pa
la casa. Pero si se agravan las cosas, ojalá que no se agraven mucho Palote,
porque si hay mucho despelote después viene la reculada firme y se pierde todo
lo avanzado y más encima se retrocede, como dice Lenín, un paso adelante y dos
pasos atrás, Guatón, eso es lo que se llama la antítesis de la tesis de la
dialéctica, ¿No es cierto Barrera?.
Y era entonces cuando más cercana parecía la Cosa con mayúscula, en que
había tanto despelote, en que casi no pasaba semana en que no hubiera su
concentración huacha, su asamblea, mochita o toma caída, era que también
empezaban a pasar otras cositas. La primera era que no se sabía muy bien hasta
dónde iban a aguantar las niñitas, los huevones, bastaba con darse vuelta para
atrás y mirar a los ñatos que empezaban a recular de a poquito, las chuchadas
bajaban de tono, ahora empezaban a andar más despacito ante el menor olor a
paco, y parecía como que todo estaba como en suspenso, y a lo mejor había que
parar el hueveo y esperar a que vinieran las Elecciones y ya tenían la edad de
sufragar como decían en la tele y la gran discusión y el medio despelote que se
armaba cuando los compañeros comenzaban a alegar sobre lo que iba a pasar. Y si
ganamos lo único que va a pasar es que al mes nos van a botar los milicos y se
equivoca compañero porque la tradición del ejército en nuestro país es
democrática porque Chile no es Brasil y tenemos una sólida tradición democrática—tú
todavía creís en el viejo pascuero, frente a una burguesía que defiende sus
intereses no hay democracia que valga y tócales un cachito a los intereses y la
guerra civil española va a ser un juego de niños comparado con la escoba que va
a quedar acá y hasta Indonesia va a quedar chiquitita al lado.
Pero lo fregado era que por un lado estaba la Universidad, había que
sacar el título para no andar toda la vida a salto de mata con clasesitas
particulares o peguitas por aquí y por allá y dentro de todo a los veintiún
años recién cumplidos ya es hora de empezar a sentar cabeza como dice el viejo,
y con todo lo que hay que hacer sobre todo en estos tiempos de campaña, parece
que la Universidad se va a ir a la cresta y un estudiante de Pedagogía que no
sabe ni escribir bien a máquina como dice el tío Julián que hay superproducción
de profesores, de periodistas, de sociólogos, de economistas que andan
apareciendo a patadas hasta debajo de las piedras muriéndose de hambre y yo
siempre te dije cabro que estudiarai mejor una carrera técnica que son las
profesiones del futuro y que te dejarai de andar metiéndote en política que no
soi un muerto de hambre que la política y la izquierda son cosas de resentidos
y vienes de una familia decente—Usté no se preocupe cuñadita que ya se le va a
pasar. Se va a encontrar una cabrita que le guste de verdá y se va a encamotar
y va a salir a buscar un trabajo estable para poder casarse y poner su nidito
lo más pronto posible yo mismo cuando era joven fui radical guatemalteco y
cuando era un pendejo de este porte hasta estuve en la calle en la huelga
general cuando botaron a mi general Ibáñez salíamos a la calle todos días y no
le voy a negar que es una experiencia muy formativa, muy interesante para un
joven que se está formando y yo le digo cuñadita que este cabro tiene buen
fondo es harto inteligente lueguito va a sentar cabeza.
Pero cuando los meses iban pasando y cuando cayó preso, claro que no le
aforraron mucho porque lo pescaron de puro pavo, en cambio a los cabros que
agarraron después en plena mocha con los pacos, todos venían sangrando, uno con
la cabeza rota y otro se había cagado en los pantalones. Pero cuando se pudo
ver el nombre del parte policial, Cotapos y os. Cotapos, porque él cayó primero
y así el expediente llevaba el nombre suyo hasta en las noticias, os quería
decir otros, aunque los soltaron a todos en la tarde del mismo día por
intervención de un diputado socialista de tremendos bigotes como de película
mexicana. El tío le decía a los demás de la familia que este niño no tenía
remedio era un caso perdido y la oveja negra de la familia y se despedía de la
mamá con lástima, pobre Nelly y el papá que lo encontraba metido e intruso no
salía del cuarto hasta que se iba y entonces salía y le decía a su señora viejo
copuchento y qué tiene que andarse metiendo.
Total por ese lado no había mucho que perder, aunque sabía nunca iba a
tener una gran pega como profesor secundario no estaba tan mal tampoco y le
faltaban por lo menos cuatro años para recibirse contando los ramos
pedagógicos, porque eso de llenar la solicitud del banco había sido puro grupo
para darle gusto a los viejos nomás que estarse encerrado ocho horas en una
oficina ni amarrado, ni muerto, escribiendo a máquina o firmando papeles para
después con los años llegar a ser un pobre diablo amargado como el viejo.
Pero lo otro era que se le aconchaban un poco los meados porque parece
que el Partido o mejor el movimiento se iba de todas maneras a la clandesta,
aunque habían echado o se las había echado más de la mitad de la gente en
Santiago y provincias y entonces con o sin elección eso significaba a lo mejor
a uno le iba a llegar al pihuelo, nunca se sabe, y eso era cosa seria. El Gran
Calafate había dicho “O nos resulta la cosa o no sale nadie vivo”, claro que un
poco para la galería, para la exportación, pero de todos modos...Claro que por
otro lado se estaba tratando de calmar un poco a los más termocéfalos que de
todas maneras se las habían echado, formado grupos más chicos y ahora andaban
asaltando bancos, porque antes había habido su poco de teatro y ahora la cosa
parece que iba en serio y era una cosa discutir sobre las vías de la revolución
con el guatón o el Barrera en Los Cisnes y otra muy distinta que el Gran
Calafate diga en una reunión así como si tal cosa cómo hay que hacer para que a
uno no lo fichen, no lo sigan en la calle, ya no discutiendo ni argumentando
sino dando las cosas por hecho y uno está metido en el bollo y la cosa se
refiere un poco o completamente a uno también y recién uno se da cuenta y ya no
se puede echar pie atrás. Primero porque por más vueltas que le de uno en la
cabeza al asunto no hay tu tía con la chiva de la toma del poder por la vía
pacífica porque eso no pasa, no ha pasado nunca ni va pasar y sanseacabó y para
qué seguirle dando vueltas al asunto y segundo imagínate lo que van a decir los
cumpas si uno se echa patrás, la misma Anita. Lo que pasa es que saben de más
que teóricamente cero problemas conmigo, que tengo la cabeza clarita, más
clarita que la mayoría de ellos, y lo que pasa es que uno es pequeño burgués y
qué se le va a hacer es como nacer jorobado o con una pata más corta, y si al
pequeño burgués le importa el pellejo, bueno, uno es pequeño burgués, pero eso
se va arreglando con la práctica que como dice el Gran Calafate seguro que
hasta el ché a veces se meaba en los pantalones y en una de esas hasta Fidel
Castro, pero el Chico dijo la otra vez que la conciencia política se gana
cuando desaparece uno del mapa, y eso después que le habían sacado cresta y
media los pacos esos dos días en que no querían reconocer que lo tenían preso y
como no controlamos muchos sindicatos ni centros estudiantiles ni tenemos
parlamentarios no vamos a ir nosotros a pedir que lo suelten a ver si nos meten
a todos pa dentro.
Que la Cosa está brava y no como cuando uno caía preso en las
manifestaciones de antes, primero porque las elecciones están casi encima y
segundo porque está quedando la caga casi todos los días y un poco bastante por
culpa nuestra, que nos estamos saliendo de madre.
Y a la Anita nomás le contó el sueño, que estaban un poco como saliendo
juntos pero todavía no pasaba nada, le contó que estaba subiendo y subiendo y
ya iba a llegar a la falda de un cerro, uno de los baluartes de la cordillera.
Seguía caminando y empezaban a aparecer cosas, desfiladeros, bosques, terrazas
con mesitas de vidrio y sillas y mujeres, y gallos (aves) enormes, dorados y
enormes pájaros volantes. Había unas cosas especiales con las casas, con los
patios, muy curioso, casi inexplicable, habría que verlo para que te hagas la
idea, una fijación con las casas de mi niñez, mis parientes. A lo mejor todos
los niños viven así. Me acuerdo que cuando caminaba por los patios, o por las
calles que tenían vereda y un borde de tierra entre la calle y la vereda, el
pasto, como crece en otoño, me llegaba a la cintura y todas las distancias me
parecían enormes. Los adultos casi no figuran en el mundo de los niños. Yo creo
que uno simplemente no los ve. Así como no nos ven las hormigas a nosotros. No,
lo que quiero decir es que uno sabe que están ahí, dando vueltas por la casa,
la mamá poniéndose los tubos, el papá trabajando en el antejardín etc. Pero
cuando es chico uno está my ocupado. Es mentira todo eso que dice Sartre en Las
Palabras. No, es una novela. Autobiográfica pero novela. No, no muy
entretenida. Me tinca que en francés puede ser hasta peor. O en La infancia de
un jefe. Parece que sale en El muro, eso del niño que no recoge alto que botó,
por soberbia, por taimado, de puro malo, y la figura del padre que se inclina
trabajosamente como un Dios frágil y gordo, llenándolo para siempre de culpa.
Esta cosas son muy privadas, y esto revela el nivel de amistad, de
acercamiento que tengo contigo. No es indiferente el hecho de que seas mujer,
estas cosas no se las puedo conversar a otro hombre, salvo tipos muy
especiales, que son como uno, o que les ha pasado algo así como lo que le pasa
a uno. Las mujeres aman las particularidades. Conozco a una que le encanta
salir en auto por salir, mayor que yo, casada con un vendedor viajero, que anda
manejando días enteros por el campo, para puro ver la naturaleza.
O ella misma, haciéndole cariño a un perro en la calle, mostrándome las
características arquitectónicas de las casas, pasándose por lo menos su hora en
el Almac o en las librerías, una mujer mayor que uno, como te digo, casada,
leyendo pedacitos de párrafos, o mirando ilustraciones, y uno nervioso, todo lo
que tiene ganas de hacer uno es de agarrarla de un brazo y salir luego a la
calle, a caminar unas cuadras, a un café, a seguir hablando de cosas de
nosotros, mientras uno nota cómo se va pasando el tiempo, que los momentos no
son eternos, como parece creer, y uno con más ganas de hacer el otro asunto, tú
me entiendes, que uno no tiene toda la vida, todo el tiempo, está el trabajo,
la universidad, y tengo que volverme porque se está haciendo tarde y tengo
tantas cosas que conversar con ella, con ella, y le tomo las manos frías, y
como resbalosas, mirándole los ojos hipnotizantes, paralizantes, como de serpiente.
Y llega la camarera y pregunta una y otra vez, y yo no le paro bolas, como dice
ese cabro venezolano amigo mío de la universidad, y la cara de ella empieza a
transfigurarse y de pronto es la cara de una mujer muy vieja, que vi una vez
cuando niño, cuando estábamos veraneando en Valparaíso y fui a comprar con mi
abuela y estaba la vieja de espaldas, vestida de negro, para que te haga una
idea, como esas viejas chipriotas que aparecen en Zorba el griego y mi abuela
entra en la panadería para comprarle un helado al niño porque soy el regalón,
el único nieto hombre, y yo me quedo hueveando afuera y la vieja esa se da
vuelta y me mira y se levanta las faldas negras de vieja gorda un poquito y me
muestra las piernas llenas de várices y me dice “qué te pasa cabro que nunca
hai visto una señora que se levanta así la falda” y me da susto y se rie y me
quedo helado y sale mi abuela y la vieja ya había dado vuelta esquina.
Textual...
Pero había que ganarse los porotos, tenía que salir de la casa, no podía
estar llegando tarde todas las noches, armando escándalo, pedir por favor que
le prestaran otra vez una llave, el viejo no se inmutaba, seguía roncando, a
veces se quedaba dormido frente a la televisión, pero la mamá salía en bata,
todavía dormía con bigudíes, y ponía el grito en el cielo y decía otra vez,
“este niño me va a matar, ¿Qué he hecho yo para merecer esto?”, y había un
compañero que vendía productos farmacéuticos para poder pagarse los estudios,
había otro que había llegado de provincia a estudiar en el Peda y ahora lo
mantenía la vieja de la pensión, hasta le daba plata para el bolsillo, Sotito,
le decían, por eso de la pensión Soto, se acordarán, casa comida y poto, y
entonces le había estado dando vuelta al asunto de las ventas y sí, como nó, si
el otro podía hacerlo porqué no uno, que tiene buena presencia, como dice en
los avisos comerciales de El mercurio. Se busca joven de buena presencia, el
otro cabro le decía que no, que él no iba resultar. La chispa aguda no se le
borraba nunca de sus ojos, siempre un poco huidizos. Quizás en el comercio la
falta de atractivo físico y el detalle antes mencionado de la mirada eran una
ventaja en esa tarea, a la gente no le gusta mucho que la miren de frente, y
menos aún entrar en tratos con tipos buenmozos, sobre todo cuando uno es medio
federico. Con minas sí, quién no, a algunas guaguitas uno les compraría lo que
le ofrecieran si tuviera plata, pero era otra cosa. A vos no te va resultar
Palote, como vendedor te vai a morir de hambre ¿Quién te dijo que me decían
Palote?. No, no es que me moleste, pero es una cosa del Instituto, de cabros
chicos. Seguramente que fue el Barrera, que fue compañero mío, y ahora esta
aquí estudiando historia, y el otro le mostró la maleta, le dijo que fueran a
ofrecer mercadería juntos para que lo viera, después a lo mejor si entraba de
vendedor él le podía presentar algunos clientes, pero para que viera que las
cosas estaban malas, por más que buscaba casas comerciales y productos que
representar era cada día más claro que no había clientela. ¿Y porqué no te
metís mejor a una oficina Balladares? Es que no me gusta estarme todo el día
sentado, lateándome, llevándole las de abajo a cualquier huevón, no puedo, me
carga estar encerrado, prefiero andas callejeando, trabajo a mis horas, quiero
tener tiempo libre para terminar los estudios...
Y le mostró lo que llevaba en el maletín, que no parecía que pudieran
caber tanta cosa adentro, desde folletos de aspiradoras hasta ropa interior de
mujer, muestras de acrílicos, tapices de autos y amoblado, se había tenido que
memorizar nombres, precios, tallas de medias, tipo de sostén, y había ido a la
pega que anunciaban en el diario, había una tremenda cola que estaba llena de
cabritos jóvenes, paltoncitos recién salidos del liceo y cabros con estudios
universitarios, y el jefe de ventas lo llamó cuando le tocaba el turno de la
entrevista, le ofreció asiento y lo primero que le dijo fue que no servía. Pero
cómo señor, si todavía no me ha preguntado nada, pero el tipo le dijo que los
tipos de cuello largo y ojos grandes, como tú—quizás por eso te dicen Palote—no
eran buenos vendedores.
Es que paralelamente con el deterioro económico se extendía a todos los
niveles del mundo la tecnología propia de ese sistema que intentaba producir un
modelo de sustitución, es decir que la mayor parte de las partes de las cosas
se trabajaran primero en el mismo país, como había leído hace poco en un
artículo en El Siglo, pero no había entendido mucho, pero eso mismo, seguía el
periodista, no suprimía la dependencia sino que creaba una nueva necesidad de
tecnología, aumentándola porque se necesitaban los componentes del extranjero.
O se producían bienes manufacturados completos o nada. Luego se reía con otros
cabros jóvenes sentado en bar de la esquina, mientras los viejos ponían boleros
en la máquina y eso lo ponía cómodo, un poco triste, sin ninguna razón
especial. En la casa siempre los viejos siempre escuchaban boleros, el viejo
tarareaba eras mi niiiña boniiita. Y cuando les contó la talla de la entrevista
se sentía mejor de no haber agarrado la pega la pega ésa en el Banco, lo más
seguro habría tenido que dejar la universidad. A lo mejor no podría haberse
arrancado para acá, a tomarse una cerveza y conversar. Y Téllez, que anda en
las mismas y también vendía, pero a lo grande, línea blanca y cosas así, le
decía que la palabra mágica era experiencia, si uno tiene experiencia manda a
la cresta a los otros maestros que quieren la pega porque a las finales es como
ser profesor o se tienen dedos pal piano o no se tienen y eso no se aprende en
los libros ni en las universidades, como sacándole pica porque era
universitario.
Pero como decía otro si yo ando buscando pega y me piden experiencia
claro que no tengo experiencia porque recién voy a empezar a trabajar y si no
puedo entrar a trabajar claro que no voy a tener nunca experiencia. Todos
callaban ante la evidencia de ese círculo vicioso. Y no volaba una mosca y
alguien dice “pasó un angelito” y Téllez decía que de que se trataba era de de
poner al país en consonancia, fíjense bien en consonancia dijo mijito rico con
los países adelantados y se necesita perfeccionamiento otra palabrita y él dijo
que eso aumentaba la dependencia y todos de repente se pusieron atentos y no le
perdían palabra y no volaba una mosca y les soltó todo el rollo y todos sí
claro tiene razón el Palote y justo cuando se estaba preparando para una
discusión grande y gozando de la atención el Téllez mira el reloj huuy me tengo
que ir volando, se levanta y sale abriendo .
Y no era la primera vez que le pasaba lo mismo. A veces después de la
universidad andaba vendiendo unas porquerías cualquiera y las ofrecía en las
casas del Barrio Alto o en las oficinas del centro, como por no dejar, cansado,
quería irse a su casa a terminar de leer El Muro de Sartre y los viejos y las
señoras le seguían las explicaciones y demostraciones como si estuviera
hablando el cura y le compraban todo. Pero para que resultara tenía que estar
en vena.
“Eso aumenta la dependencia” dijo, “Porque ¿de dónde se traen los libros para
enseñar a los técnicos, ah, y las máquinas, y los repuestos de las máquinas, y
los técnicos para enseñarle a los técnicos, ah?”.
Y todo era cuestión de convicción, como le decía el profesor de historia
jubilado que vivía en la casa del lado, al que todos le arrancaban, pero que
los había agarrado con Téllez una vez que lo había pasado a buscar a la casa en
auto y fue de pura lástima, ya que el viejo iba a tocar el timbre para ponerse
a conversar con la señora, con la hermana que todavía vivía en la casa, con
quien fuera, y por el gusto con que se le había iluminado la cara cuando los
vio, “llevemos al viejo a tomarse un café, total ya estamos atrasados”. El
Flaco Téllez descuidaba la atención del volante para echar la ceniza del
cigarrillo por la ventana— A veces hasta leía el diario en el auto “no sé como
todavía no hai matado a nadie”—mientras sacaba a relucir con los dientes
apretados sus teorías políticas siempre iguales, él también leía mucho. Quizás
resentía un poco tener que trabajar como vendedor y no ser profesional,
abogado, qué se yo en vez de andar por ahí vendiendo, aunque le iba del uno, la
mar de bien “no tengo de qué quejarme, cabro, estoy casi por comprarme casa en
Las Condes. Mi mujer está feliz”. Hijo de una familia del norte el padre empleado
de ferrocarriles, la madre ex recepcionista de un conocido hotel de La Serena,
y qué le han dicho al profe que dejaba enfriarse el café y que entra a terciar,
ya que el salitre había pasado a la historia junto con la primera guerra
mundial, dejando como recuerdo las oficinas abandonadas, el recuerdo de la Gran
Crisis que había volcado a los pirquineros hacia el Norte Chico y la capital
del país, si no me equivoco hay un par de canciones de las que no hace mucho
salieron nuevas versiones En Mejillones yo tuve un amor y Antofagasta
Dormida/tus calles estan desiertas/una nostalgia te anima/Antofagasta dormida.
No me acuerdo del resto. A lo mejor su amigo, tan amable ¿Cómo me dijo que se
llamaba?—Téllez—, eso mismo, Téllez, ¿que dijo que también era nortino verdad?
se va acordar. ¿Nó? —Bueno.
O si nó la gente atravesaba para para la otra banda rumbo a San Juan, en
busca de un mejor pasar, a la Argentina, de cuyas peripecias, ambiente y
fuentes de trabajo en la época se ha escrito bastante, hay bastante
investigación sobre eso pero no sé mucho. La influencia de la política de la
otra banda parece haber sido un tiempo un factor bastante importante en la vida
nacional, y me viene a la memoria un libro publicado cuando Ibáñez, me parece,
estaba en el poder. Se trata del libro Nuestros vecinos justicialistas de
Alejandro Magnet, personaje prominente en el periodismo nacional, si no me
falla la memoria.
En ese tiempo las murallas del país se veías cubiertas de siglas
fascistoides, cabe mencionar ACHA, Acción Chilena Anticomunista. Ustedes
jóvenes que me escuchan recordarán los luctuosos sucesos a que dieron origen
las andanzas de Gonzáles Von Marees y su malhadado partido nazi, que dieron una
semblanza tristamente célebre al edificio del Seguro Obrero, en esa época, si
no me falla la memoria, Seguro Obligatorio, y que es refrescada ante la
ciudadanía por la placa recordatoria que todos habrán visto y por una curiosa
novela de Carlos Droguet, que escribió esa excelente novela, Patas de perro. Es
curioso el destino de nuestra patria. El oro blanco, ahora inútil, en el norte.
El oro negro, inexplotado, en Magallanes. Ibáñez era masón. La mayoría de los
generales y coroneles que componían su estado mayor, teósofos. Recuerdo haber
tenido entre mis manos, no ha mucho tiempo, el diario de vida de un coronel que
fue relegado por aquel entonces a la isla Juan Fernández, O la Isla de Pascua,
no me acuerdo, en todo caso lugares preferidos para relegaciones a lo largo de
la historia de Chile, escrito en el cual se manifiestan con fuerza sus
preocupaciones teosóficas pese a las ingratas circunstancias por las que
atravesaba. Dicho coronel, que parecía conocer a fondo las teorías de Annie
Bessant y Madame Blavatsky, además de algo de yoga, pertenecía asimismo a dicha
orden, habiendo llegado en ella hasta el grado de Caballero Rosacruz, que dicho
sea de paso, es la deformación de Rozenkreutz, Cristián de Rozenkreutz,
taumatúrgico personaje fundador de la secta del mismo nombre, una
diversificación de la masonería, que lleva su nombre, y de la cual ustedes
jóvenes, habrán tenido noticias a través de innumerables publicaciones. Hasta
alrededor de los años cincuenta, si no me equivoco, si no me falla la memoria,
los masones publicaban un voluminoso anuario todos los años, algunos de cuyos
ejemplares conserva la Biblioteca Nacional. Es verdaderamente lamentable la
falta de interés que demuestran los jóvenes de hoy día en la historia patria.
Recuerdo que en mis tiempos de docencia en el Instituto, en las mismas aulas en
que usted estudió, Cotapos, la historia de Chile era una de las asignaturas
privilegiadas, y eso parece notarse en la generación de dirigentes cívicos y
políticos que formaron nuestras aulas por aquel entonces.
Y volviendo al norte, ¿de qué ciudad me dijo que era joven?, esa es una
región de contrstes, así como nuestro país es un país de contrastes—“sobre todo
en las micros”, dice Téllez.—. Y se me viene a la memoria un libro muy curioso
de Benjamín Subercaseaux, que ustedes seguramente habrán oído nombrar, “Chile o
una loca geografía”, que contra lo que ustedes puedan acaso suponer no hace
alusión en su título a las frecuentes convulsiones sísmicas que sacuden a esta
delgada faja “y las que se mandan las parejas en las camas, en los parques, o
en el suelo”, acota Cotapos para no ser menos, —Por un lado la riqueza telúrica
del mineral, El Salvador, Potrerillos, Chuqui, que ustedes seguramente
conocerán, o habrán visto en los noticiarios Emelco, porque esta juventud de
ahora... o en las láminas de esos libros nuevos de Historia y Geografía, que
parece que los jóvenes de antes tenían más gusto en leer y ahora hay que hacer
libros con muchas láminas y poco texto en letra grande, a la americana. No es
que sea antinorteamericano, pero ustedes seguramente conocen revistas como Life,
y el Play Boy, el Penthouse. La lectura permire al individuo encontrarse
consigo mismo, en la quietud del ensimismamiento, como diría Ortega, que define
al hombre como un ser capaz de ensimismarse—pero la Anita le había dicho que
claro lo raro era poder agarrar un libro, un pedacito de diario que fuera sin
que la mamá pusiera el grito en el cielo porque en todos los libros salen
conchinadas y son trampa del diablo, los cines, las revistas de monos, bailar,
escuchar música,—es que los chilenos somos un pueblo sobrio y sufrido—hediondo
a pata, dice Téllez, —esforzado y emprendedor,—mi hermana también tiene un
prendedor (Cotapos)—, herencia de los vascos, de los cuales descienden nuestras
mejores familias, formando el grupo social que se ha dado en llamar la
aristocracia castellano-vasca. No son extrañas a la composición de nuestro
carácter las gotas de sangre inglesa que llevamos en nuestras venas, y cuya
influencia es bastante mayor que el ancestro que biológicamente los hijos de la
rubia Albión nos han proporcionado. Es un dicho corriente que estudes habrán
escuchado alguna vez, que dice que los chilenos somos los ingleses de América
Latina. En pasados lustros, Chile era una de las potencias rectoras de América.
Eran los tiempos del ABC, por Argentina, Brasil, Chile. Nuestro país era
poseedor de la riqueza blanca y de una poderosa marina mercante...
Y no andar pensando me resultará o no me resultará por que cuando se
ofrece el artículo o se muestra el catálogo no vale la indecisión, hay que
echarle pa delante, porque a las finales sinó uno mismo se hace el chuncho y la
gente se da cuenta de que a uno le falta convicción y le cierra la puerta en
las narices. “Ya puh, estudiante, saca la culebra”, le decían los colegas
vendedores cuando se encontraba con alguno por el centro y entraban en un
boliche a descansar las patas, no el Téllez, que no tenía que andar
patiperreando, con movilización propia, “cómo te ha ido” preguntaba, y el otro
movía la mano hacia uno y otro lado, “así, así. Pasando. A vos para qué te pregunto”.
Y él respondía “bien”. A muchos les había levantado la clientela, y si él
pensaba que estaba mal, cómo estarían los otros. Y les había levantado la
clientela porque así son las cosas en este campo, porque como dice la canción,
la vida es la ruleta donde apostamos todos, le dijo Téllez, y así es el
capitalismo, le guste a uno o no le guste, le había dicho el zapatero de la
esquina, medio anarquista y ya bastante viejo cuando le fue a ofrecer los
calendarios con las minas en pelota.
“Ya pus, saca la culebra” cuando venía la camarera a cobrar y Téllez,
también “Así es el capitalismo”, y no es que yo sea comunista, y no es que esté
alegando porque me va mal. Me las barajo. Soy el mejor detallista del sector,
ahora ando como con cincuenta productos ofreciendo y todos están felices porque
les lleven los pedidos, las firmas grandes, Agencias Graham me ofrecen pega
buena. Mademsa lo mismo. Puro cubrir clientela formada, pero yo lo que más amo
es mi libertad. No dependo de nadie, tengo hasta mi cacharrito. Trabajar a la
hora que se me ocurre. Y eso que te ofrecen hasta viáticos y te pagan la
locomoción, o los vales de la bencina en mi caso, y tenís que salir fuera de
Santiago y tienen sus picadas en todas partes y tú mismo si te va bien, no
sabís cómo de repente también te encontrai con auto y todo.
Pero depender de todos y no de un patrón y depender de cómo amaneció el
viejo en una oficina, golpear despacito y meterse para adentro nomás, uno se
siente siempre un poco intruso, un poco patudo, sobre todo al principio, cabro,
y el viejo que puede que esté de malas pulgas “¿Qué se le ofrece?”, y eso de
vender de puerta en puerta yo no se lo doy a nadie, ni a mi peor enemigo y no
es que ande mirando en menos, porque por algo hay que empezar, para adquirir
experiencia, para que te conozcan, para hacerte conocido, para que la gente,
los clientes te vayan ubicando y las casas con perro, y depender del ánimo de
las viejas, si están con jaqueca o andan con la regla.
Y qué respeto les voy a tener a todos estos huevones que llevan años
vendiendo y no saben ni sumar ni saben cómo es la gente si pudieran me
aserruchaban el piso, me harían la neumática porque ellos dale que dale años y
tras año y ahí mismo, cabro, y no es que seamos los primeros en sentir el deseo
de salirse de la pobreza, de la mediocridad, ni los primeros ni los últimos
pero se quedaban dando vuelta donde mismo, como mulas atadas a la noria, sus
mismos primos habían venido a Santiago a veces, se daban unas cuantas vueltas,
se perdían en las calles y después cuando se les había acabado la plata se
volvían al pueblo con una mano adelante y otra atrás. Y no soy ni el primero ni
el último, decía Téllez, muchos de la zona se vienen para acá, para Santiago,
para otras partes, hasta para la Argentina, en busca de mejores horizonte, ahí
tienes por ejemplo a alguien que seguramente tú tienes que conocer, el poeta
Bernardo Araya que también estudia donde estudiai tú, en la misma Facultad, fue
compañero mío porque aquí donde usté me ve también pasé por la facultad, a veces
nos tomamos su tonta cerveza en ese café que está justo a frente del
Pedagógico, yo les vendo toda una gama de productos, que dice que también viene
del Norte Chico, de Punitaqui, “yo vengo de un pueblecito cuya única industria
es la muerte”.
Pero el profesor dice que aquí la gente siempre anda viniéndose y
yéndose, generaciones de gente que se venía del Norte, de Copiapó, de Caldera,
allá se habían hecho una situación las familias en las minas, a fines del
ochocientos o comienzos del novecientos. Se vinieron a copar las presidencias y
generalatos, las columnas periodísticas y las bancas parlamentrarias del
Partido radical, los conventículos literarios, como Préndez Saldías el del
sombrero alón, figura muy popular en su tiempo por las calles de Santiago.
Ahora los grupos literarios languidecían en el Norte, los Desencantados de
Coquimbo con Arturo Méndez Roca, todavían andaban por ahí dando vuelta,
agitaban las añejas posturas modernistas y Vicuña se enorgullecía de la casa de
la Gabriela Mistral y Víctor Domingo Silva aparecía en los libros de lectura
con su Oda a la bandera. Hay un centroamericano bastante emprendedor que hace
unos años cuando yo todavía estaba enseñando en el Instituto que andaba con un
proyecto más bien turístico en torno al aprovechamiento de la casa de Gabriela
Mistral, contando con el consenso de los ediles de la ciudad.
Y Téllez dice que sé lo que pasa, estoy muy enterado, siempre me escriben
mis familiares me mantienen al tanto, tengo mis humanidades completas, uno de
los bachilleratos con el mejor puntaje de la zona, pero aquí me tiene, un año y
medio de pedagogía en historia y aquí me tiene vendiendo la línea blanca, y me
va regio cero problema y los otros sentados en los huevos siempre con pelambres
y soñando grandezas, cuando nunca van a tener ni dónde caerse muertos y se
creen caballeros porque andan terneados y echan unas medias pintas y alegan
cuando hay huelgas, concentraciones, “Ya están otra vez hueveando, váyanse a
estudiar cabros ociosos flojos de mierda que les comen la plata a los papás”, o
sí nó “cafiches del estado”.
Y él dice de vuelta que en su caso, mientras peor esté la cosa mejor para
mí en el fondo, así me cabreo de una vez, no nací para esto, no soy para
vender, no estoy hecho, y me las arreglo, total el techo no me lo pueden
quitar, no me van a echar a la calle, además de que me pongo con billullo todos
los meses y me puedo poner a hacer clases particulares, conseguirme unas horas
en un liceo, me acaban de ofrecer unas horitas en un colegio que queda por Pedro
de Valdivia, cualquier cosa antes que seguir diciéndole a las viejas de mierda
que son bonitas, y cargando este maletín a cuestas y convenciendo a los
bolicheros para que encarguen huevadas. Téllez le dice “porqué no te dedicai a
la política cabro, tenís don de gentes, tenís educación y buena presencia”,
porque piensa que la política es hacer discursos como en los bautizos y salir
en los diarios y salir en la televisión. Andar por los pasillos del congreso.
Pero esos también son vendedores, Téllez, por si no te has dado cuenta, como
uno, y venden puras palabras y le ponen el culo a los platudos, además que en
la universidad ya ando medio metido en política, no tanto ahora, pero hace unos
meses hasta me tomaron preso, salí en los diarios, en la televisión, pero ahora
que entre los cursos y la pega no me va quedando mucho tiempo
Y lo mejor es darse su apechugada y poner la cabeza para el trabajo y
cuando la cosa se ponga de veras fea o bonita, depende, más allá de unos
cuantos papes ahí se verá lo que se hace. Como cuando uno va al dentista y
queda como sonámbulo o como cuando entrega el brazo para que te pongan una
inyección o te saquen sangre. Cuando uno anda medio volado las cosas salen
siempre bien y a lo mejor sale Allende y se gana el poder por las buenas y los
milicos no lo botan y me estoy preocupando con puras huevadas.
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